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Religión

Darío Castrillón, el cardenal del entendimiento y la reconciliación

El cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos fuerepresentante de la Iglesia Católica colombiana ante la Santa Sede.

El cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos fuerepresentante de la Iglesia Católica colombiana ante la Santa Sede.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

La violencia social y la lucha de clases siempre estuvieron en la mira del jerarca colombiano. 

El cardenal Darío Castrillón Hoyos, hasta el 2009 prefecto de la Sagrada Congregación del Clero y actualmente presidente emérito de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, falleció en Roma a menos de dos meses de cumplir 89 años.
Hace nueve años, concedió su más extensa entrevista, en la cual habló sobre la risa, el dolor, la lógica y la fortaleza de la Iglesia, en la cual nos permitió adentrarnos en el sentido de este mundo, de nuestra existencia, en la búsqueda de la verdad, en los mandamientos, los problemas de la Iglesia, el cielo, el mal, la pobreza, la fe, el terrorismo, la violencia, la amistad y la alegría. También habló del miedo a la muerte y el miedo al compromiso en una sociedad tan orientada a la falta de exigencia moral.
Castrillón no solo hablaba de religión, sino intervenía en temas concernientes a la alta diplomacia vaticana, buscó mediar para evitar la guerra de Irak y la intervención armada de los Estados Unidos en Centro América, orientado siempre a evitar derramamientos de sangre y a defender al ser humano en su integridad.
Hizo reflexiones sobre el terrorismo fundamentalista y afirmaba que no se puede ser indulgente por ser la violencia contraria a la fe en Dios. Para él era necesario encontrar caminos de entendimiento y reconciliación, basados en verdad, justicia y perdón. Esto sería el remedio para curar las heridas acumuladas por la fuerza y el terrorismo, no solo en las relaciones interpersonales y sociales, sino entre grupos y Estados, alentándose a la purificación de la memoria, a fin de que los males del pasado no se siguieran repitiendo. De hecho, a políticos indultados como Antonio Navarro Wolff lo describió como un hombre de paz durante el proceso adelantado con el M-19.
Darío del Niño Jesús Castrillón Hoyos nació en Medellín, comenzó sus estudios en el seminario de Santa Fe de Antioquia, pasando al de Santa Rosa de Osos y sería ordenado en 1952 en la Iglesia de los doce Apóstoles de Roma. Culminó sus estudios universitarios en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde adelantó el doctorado en derecho canónico, y luego hizo el doctorado en sociología en la Universidad de Lovaina.
Fue nombrado obispo titular de Villa del Re (Italia), para asumir como obispo coadjutor (con derecho a sucesión) de la diócesis de Pereira. Allí fue muy polémica su cercanía con el empresario hotelero Carlos Ledher Rivas, posteriormente extraditado por narcotráfico. La sede pereirana la tuvo a la cabeza durante 21 años.

La bendición apostólica a
todos los que comparten el dolor por la pérdida”. Además,
el pontífice agradeció su generoso servicio” a la Iglesia católica

Posteriormente, en 1992, fue ascendido a la sede metropolitana de Bucaramanga, como tercer arzobispo de esa ciudad y, en 1996 el papa Juan Pablo II lo nombró prefecto para la Sagrada Congregación del Clero y, en el consistorio de 1998 fue nombrado cardenal presbítero del Santísimo Nombre de María en el Monte Trajano, adoptando como lema Christus in vobis spes gloriae.
Su labor fue amplia en ese dicasterio y logró la informatización de la página de internet del clero y la expedición del nuevo Ordo para los sacerdotes.
Vale la pena aclarar que aunque su cargo ha sido el más importante al cual ha podido llegar un jerarca colombiano en el Vaticano, dentro de la Iglesia quien llegó más alto fue el cardenal Alfonso López Trujillo, ya que este era cardenal obispo, título reservado solo a siete príncipes de las diócesis sufragáneas o suburbicarias de Roma.
Afectado por una enfermedad hepática, Castrillón muere en la mitad del mes dedicado a la Virgen María, por la que profesó particular devoción a lo largo de su vida, queriendo ser sepultado en Medellín, bajo el amparo de la Virgen de la Candelaria.
Era el gran prior de la Soberana y Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge, hermandad que compartíamos, nombrados por el rey su alteza real el infante de España don Carlos de Borbón Dos Sicilias, duque de Calabria y cabeza de la Casa Real de las Dos Sicilias.
El alto jerarca expresaba la necesidad de aprovechar oportunidades históricas, como cuando le recordó a Fidel Castro su procedencia y educación católicas, frente a las limitaciones impuestas a la Iglesia y, en general, a la libertad de cultos en Cuba.
Precisamente, el respeto de las diversidades, tan atacado en Colombia ahora por quienes se proclaman ateos, es una condición necesaria y el primer paso hacia la reconciliación y el perdón, ese acto de amor que requiere la exigencia de la verdad. Junto a la verdad, decía que el otro requisito del perdón y la reconciliación está en la justicia, que no solo establece lo que es recto para las partes, sino que restablece una auténtica relación con Dios, con uno mismo y con los demás.
Perdón y justicia no se contraponen pues conducen a la tranquilidad del orden y a sanar las heridas abiertas, ante el desprecio a la vida y a los derechos humanos, que el cardenal ilustraba con episodios vividos en primera persona, narrando lo que él consideraba una situación “típicamente colombiana”, cuando “un color: azul o rojo, era sentencia de muerte”.
Durante sus diálogos en Roma no dejó de lado el análisis sobre la violencia social, la lucha de clases y otros conceptos opuestos a la concepción fraterna del Evangelio; la crítica a la falta de claridad política de las Farc, la inicial matrícula clerical del Eln y su fracasada lucha y la visión sobre lo que para él eran tanto los guerrilleros como los paramilitares, desarraigados de la religión y de la familia y habituados a la crueldad de la guerra, sin deseos de afincar la paz en el país.
Se preguntaba si la paz era posible. Castrillón había defendido siempre una salida negociada al conflicto armado interno, y consideraba que cualquier otro procedimiento sería un genocidio. Por eso recalcaba la necesidad del diálogo como salida humana, privilegiada y cristiana, que se complementa con el derecho que tiene el Estado al empleo de las armas y a la defensa de la Constitución y de las leyes a través de acciones concretas, aún con el riesgo de que con ellas se desatase el terrorismo revanchista.
HERNÁN A. OLANO GARCÍA
Director del Depto. de Historia y Estudios Socioculturales Universidad de la Sabana.
@HernanOlano
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