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Medio Ambiente

17 especies de aves están en peligro crítico de desaparecer

El paujil azul (‘Crax Alberti’) es un ave en peligro de extinción, a la que se le ha reducido su territorio. El mayor número de animales se concentran en la Sierra Nevada de Santa Marta y en los bosques del Magdalena medio.

El paujil azul (‘Crax Alberti’) es un ave en peligro de extinción, a la que se le ha reducido su territorio. El mayor número de animales se concentran en la Sierra Nevada de Santa Marta y en los bosques del Magdalena medio.

Foto:Libro rojo de aves

La actividad agropecuaria, los cultivos ilícitos y la cacería son sus grandes amenazas.

No hay ningún país en el mundo que albergue una avifauna tan diversa como Colombia. Aquí habitan cerca de 1.900 especies –de las 10.672 que se tienen registradas en el mundo– a lo largo de todos los ecosistemas, desde páramos hasta desiertos y bosques tropicales. Son carismáticas y cumplen una función ecológica importante: son polinizadoras, dispersoras de semillas, depredadoras de invertebrados y microvertebrados (plagas en sistemas productivos) y recicladoras.
Sin embargo, muchas de ellas están en estado crítico. Es el caso del arriero antioqueño, el pato negro, el zambullidor plateado, el cóndor de los Andes y el cucarachero de Apolinar, entre otras aves.
Por esta razón, y dadas las amenazas que las aquejan, investigadores de la Universidad Javeriana, con apoyo del Instituto Humboldt y de la mano de ornitólogos, biólogos, estudiantes, observadores de aves especializados, fotógrafos de naturaleza y campesinos, decidieron evaluar el estado de conservación de las aves en Colombia.
Desde el 2008 hasta el 2016, recopilaron la información necesaria sobre ecología, hábitats y número poblacional para determinar el riesgo de extinción que afrontan.
En total, 140 aves están en alguna categoría de amenaza: 17 en peligro crítico, 56 en peligro y 67 son vulnerables. Adicionalmente, 28 especies se consideran casi amenazadas, de nueve hay datos insuficientes y una ya está extinta. No se estudiaron las especies transeúntes (que pasan por el país en algún momento de su migración y continúan a otras regiones) ni las que tienen una población menor que el 2 por ciento de la población global.
Estos resultados fueron recopilados en El libro rojo de aves de Colombia, que este año se llevó el reconocimiento a la excelencia científica, en la categoría de medio ambiente y desarrollo sostenible, de la Fundación Alejandro Ángel Escobar.
El primer volumen presenta los resultados para los bosques húmedos de los Andes y la costa Pacífica. El segundo evalúa los ecosistemas abiertos, secos, insulares, acuáticos continentales, marinos, los sistemas montañosos del Darién y la Sierra Nevada de Santa Marta, así como los bosques húmedos del centro, norte y oriente del país.
Se realizaron 13 talleres en diferentes partes del país y se hicieron invitaciones a científicos especializados en este campo para que compartieran sus datos y estudios previos. Se obtuvieron miles de registros, que fueron depurados y corroborados hasta obtener una base de datos con 7.000 registros para analizar.
 
