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Ciencia

Las lecciones que nos deja el iceberg que se desprendió

"El nacimiento de estos grandes témpanos es un proceso natural ahora. En el futuro será más frecuente y los humanos tendremos gran parte de la culpa".

"El nacimiento de estos grandes témpanos es un proceso natural ahora. En el futuro será más frecuente y los humanos tendremos gran parte de la culpa".

Foto:Cortesía Angela Posada-Swafford

Este gran trozo de la Antártida puede enseñar muchas cosas sobre el derretimiento de los polos.

Uno los ve antes que cualquier otra cosa, anunciando la presencia del continente: témpanos tabulares. Aparecen entre la bruma pegajosa, gigantes, sólidos, minimalistas, intimidantes. Son estructuras de techos planos tan altos como edificios, y del tamaño de barrios, ciudades y hasta países pequeños, recién desprendidas de las plataformas de hielo que bordean a la Antártida. Arrastrados por el viento y la corriente Circumpolar en un lento remolino permanente, rodean al continente como un cinturón de asteroides blancos.
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El British Antarctic Survey proporciona imágenes sorprendentes de un iceberg del tamaño de Delaware, uno de los más grandes jamás vistos, que quedó a la deriva tras romperse de una plataforma de hielo en la Antártida Occidental.

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El más nuevo nació la semana pasada y se llama iceberg A68, un código otorgado por el National Ice Center, en Estados Unidos, según las coordenadas geográficas del lugar del cual se desprenden. La A corresponde a los mares de Bellingshausen y Weddell, al occidente de la Península Antártica. Aunque tiene 5.800 kilómetros cuadrados, unas tres veces el área de Bogotá, no es el más grande: en el 2000 se desprendió uno más extenso.
No obstante, el A68 es especialmente importante. Aunque no va a significar un aumento del nivel del mar (porque la plataforma Larsen C, de la cual se desprendió, ya estaba flotando sobre el agua), sí podría pasar a la historia como un gran campanazo de alerta sobre el cambio climático.
“El nacimiento de estos grandes témpanos es un proceso natural ahora. En el futuro será más frecuente y los humanos tendremos gran parte de la culpa –si no toda–, ya que el calor que inyectamos en el agua y en el aire ataca a las plataformas por debajo y por encima”, dice Luke Trusel, de la Universidad de Rowan en Nueva Jersey, experto en hielo polar y autor de un citado estudio sobre la estabilidad de las grandes barreras heladas.
“A68 podría ser el témpano que marque la línea divisoria entre ambas eras –agrega–. Su desprendimiento es clave porque, aunque otros lugares de la Antártida son mucho más importantes en términos de su capacidad de iniciar un rápido aumento del nivel del mar, lo que los científicos puedan aprender acerca de la dinámica de la plataforma Larsen C aportará un modelo invaluable de cómo se comienzan a desmoronar otras plataformas de hielo”.
En otras palabras, explica Trusel, este iceberg nos dejará lecciones sobre lo que podría sucederle al resto de la Antártida y ayudará a refinar las proyecciones sobre el aumento del nivel del mar.
El A68 puede verse como el resumen de la historia del hielo antártico. Es el final de un camino que dura miles de años y que comienza con unos cuantos cristales depositados por alguna nevada en el Polo Sur Geográfico, a por lo menos 2.500 kilómetros de la costa. Ese hielo recién caído se compacta y se hunde bajo capas y más capas a medida que van cayendo nuevas nevadas. Con los años y la gravedad, se va deslizando hacia los lados del continente, como una gran cinta rodante (la Antártida es similar a un tazón de cereal bocabajo).
Desde la planicie polar, el hielo se desborda hacia abajo en forma de glaciares inmensos, como merengue en una torta, hasta terminar en las llanuras costeras, formando plataformas como la de Larsen y las aun más grandes de Filchner-Ronne o Ross, esta última similar en tamaño a Francia. La función de las plataformas es vital: apuntalar todo ese hielo que viene atrás, bajando por las pendientes del tazón de cereal. Son las murallas del continente. Rómpalas y el hielo saldrá a borbotones. Y entonces sí que subirá el nivel del mar.
Estas tres plataformas son las mayores fábricas de témpanos tabulares, como el A68. De manera natural, el hielo en sus bordes se va partiendo periódicamente. Es como si la Antártida mudara de piel. Solo que esa muda se está acelerando. Cada año se producen unos 5.000 témpanos antárticos (seis veces más de los que genera el Ártico), cada uno de los cuales contiene millones de toneladas de agua pura. Y se ha calculado que en el Océano Austral hay unos 200.000 témpanos.
Durante su viaje desde el polo, el hielo, que es muy plástico, sufrirá una enorme serie de transformaciones. Será compactado, arrastrado, deslizado, partido, desmoronado, derretido y vuelto a congelar. Sometido a enormes presiones internas, su corazón ha acumulado burbujas de aire desde tiempos inmemoriales que nos dicen cómo era la atmósfera prehistórica. El iceberg es tan denso, tan compacto por su vejez y el peso de todo lo que ha debido soportar, que absorbe todos los colores y refleja el azul. Los expertos leen las capas de su corazón como si fueran los anillos de un árbol, registrando todas las nevadas y los cambios de temperatura que experimentó. El grosor de un témpano tabular varía entre los 100 y los 1.000 metros, desde la cima hasta la parte sumergida más baja. Y como el 90 por ciento de su masa está bajo el agua, ver uno de 50 metros de altura, por ejemplo, significa que de ahí para abajo ¡hay 450 metros de hielo! Y son tan compactos que permanecen años –hasta más de una década– en el paisaje, partidos en trozos errantes. A veces ‘migran’ hacia el norte, por lo cual Argentina y Chile podrían ver hijos del A68 dentro de algunos años.
Desde la planicie polar, el hielo se desborda hacia abajo en forma de glaciares inmensos, como merengue en una torta.

