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Un libro con millones de caras / En defensa del idioma

La Comisión Europea resaltó la importancia de las notificaciones y las peticiones de información, al ser las principales fuentes de información para los exámenes que lleva a cabo esta institución.

La Comisión Europea resaltó la importancia de las notificaciones y las peticiones de información, al ser las principales fuentes de información para los exámenes que lleva a cabo esta institución.

Foto:AFP

ANÁLISIS UNISABANA

Análisis UniSabana

La soledad, la egolatría y la necesidad de reconocimiento son motivos para hacer parte de Facebook.

Luisa Mercado
Esta, Facebook, se considera la red de comunicaciones con mayor cantidad de usuarios en el mundo. El efecto indetenible y aglutinante aumentan su fuerza y poder debido a la absorción, incontrolable para algunos, de permanecer en un constante intercambio de impresiones.
Cuando los medios masivos tradicionales siguen promocionando una y otra vez las imágenes de los famosos, con una incontable cantidad de significados de la palabra “éxito”, incluidas las versiones de los escándalos, las estrafalarias maneras y las exorbitantes ganancias materiales, entonces millones de espectadores asumen que en esos escenarios la felicidad es eterna.
Sin embargo, debido una lógica matemática y social, el espacio para los altares de las idolatrías mediáticas es reducido. Y ahí es cuando Facebook se abre para todos los excluidos de la fama, del reconocimiento, de la figuración. Por ese inacabable e infinito espacio, aparecen así las hordas que reclaman su nicho en el mundo virtual (sin importar que sea virtual y no real). La gran ventaja, imaginan cada uno de estos, es que ellos mismos son los promotores y propagadores de su perfil, los constructores o demoledores de sus vidas.
Esas representaciones, por supuesto, persiguen el mayor número posible de “likes”; sus ansiedades y superiores deseos van detrás la aprobación, del respaldo. Necesitan del aplauso insonoro con muchos emoticones o con las falsas certificaciones de sus originales aportes.
A tanto han llegado la debilidad y la falta de criterio de estos gentiles corderos, que requieren del visto bueno de otros, de muchos otros, aunque sean, casi todas las veces, apenas unos conocidos o unos perfectos desconocidos.
Cuantos más “amigos” transiten por este remedado universo de las cosmovisiones, más será la posibilidad de hallar un consuelo compartido en las banalidades que, en últimas, son sus desvelos. ¿”Amigos”? Esa valiosa palabra ahora se manosea por aquí, en esta virtualidad, para suplir las carencias afectivas de quienes tienen pocos o no conocen a ninguno. Para obtenerlos, dicen algunos, bien vale la pena exhibir, más que la privacidad, la intimidad.

¿”Amigos”? Esa valiosa palabra ahora se manosea por aquí, en esta virtualidad, para suplir las carencias afectivas de quienes tienen pocos o no conocen a ninguno

También exponen ante millones de personas los más recónditos secretos o vulgarizan, como una cosa para todos, los misterios del cuerpo.
Pero, ese número inmenso de los llamados “contactos” (que nunca se tocan) impedirá, por fortuna, pensar en que a nadie le importamos.
Con esa cifra cada vez más creciente, un usuario de Facebook recibirá cada cinco segundos en promedio cualquier notificación, sin importar su trascendencia o intrascendencia. En estos lugares de ilusión (de donde viene “iluso”), la importancia radica en que cada quien crea que otro (s) lo ha (n) tenido en cuenta. Por supuesto, el otro pensará y actuará igual en ese carrusel mágico del afecto convertido en holograma, en fantasma.
Las palabras y las imágenes infinitas que construyen este universo en el libro de millones de caras pueden prescindir de la calidad, de la oportunidad, de la fidelidad, de la certeza.
Todo retoque es bienvenido, toda alteración se vale, ninguna omisión es reprochada, para todos hay “bendiciones”.
Por eso, los autorretratos (selfis) que por allí navegan para la eternidad se han extraído con sumo cuidado de otros tantos, que solo han sido experimentos. Esos cuadros constituyen la pintura que se quiere imponer en el imaginario de los “amigos”. “Así deben verme”, dirá cualquier esclavo de ese dictamen ajeno, aunque esa representación visual esté muy lejos de la realidad. Jamás entenderán que la realidad no cambia solo porque se la distorsione al expresarla.
La competencia por llamar la atención en Facebook lleva a aprobar ideas que ni siquiera se entienden o a completar propuestas de finales impredecibles, porque esa es la manera de rogar, de gritar “aquí estoy”, “yo existo”, a pesar de que ese reflejo proyectado al universo virtual tenga menos densidad que la niebla al medio día en el desierto del Sahara. Y les aterra que esos fantasmas los “eliminen” de su red, convulsionan cuando nadie ha respondido a sus “agudezas”.
Sí, ese es el libro de millones de caras, en el que todos quieren verse y muy pocos mostrase; pero acaban por exhibirse.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA V.
Luisa Mercado
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