De ahí que este libro tenga más de cien colaboradores y coautores, además del investigador principal, Luis Miguel Renjifo, vicerrector de Investigación de la Javeriana, y el equipo de investigadores: los biólogos María Fernanda Gómez, Jorge Velásquez-Tibatá, Ángela María Amaya-Villarreal, Gustavo H. Kattan, Juan David Amaya-Espinel y el ecólogo Jaime Burbano-Girón.
Estos resultados se convierten en una herramienta poderosa para la planeación de la conservación, el monitoreo y la toma de decisiones con que cuentan no solo académicos, sino entidades gubernamentales, sectores productivos y la sociedad civil para enfrentar la pérdida de la biodiversidad que ya estamos viendo.
La investigación llama la atención sobre la única especie que se ha extinguido en Colombia: el zambullidor cira (Podiceps andinus), un ave que habitó en Cundinamarca y Boyacá, pero que, por el drenaje de los humedales donde vivía; la introducción de la trucha, que redujo su alimento, el uso de pesticidas en los cultivos de cebolla cerca del lago de Tota y la cacería selectiva, terminó extinguiéndose.
EL TIEMPO habló con Ángela Amaya, bióloga e investigadora de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Javeriana, quien durante 10 años se ha dedicado a esta investigación.
¿De las 2.000 especies de aves que hay en Colombia, en cuántas se concentraron?
Para hacer el análisis partimos del listado del Libro rojo del 2002. Empezamos con una lista de 212 especies y terminamos concentrándonos en cerca de 230, a las que les hicimos un análisis minucioso con mapas y estadísticas.
¿Qué sorpresas se llevaron en el análisis?
Una de las sorpresas fue ver la recuperación de la cobertura vegetal entre el 2000 y el 2010 en algunas localidades y regiones del país, según los mapas de bosque-no bosque del Ideam. Esto implicó la recuperación de algunas especies de aves, por ejemplo, en Boyacá y Santander; mientras que en otros casos, como en la serranía del Perijá ocurrió lo contrario: nuevamente se está perdiendo la cobertura vegetal ganada durante la primera década analizada.
Si la recuperación de la cobertura boscosa se mantuviera en el tiempo, las poblaciones de las aves que allí viven se recuperarían también.
¿El posconflicto sería una amenaza u oportunidad para las aves?
Las consecuencias que podría tener el posconflicto en la conservación de las aves y demás grupos taxonómicos son diversas y antagónicas. Por un lado, si no se toman las medidas de acción necesarias para controlar la deforestación, se intensificará la principal causa de amenaza para la avifauna de bosque, que es la pérdida del hábitat, y, por consiguiente, podrían terminar en la extinción.
Por otro lado, me preocupa que el posconflicto se convierta en el escenario ideal para que las políticas extractivistas del Estado se expandan y fortalezcan. Una de las amenazas para las aves, y para la biodiversidad, son las actividades del sector minero-energético y la explotación forestal.
No obstante, es importante reconocer en el posconflicto una valiosa oportunidad para que científicos y observadores de aves vayan a regiones donde antes no se podía ir. En esa medida se generará más información indispensable para futuros análisis de riesgo, por ejemplo, sobre densidad poblacional e historia de vida de las especies.

Si la recuperación de la cobertura boscosa se mantuviera en el tiempo, las poblaciones de las aves que allí viven se recuperarían también

¿Cuáles son las amenazas para las aves colombianas?
La pérdida de hábitat por agricultura y ganadería son las más graves; también, la cacería y la colecta –tráfico ilegal o para mantener a las aves como mascotas–, los cultivos de uso ilícito, la modificación de sistemas naturales –como el drenaje de un humedal o el desvío de un arroyo–, la explotación forestal, y la minería legal e ilegal.
Otras en menor proporción son las especies invasoras, la construcción de carreteras, la contaminación, los fenómenos climáticos y los disturbios.
En otras palabras, de las 140 especies que están bajo una categoría de amenaza, cerca del 55 por ciento están afectadas por la agricultura, 44 por ciento por ganadería, 32 por ciento por cacería y 31 por ciento por cultivos de uso ilícito.
¿Ahora en qué trabajan?
Trabajamos en el indicador de la Lista Roja, una medida que muestra la tendencia del estado de conservación de las especies. Se compara la categoría en la que estaban en el 2002 con la actual. Este indicador muestra si las acciones de conservación han sido suficientes para protegerlas.
¿Cree que hacemos lo suficiente?
En Colombia, al ser un país tan megabiodiverso, tenemos el imaginario de que la gran abundancia y riqueza de especies nunca se van a acabar, y ese fantasma puede jugar en contra de la conservación. Me refiero a sectores, desde la ciudadanía hasta los entes estatales, que teóricamente son los responsables de actuar, pero que tienen que trabajar con recursos económicos limitadísimos. Desde la academia damos el campanazo de alerta sobre el riesgo de extinción de las aves, pero nos preocupa el recorte presupuestal al sector de medioambiente y ciencia para el próximo año. Eso deja ver que en las prioridades del Estado no están la ciencia, la investigación ni, por consiguiente, las acciones de conservación de la biodiversidad.
KAREN TATIANA PARDO IBARRA
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