Desde la planicie polar, el hielo se desborda hacia abajo en forma de glaciares inmensos, como merengue en una torta.

Foto:Cortesía Angela Posada-Swafford

Traficantes de nutrientes

El iceberg también acarrea polvo, rocas, nitratos y hasta meteoritos, y quién sabe cuántas otras sorpresas. Hay quienes afirman que incluso podrían contener restos de viejas estaciones de investigación enterradas décadas atrás por las nevadas, y transportados hacia afuera del continente en su constante reciclaje.
A medida que se derrite, el témpano libera nutrientes y algo de calor, y eso atrae algas, plancton y otros organismos, que forman una pequeña biosfera marina a su alrededor.
Hace un par de años, miembros del Instituto de Investigaciones del Acuario de Monterrey monitorearon dos monolitos de hielo que andaban a la deriva en el mar de Amundsen. Querían saber qué animales vivían sobre, entre o debajo de ellos. Usando un sumergible manejado a control remoto, recolectaron una sorprendente cantidad de criaturas. “Era como si cada iceberg se hubiera convertido en una isla tropical –comentó en su momento el oceanógrafo Kenneth Smith–. Alrededor y a lo largo de las paredes, por encima y por debajo del agua, había un anillo de vida, una verdadera explosión de animales y plantas, microscópicas y grandes; aves, peces hielo bebés, lombrices trasparentes en el hielo mismo y, obviamente, tardígrados, los organismos más resistentes del planeta”.
Uno imagina esos 200.000 témpanos que rodean la Antártida, cada uno de ellos como un microcosmos, con su propia forma de reaccionar ante las circunstancias del medio ambiente, y entiende que el valor de un iceberg va más allá de su rol como vara medidora del cambio climático.
Ahora, los climatólogos vigilan con ojos de lince no al A68, sino el lugar de su desprendimiento. Se espera que, por el momento, la plataforma de hielo Larsen C permanezca estable. Según los glaciólogos, hubo suerte: la mayor parte del iceberg pertenecía a la llamada ‘zona pasiva’, un área más bien muerta de la enorme planicie. Sin embargo, una pequeña parte sí estaba conectada a los glaciares activos, esos que tienen hielo empujándolos hacia abajo. “Habrá que observarlos bien para ver si se acelera su camino hacia el mar”, concluye Trusel, el glaciólogo.
Pocas estructuras tan fascinantes como un iceberg. Al cabo de un tiempo, parecen vivos, seres de luz pálida con su propia personalidad. Ahora A68 pasa a ser como la abeja reina de la colmena.

Ojo al manto helado del este antártico

Si por el mar de Weddell llueve, al otro lado de la Península Antártica no escampa. En el mar de Amundsen hay dos glaciares que se están desangrando a tal velocidad que tienen asombrados a los científicos. La plataforma de Pine Island, por ejemplo, se adelgazó 50 metros en 20 años. Las pequeñas plataformas que contienen el derrame de este glaciar y el de Thwaites están comenzando a fallar, con una gran diferencia frente a la barrera Larsen: estas tienen frenado el Manto de Hielo de la Antártida occidental, un domo de cuatro kilómetros de grosor y una extensión apenas menor que la de Colombia. Saber exactamente lo que está sucediendo allá implica subirse a una avioneta, aterrizar sobre la superficie helada, pararse encima de los glaciares y plataformas, y enterrar instrumentos en el hielo para tomar temperaturas. Hasta no hace mucho eso era visto como una locura, porque hay grietas por todas partes, justamente causadas por el derretimiento. Pero la necesidad de información es tan grande que un equipo de expertos estadunidenses finalmente lo hizo en el 2012.
Las observaciones fueron suficientes para que fundaciones científicas de Estados Unidos y el Reino Unido anunciaran un esfuerzo coordinado de 25 millones de dólares para usar barcos, robots, satélites y aviones con el objetivo de establecer el estatus del glaciar Thwaites, que por sí solo tiene la capacidad de aumentarle cuatro metros al nivel del mar.
Ángela Posada- Swafford*
* Periodista científica con experiencia en varias expediciones antárticas.
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