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Educación

Cómo criar niños autónomos

Divertirse interpretando roles permite a los niños que su creatividad se expanda y les ofrece un mundo de imaginación que puede proyectarse a la realidad.

Divertirse interpretando roles permite a los niños que su creatividad se expanda y les ofrece un mundo de imaginación que puede proyectarse a la realidad.

Foto:123RF

Una nueva mirada a la autoridad es lo que proponen los autores del libro The Self-Driven Child.

Luego de pasar más de 40.000 horas preparando estudiantes para el equivalente de las pruebas Saber 11 en Estados Unidos, Ned Johnson, coach motivacional vinculado a los colegios de élite en su país, empezó a preguntarse por qué alumnos con alto nivel académico, buena preparación y una gran capacidad intelectual rendían menos de lo esperado en las pruebas de selección.
“Repetidamente veía niños sacando menos puntajes en los tests reales que en los ensayos. ¿De qué sirve trabajar tanto en meter información dentro de sus cerebros si, bajo presión, sus mentes se nublan?”, dice desde una de las oficinas de su consultora Prepmatters.
Muy cerca suyo, en la localidad de Silver Spring, Maryland, el neuropsicólogo clínico William Stixrud comenzó a hacerse la misma pregunta. Acostumbrado a trabajar en el apoyo de niños y adolescentes con déficit de atención y problemas de aprendizaje de diverso orden, estaba sorprendido con lo difícil que era despejar la mente de sus pacientes, a menudo inundada por el estrés, para que pudieran enfocarse en sus objetivos.
“Hay una verdadera epidemia de problemas relacionados con el estrés, como la depresión y los trastornos de ansiedad, en los niños y adolescentes de hoy”, aacota Stixrud, al teléfono desde su consulta.
Animados por la evidencia científica que fueron encontrando y por sus propios diagnósticos, Stixrud y Johnson escribieron juntos el libro The Self-Driven child: The Science and Sence of Giving Your Kids More Control over Their Lives . Ahí explican que el estrés –a menudo paralizante– en el que están inmersos los jóvenes no tiene su raíz únicamente en la presión y las expectativas impuestas por la sociedad y por los padres, sino también en un factor clave: la falta de control.
Los miembros de las generaciones que vienen, aseguran, no están sintiendo que pueden incidir realmente en sus vidas, lo que se traduce en una constante y subterránea sensación de descontrol que los intranquiliza. Andan como autos con conductor remoto, esperando que otros les den una dirección y sin sentir que pueden –y deben– ir hacia donde ellos quieren. Por eso, cuando finalmente no les queda otra que avanzar por su cuenta, se pueden estresar a tal punto que bloquean la iniciativa, y la autonomía, el empuje, se desinfla.
“Sus su sistema de motivación interna está estancado”, denuncia Johnson en la revista Scientific American. En el mejor de los casos, la motivación se mantiene, asegura, pero basada en el temor. El miedo al fracaso, al castigo, toma entonces más fuerza que las saludables ganas de hacer un aporte, de entregar algo a la sociedad, de encontrar respuestas a preguntas profundas.
Johnson estudió el efecto en el rendimiento de la falta de sueño, el estrés, el locus de control externo (la percepción de que lo que a uno le pasa tiene causas ajenas a uno mismo), las nuevas tecnologías, la dinámica parental, la fijación de metas. Y todo lo que leyó, asegura, lo llevó a entender cómo el simple hecho de estimular en los jóvenes una sensación de control reduce el estrés y aumenta la motivación y el rendimiento.
“Necesitan sentir que se la pueden, que los adultos confiamos en ellos y en las decisiones que vayan tomando”. acota Stixrud.

Asesores, no jefes

Lograr que los jóvenes aprendan a hacerse responsables de sí mismos y que tomen las riendas de su vida depende –y en esto Stixrud, Johnson y todos los investigadores consultados para su libro están de acuerdo– de la forma en la que los padres están educando a sus hijos.
Su principal queja apunta al micromanagement, esa manía de llenar la agenda de los hijos sin dejarles tiempo libre. Algo típico de los llamados “padres helicóptero”, que están encima de sus hijos todo el día para evitarles la menor caída, el menor contratiempo.
“Los padres suelen caer en el error de llenar cada segundo de la vida de sus hijos, porque estamos en una sociedad muy competitiva. Creen, erróneamente y a partir del amor, que es su trabajo asegurarse de que sus hijos sean exitosos”, explica Stixrud.
Los padres, dice el psicólogo, deben confiar en sus hijos, dejar que aprendan de sus errores y equivocaciones, lo que implica que ellos a su vez tienen que aprender a manejar la ansiedad que esto les pueda producir.
“Hay que practicar con ellos la toma de decisiones, y entender que las estas no se pueden tomar separadas de lo emocional. No son solo racionales. El peor mensaje que se le puede dar a un hijo es “no confiamos en ti” o “nosotros sabemos mejor que tú” ”, precisa. La idea, plantean Stixrud y Johnson, es que los padres no tomen las decisiones por sus hijos, sino que les vayan enseñando a sus hijos a hacerlo.
“Nuestros hijos quieren que sus vidas funcionen y nuestro deber es apoyarlos, no asegurarnos de que decidan lo que nosotros creemos que es correcto. Los padres deben pensar en sí mismos como si fueran consultores, no jefes de sus hijos. Influenciadores o mentores, no patrones. Esto implica plantearles preguntas, hablarles sobre los costos, beneficios y posibles alcances de cada decisión, siempre ajustándose a su edad”.
Según Stixrud, cuando los padres establecen este tipo de relación con sus hijos, ellos después vuelven a la familia en busca de ayuda y asesoría. Si no, aumenta el riesgo de que busquen consejos afuera, y no siempre en las personas más adecuadas.
“La meta es que los padres ejerzan influencia, más que poder. Mandar y controlar puede provocar rebelión u obediencia ciega. En cambio la autoridad en términos de conocimiento y sabiduría va forjando su camino hacia los corazones y mentes de los niños. Lo que queremos es que nuestros niños sientan que estamos haciendo las cosas para ellos, no por ellos”.

Las redes sociales generan estrés

La investigadora Jean Twenge, de la Universidad de San Diego –varias veces citada por Stixrud y Johnson– ha indagado cómo han cambiado los jóvenes en los últimos 30 años. Sus estudios describen a una juventud con pocas herramientas para enfrentar las demandas de la adultez. Según sus hallazgos, en esta generación hay una proporción más alta de depresión y ansiedad que la que se daba en personas de su misma edad, en períodos como la Segunda Guerra Mundial.
En los últimos seis años, dice Stixrud, este problema ha tenido un crecimiento exponencial que coincide con el surgimiento de las redes sociales. “Estas pueden ser una fuente extra de ansiedad. ¿Qué control se puede tener sobre lo que sucede después de que se ‘postea’ algo?”, dice.
Además, la posverdad, esas fotos de vidas perfectas que vemos en Instagram o Facebook, no hacen más que aumentar la sensación de que el niño o joven no está siendo lo suficientemente bueno, lindo, feliz y exitoso, lo cual hace crecer su sensación relativa de estrés. Y según el especialista, lo más grave es cómo estas tecnologías están quitándole horas al sueño y al no dormir lo suficiente –explica– también se ve afectada la capacidad de regular el estrés y la ansiedad, y de sentir que estamos en control de nuestras vidas.
SOFÍA BEUCHAT - EL MERCURIO (CHILE)
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