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Medio Ambiente

El panorama sobre la cuestión moral de las energías renovables

En el noreste brasileño la productividad del viento supera el 50 por ciento entre julio y noviembre.

En el noreste brasileño la productividad del viento supera el 50 por ciento entre julio y noviembre.

Foto:EFE

Varios líderes espirituales sumaron sus voces en la lucha contra el cambio climático.

Proyect Syndicate
La crisis climática es el reflejo de una mayor: una confusión global de medios y fines. Seguimos utilizando combustibles fósiles porque podemos, no porque sean buenos. Esta confusión es la razón por la que líderes mundiales como el papa Francisco y el patriarca ecuménico Bartolomé se han congregado con líderes empresariales, científicos y académicos para acelerar la transición de los combustibles fósiles a una energía renovable.
Según Francisco y Bartolomé, necesitamos que la política, la economía y la tecnología cumplan un propósito mayor que el poder, la riqueza o el crecimiento económico: el de promover el bienestar de las generaciones futuras. Estados Unidos puede ser el más confundido de todos en este objetivo. Hoy es un país rico, con un ingreso mediano de los hogares y un producto interno bruto per cápita de casi 60 mil dólares. Sin embargo, el país incurrió en pérdidas por 300 mil millones de dólares causadas por desastres relacionados con el clima el año pasado.
La economía y la política del país están en manos de los ‘lobbies’ corporativos, entre ellos los de los gigantes petroleros. Se asignan recursos de manera implacable para desarrollar más campos de petróleo y gas, no porque sean buenos sino porque los accionistas y gerentes de ExxonMobil, Chevron, Conoco Phillips y otros así lo exigen. Trump y sus secuaces trabajan para socavar los acuerdos globales y las regulaciones domésticas que se implementaron para acelerar la sustitución de los combustibles fósiles.
Efectivamente, podemos producir más petróleo, carbón y gas, pero ¿para qué? No para nuestra seguridad: los peligros del calentamiento global ya están entre nosotros. No porque no tengamos alternativas: Estados Unidos tiene recursos eólicos, solares e hídricos, entre otras fuentes de energía primaria, que no causan calentamiento global. Su economía es lamentablemente un gigante fuera de control que persigue la riqueza petrolera y pone en peligro nuestra supervivencia.
Por supuesto, el país norteamericano no es el único en la búsqueda alocada de riqueza por sobre el bienestar. La misma confusión de medios y fines está haciendo que la Argentina lleve adelante la fracturación para extraer gas natural en lugar de aprovechar su potencial generoso de energía eólica, solar e hídrica. La misma corrupción de propósitos está haciendo que el Gobierno canadiense garantice un nuevo oleoducto para exportar a Asia la producción proveniente de sus arenas petrolíferas contaminantes y costosas, mientras que subinvierte en las fuentes de energía renovable.

Podemos producir más petróleo, carbón y gas, pero ¿para qué? No para nuestra seguridad: los peligros del calentamiento global ya están entre nosotros

En su reunión con los CEO de las principales compañías petroleras y de gas, el papa Francisco les dijo: “Nuestro deseo de garantizar la energía para todos no debe conducir al efecto no deseado de una espiral de cambios climáticos extremos debido a un ascenso catastrófico de las temperaturas globales, ambientes más inhóspitos y mayores niveles de pobreza”. Observó que las empresas petroleras están empeñadas en “la búsqueda continua de nuevas reservas de combustibles fósiles, mientras que el Acuerdo de París instó claramente a mantener la mayoría de los combustibles fósiles bajo tierra”. Y les recordó a los ejecutivos: “¡La civilización requiere energía, pero el uso de energía no debe destruir la civilización!”.
Francisco subrayó la dimensión moral del problema: “La transición a una energía accesible y limpia es una deuda que tenemos con millones de nuestros hermanos en todo el mundo, con los países más pobres y con las generaciones futuras. El progreso decisivo en este camino no se puede hacer sin una mayor conciencia de que todos formamos parte de una familia humana, unida por lazos de fraternidad y solidaridad”.
Mientras el pontífice se reunía con los CEO en Roma, Bartolomé congregaba a líderes de instituciones científicas, de agencias de las Naciones Unidas y de las principales religiones en Atenas y el Peloponeso, para trazar un camino hacia la seguridad ambiental. Bartolomé también subrayó la cuestión moral fundamental: “La identidad de cada sociedad y la medida de cada cultura no se juzgan por el grado de desarrollo tecnológico, crecimiento económico o infraestructura pública”, enfatizó. “Nuestra vida civil y nuestra civilización están definidas y juzgadas principalmente por nuestro respeto por la dignidad de la humanidad y la integridad de la naturaleza”, subrayó.

¡La civilización requiere energía, pero el uso de energía no debe destruir la civilización!

Los 300 millones de fieles de las iglesias del Este lideradas por el patriarca ecuménico están en tierras que enfrentan los peligros extremos del calentamiento global: intensas olas de calor, crecientes niveles de los océanos y sequías cada vez más severas. Un cambio climático descontrolado sería desastroso para la región.
La conferencia de Bartolomé se inauguró en la Acrópolis, el corazón mismo de la antigua Atenas, donde hace 2.300 años Aristóteles definió la ética y la política como la búsqueda del bienestar. La comunidad política, escribió Aristóteles, debería apuntar “al bien supremo”, que se alcance cultivando las virtudes de la ciudadanía. Aristóteles es célebre por contrastar dos tipos de conocimiento: ‘téchne’ (saber técnico) y ‘phrónesis’ (sabiduría práctica). Los científicos y los ingenieros nos han dado el conocimiento técnico para pasar rápidamente de los combustibles fósiles a la energía de cero consumo de carbono. Francisco y Bartolomé nos instan a encontrar la phrónesis, la sabiduría práctica, para redirigir nuestra política y nuestra economía hacia el bien común.
JEFFREY D. SACHS*
Project Syndicate
Nueva York
* Profesor de Desarrollo Sostenible y de Política y Gestión de Salud en la Universidad de Columbia.
Además, es director del Centro para el Desarrollo Sostenible de Columbia y de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
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