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Proceso de Paz

Un berraco del Sinú: historias de 'raca mandaca'

Víctor Negrete Barrera

Víctor Negrete Barrera

Foto:

Más que en el conflicto, el investigador Víctor Negrete se concentra en los actores sociales.

La violencia manchó la tierra y la memoria de quienes la padecieron fue la tinta con la cual el sinuano Víctor Negrete Barrera y otros escribieron la historia que les fue devuelta a sus dueños en cartillas con dibujos, programas radiales, videos, artículos y libros.
“El silencio no nació con la tierra ni tampoco llegó para quedarse a pesar de la violencia”. Esta es para el hombre de 74 años nacido en Montería, al norte de Colombia, la verdad de a puño sobre el territorio donde durante el siglo XX se libraron feroces luchas campesinas, las cuales pasado el tiempo serían arrasadas por grupos armados como las Autodefensas.
La historia de Víctor Negrete es como la del maestro Orlando Fals Borda, padre de la sociología en Colombia, también del Caribe, quien un día salió de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, junto con otros intelectuales, para emprender una empresa que buscó escuchar la voz de los invisibles.
Negrete, por su parte, trabajador social nacido a orillas del Sinú, dejó los estudios de biología y química y se fue en burro y en canoa a conocer qué hacía especial a esa cultura anfibia que desde 1920 peleó por la tierra que un puñado de hombres quiso arrebatarle de mil maneras: amenazas, operaciones irregulares vestidas de legalidad y masacres, todo lo cual originó desplazamiento.
Vive en la tierra donde se forjaron las Autodefensas, donde desplazaron a cientos de campesinos en disputas por la tierra. Donde se desmovilizaron los paramilitares en el 2006 y en donde hoy todavía hay rastros de las ‘Bacrim’ que mandan en algunas regiones del departamento de Córdoba.
El cabello canoso de Víctor Negrete refleja los años pasados, pero mejor, como dice él, los vividos. Es un hombre tranquilo, que habla con la parsimonia que le enseñaron los habitantes nacidos a orillas de los espejos de agua en Córdoba. No le gusta figurar, prefiere mantenerse como un ser gris, entre las comunidades y las páginas de sus investigaciones, escritas a pulso desde su oficina ubicada en el centro de Montería, en donde funciona la Fundación de Historia del Sinú.
Sus aportes están en obras colectivas e individuales que se han publicado ininterrumpidamente porque “sencillamente la historia no se detiene”. Decenas de ensayos, textos para revistas y diversos medios de comunicación y materiales hacen parte de la obra prolífica de un investigador social consumado, a quien le preocupa antes que el conflicto, los actores sociales que terminan en medio.
Hoy, cuando se habla del empoderamiento de la mujer en un contexto de equidad que busca instalar el discurso de la paz incluyente en Colombia, Víctor da cuenta de que en 1920 una mujer peleó por los derechos de las campesinas del Sinú y la sabana, Juana Julia Guzmán, sucreña, quien impulsó la conformación de la Sociedad de Obreras Redención de la Mujer. Hoy, cuando el discurso del posacuerdo invita a reconstruir la verdad y los periodistas piensan creativamente en los formatos para acercar a todas las audiencias a esas verdades, el investigador social del Sinú saca de sus archivos las historietas animadas que reseñan la lucha por la tierra, elaboradas hace 40 años.
Los tiempos convulsos entre las luchas campesinas, el fortalecimiento de los pensamientos marxistas y leninistas, la entrada del comunismo al territorio y el auge de las guerrillas fueron el tendido sobre el que hiló Víctor Negrete un pedazo de esa historia gracias a las memorias de los campesinos. “Hoy, cuando estamos en un momento de tránsito hacia otro estadio en el país, la necesidad de volver al campo no solo debe ser para reconstruir historia, sino para empoderar a quienes tienen la obligación de transformar la realidad”, dice.
Sus reflexiones llegan justo cuando muchos nos preguntamos por el periodismo que necesita el país en tiempos de transición.
¿Qué hizo de especial usted, quien se ha dedicado en cuerpo y alma a la reconstrucción de las historias con las comunidades y para ellas?
Soy tan solo un hombre del Sinú que se preguntó cómo ayudar a que no murieran las historias, a hacer eso que hoy se convida mucho desde diferentes disciplinas, a contribuir a la reconstrucción de la memoria histórica.
En sus trabajos se observa un interés por el otro, pero sin sacarlo de su entorno. Es como hacer periodismo, pero usted, desde las ciencias sociales.
