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Educación

Literatura, entre muerte y amor / En defensa del idioma

Instalación de Mariana Salazar con los lomos de libros desarrollados por Colcultura. Con las hojas que sobraron hizo una pieza escultórica que va en el piso.

Instalación de Mariana Salazar con los lomos de libros desarrollados por Colcultura. Con las hojas que sobraron hizo una pieza escultórica que va en el piso.

Foto:Rodrigo Sepúlveda

Análisis unisabana

Instalación de Mariana Salazar con los lomos de libros desarrollados por Colcultura. Con las hojas que sobraron hizo una pieza escultórica que va en el piso.

Un autor alcanza la universalidad cuando su obra refleja los rasgos comunes de los seres humanos.

Diego Narváez
En el ámbito literario, se habla de géneros (como en el periodismo); es decir, de estructuras o modelos para disponer esas percepciones e interpretaciones de la realidad (novelas, cuentos, relatos, poemas, biografías, etc.), con las maneras que corresponden a cada escribiente.
No obstante, el aporte valedero en la literatura consiste, más que en tratar un asunto en especial, en la manera de contarlo, en disponerlo de tal manera que cause un efecto distinto si se consideran, para compararlo, las versiones corrientes. Por eso, los grandes escritores son eso, y no parlanchines de tarima o micrófono.
Desde esa perspectiva, en la historia de la humanidad, sus más reconocidos representantes en cada uno de los campos del conocimiento ya se han sumergido en asuntos como la muerte, la pobreza, el abandono, la alegría, la infidelidad, el amor, la justicia, la traición, la infancia, la verdad, la guerra, etc.
El mérito en este trabajo, entonces, consiste en el recurso, en los métodos creativos (y originales), en las técnicas exitosas para ahondar quizás en los mismos temas, pero con un estilo propio. “En mi novela Abel Sánchez —cuenta el escritor español Miguel de Unamuno— intenté escarbar en ciertos sótanos y escondrijos del corazón, en ciertas catacumbas del alma, adonde no gustan descender los más de los mortales”.
Aparte de conservar la singularidad ineludible de cada autor, porque ninguno puede dejar de ser aquello que es, también los asuntos que trate en esas manifestaciones (literarias, en este caso) deben alcanzar una calidad “universal”.
Y debo aclarar esa concepción “universal”, que está lejos de significar reconocimiento o fama mundial, en muchos lugares o en muchas épocas: un autor alcanza la universalidad cuando cada persona que se acerca a su obra percibe los rasgos comunes de los seres humanos; que en esa obra se reflejen aquellas características que han intuido todos los hombres en todos los tiempos y en todas las latitudes. Un gran autor las revela.
Esos triunfos, fracasos, desidias, dramas, confusiones, egoísmos, alegrías, etc., es claro, necesariamente son situados en un tiempo y en unas atmósferas (“locaciones”, si se quiere), porque quizás examinar esas inquietudes humanas de forma abstracta es un asunto propio de la psicología, la filosofía, la siquiatría, la sociología o cualquier otra ciencia.
La literatura interpreta y describe, no diagnostica ni prescribe.
El compromiso de este, de ese escritor, es con la “verdad” (que de manera definitiva no está en manos de ninguna persona); su deber es con la sinceridad plena, derivada, quién lo duda, de la observación cuidadosa, de la reflexión permanente, del contraste detallado. Los mundos que este crea han de resultar verosímiles, creíbles, posibles de que surjan en esta existencia; esta tal vez sea la herramienta de mayor riqueza para causar los efectos que persigue.
El discurso, como una larga y fina alfombra, fácilmente debe desenrollarse sin que ninguna fibra rasgue ni enrede la superficie de la historia; que el lector no perciba que lee, que se olvide de su entorno, de su lugar y su momento, porque se sumerge en la trama, y que solo tome conciencia de su trance cuando llegue al punto final de ese texto y redescubra su realidad: experimentar el sacudón en las fibras de su conciencia. Claro: crear conciencia, en un marco absoluto de libertad, es la misión del escritor.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA
PROFESOR FACULTAD DE COMUNICACIÓN
UNIVERSIDAD DE LA SABANA
Diego Narváez
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