Durante tantos años de lo que llamamos investigación, acción, participación (IAP), cuyo gran expositor en Colombia es Orlando Fals Borda, los sociólogos, trabajadores sociales y hasta periodistas nos embarcamos en esa metodología. Es algo valioso que vale la pena traer a colación en este instante, porque quienes estábamos en eso nos preocupamos por los formatos que debíamos generar para que las historias de la gente se pudieran compartir con sus hijos y las generaciones por llegar. Hicimos y hacemos desde la investigación social lo que ustedes que son periodistas hacen. Hoy ustedes piensan en trabajar con las redes sociales para llevar los contenidos; en esa época de movimientos sociales nosotros pensábamos en los dibujos o en la radio para compartir una lucha que merecía conocerse.
¿Qué historias contaron y cómo las contaron?
Hay un sitio en Córdoba que se llama Loma Grande, allí se presentaron situaciones complejas de toma de terrenos baldíos por parte de gente pudiente. La comunidad, por su parte, lideró invasiones para intentar evitarlo. En las refriegas hubo desórdenes y un comandante de la Policía resultó muerto. Tres de los campesinos fueron presos en Cartagena, hasta que tiempo después se demostró que no era culpables. Todos esos campesinos perdieron las tierras y muchos de ellos conformaron el movimiento campesino de 1972 que comenzó a luchar por la tierra. Esas historias las llevamos a unos folletos ilustrados. Con dibujos y pocas palabras los sacamos. En uno de ellos la historia de Loma Grande, en otro el relato de Felicita Campo, una mujer luchadora por la tierra.
Los protagonistas de las historias que recogieron eran las comunidades, pero ¿quién era el público para ese trabajo?
El grupo de investigadores en el que estábamos hicimos historias para quienes no sabían leer ni escribir. Exploramos canciones que compuso un cantautor, Máximo Jiménez, que relataban lo que ocurría en el territorio; los folletos que ya mencioné, el libro ‘Historias de Raca Mandaca’ de David Sánchez Juliao, y tomamos muchas fotografías que les devolvimos en exposiciones y que hoy hacen parte de la colección del Banco de la República. Es más, los folletos los convertimos en filminas y exhibíamos todo ello como si fuera una película de cine en improvisadas salas al aire libre en los pueblos del Sinú. Con la Universidad de Córdoba se escribieron y presentaron obras de teatro que daban cuentan de las luchas campesinas. Los folletos eran diapositivas y los convertimos en películas.
Tuvimos un espacio en radio durante 10 años, llamado Voz Campesina. ¿Para quién era todo eso? Para los dueños de las memorias y para toda la región. Hoy, pasado el tiempo, no renunciamos y combinamos lo que nos da el mundo digital, para seguir comunicando lo que ocurre en la región y que no puede obviarse ni olvidarse. Hacemos que la historia se conozca, para que lo malo ojalá no vuelva a repetirse y lo bueno se emule y dignifique.
¿Qué son las ‘Historias de Raca Mandaca’?
Son las que contó David Sánchez desde la sangre, el sufrimiento y las esperanzas de campesinos. Esas historias las recogimos cuando llegamos a conocer a la gente, que nos esperaba para hablar sin prisas, para abrir sus corazones y sus almas. Nuestro genial David las recogió en esos volúmenes que todos deberíamos leer, para entender que los testimonios de la violencia del Sinú y otras zonas del Caribe fueron explorados por hombres inquietos que tan solo queríamos entender a esa cultura anfibia y dar a conocer sus realidades. El término ‘raca mandaca’ es un costumbrismo de la tierra para referirse a lo más duro, lo más complejo, lo que no tiene igual. Quienes vivieron esa rudeza fueron unos luchadores bravos, berracos.
¿Enfrentaron la censura, los problemas, las persecuciones e incluso las amenazas, como ahora?
Ocurrieran cosas graves. Este es un país de dolores. Hubo situaciones complejas y también miedo que superamos gracias a que el acercamiento con las comunidades y con todos los actores fue desde la explicación de un trabajo social por la gente y para la gente. Pero insisto: es algo que tiene puntos de encuentro con el periodismo que necesita Colombia hoy, un periodismo comprometido con esa transición, un periodismo que no solo tiene que seguir contando muertos, sino explicar las transformaciones sociales de los territorios.
GINNA MORELO
Editora de la Unidad de Datos de EL TIEMPO
*Este artículo se publica gracias a la beca '200 años en paz, storytelling para el posconflicto', apoyada por la Escuela de Periodismo de EL TIEMPO, la Embajada de Suecia, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de La Sabana.
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