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Gobierno

11'674.951 colombianos contra la corrupción

La consulta contó con un ejército de voluntarios que hicieron pedagogía.

La consulta contó con un ejército de voluntarios que hicieron pedagogía.

Foto:César Melgarejo / Archivo EL TIEMPO

EL TIEMPO escogió como personaje del año a los colombianos que manifestaron su inconformismo.

Parecía imposible. Si uno mira atrás, nadie daba un centavo por la consulta anticorrupción. Los más optimistas hablaban de 8 millones de votos. Los escépticos, a pie de calle, de 2 o 3. Aquel 26 de agosto ni los medios de comunicación se dieron a la tarea de cubrir a fondo la jornada electoral. No había atisbo de victoria. La derrota parecía cantada. Había razones para creerlo.
Veníamos de cinco procesos electorales en menos de un año, desde la consulta liberal y las interpartidistas, pasando por las elecciones al Congreso y las dos vueltas presidenciales, lo que suponía un cúmulo de cansancio y desgaste para el electorado.
Todo eso salpicado por el fantasma de la abstención y por las mentiras recurrentes, a las que tuvieron que salirle al paso los impulsores de la iniciativa. Desde que no solo se pretendía bajarles el salario a los congresistas, sino también a los trabajadores hasta que se repartirían millones por la reposición de votos.
Pero contra todo pronóstico, la consulta popular anticorrupción que se echaron al hombro la excongresista Claudia López y la senadora Angélica Lozano, ambas de la Alianza Verde, se convirtió en el hecho político del año. Ello a pesar de que las posibilidades de que avance en el Congreso son inciertas, si bien el presidente Iván Duque asumió el compromiso de sacar adelante los proyectos.
Pero esa es otra historia. Lo cierto y contundente es que el 26 de agosto, en una jornada inédita, 11’674.951 colombianos (más que los 10’373.080 de Duque en segunda vuelta) se volcaron en las urnas para tratar de ponerle freno a la corrupción que se traga al país.
Se trataba de votar sí o no a siete puntos: reducir el salario de los congresistas, acabar con la casa por cárcel para los corruptos, apostar por la contratación transparente, abrir espacios de participación ciudadana en la distribución de los presupuestos, crear mecanismos de rendición de cuentas, obligar a la declaración de bienes, renta y conflictos de interés a los funcionarios públicos elegidos por voto y limitar a tres períodos el ejercicio en la misma corporación.
Se necesitaban 12’140.342 sufragios, es decir, el 33 por ciento del censo electoral para que el resultado se convirtiera automáticamente en un mandato para el Congreso. La consulta no ganó, pero estuvo a punto de hacerlo. De hecho, con los resultados que arrojó recientemente el censo (que rebajan el número de habitantes), habría pasado. La consulta no pasó, pero lanzó un mensaje contundente: el clamor de millones de colombianos que manifestaron, sin filtro, su hartazgo con la corrupción.
¿Qué fue lo que sacó a la gente a la calle? “La ciudadanía se movilizó sola, sin plata, sin clientelismo, sin partidos, sin apoyo institucional. Con el único incentivo de su convicción”, dice Claudia López, una de las caras más visibles de la iniciativa. No hay un perfil del elector, pero sí una conclusión: no se trata de un asunto de clase, de región o de ideología. Este rechazo a la corrupción es transversal. “La clave es que ya no es de nicho”, apunta López.

Acostumbrados al conflicto

En una nación donde el conflicto armado con todas sus aristas ocupaba la atención de la sociedad, era normal que la corrupción pasara a un segundo plano. De hecho, como recuerda Juan Carlos Rodríguez, codirector del Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes, hace unos ocho años, si se preguntaba a los colombianos cuál era el principal problema del país, el porcentaje que mencionaba la corruptela era ínfimo. De un tiempo a esta parte ganaron terreno el desempleo y la economía en ese ranquin, pero cada vez hay más malestar social por la corrupción.
La lista es tan larga como vergonzosa. Ahí están el fiscal anticorrupción extraditado a Estados Unidos, la página macabra de Odebrecht y sus tentáculos, el ‘cartel de la toga’ en la Corte Suprema, Reficar, Saludcoop, el ‘cartel de la hemofilia’, el robo de recursos de la educación y la salud y el programa de alimentación escolar PAE, por citar algunos escándalos mayúsculos. Todo ello ha desatado la indignación ciudadana.
Como reflexiona Gerardo Hernández, director ejecutivo de Transparencia por Colombia: “Ya no se trata solo de la plata, sino del impacto sobre los derechos humanos. Se trasgreden los límites económicos, se pasa a lo social y se queda en la impunidad. Eso hace que la irritación sea más alta y que se traduzca en votos”.
Lo que pasó el 26 de agosto en Colombia, opina el exmagistrado Juan Carlos Henao, uno de los arquitectos del modelo de justicia transicional y rector de la Universidad Externado (claustro que acaba de publicar una exhaustiva investigación en cuatro tomos sobre este mal) fue una catarsis colectiva. “La gente expresó su hastío frente a ese nefasto fenómeno que tenemos incrustado en todos los estamentos de la sociedad”.
Una enfermedad, una patología, una condición o como quiera llamarse que, en palabras del historiador Jorge Orlando Melo, autor de ‘Historia mínima de Colombia’, tiene raíces en la Colonia. Desde la tradición legal de que los bienes públicos y privados no se separan claramente.
De que cualquiera se puede apropiar del espacio público y excluir a los demás o la idea de que los sectores de clase alta, los propietarios, los señores del cabildo tenían derechos especiales, como el de que a sus hijos les dieran empleo y los nombraran en cargos públicos. Una tradición que, dice Melo, se sostiene.
El rector Henao cree, además, que la corrupción se volvió sistémica en los años 70, a partir del narcotráfico. “El narco cambia por completo la estructura de valores de la sociedad y trae aparejada la corrupción. Con Escobar, con los Rodríguez, con la mafia; con esas muchachitas muriéndose para que las sacara a bailar un narco. Ahí es donde se vuelve sistémica. Está anclada. Con eso no quiero decir que todos los colombianos sean corruptos, pero sí que es un problema de comportamiento social que es excesivamente grave”.
¿En medio de ese contexto es posible preguntarse entonces si los más de 11 millones de votos de la consulta representan un punto de inflexión? “Dudo que este resultado tenga un impacto político y económico grande porque ni en políticas públicas ni en la elección de candidatos con una agenda anticorrupción se ha llegado a generar un cambio”, responde Jorge E. Restrepo, profesor de Economía de la Universidad Javeriana y director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac).
Se trata del triunfo de la demagogia anticorrupción. La acción popular democrática o democracia participativa no es efectiva en esa lucha. Lo que se necesita es una legislación que permita atacarla de manera contundente”, añade.
La sombra que planea sobre la consulta, opina, por su parte, Juan Carlos Rodríguez, es que se ha creado un discurso público de que “la política es horrible y todos los políticos son horribles”. Ello, advierte, puede abrir una caja de Pandora de la que pueden salir ‘outsiders’ o antipolíticos con ideas extremistas. Por eso, su preocupación por el aparente desdén que los puntos de la consulta han tenido en el Congreso. “Eso lo que demuestra es la mirada cortoplacista que tienen los congresistas, que no ven más allá de intereses inmediatos y no se dan cuenta de cómo y cuanto se arriesgan”.

La gran paradoja

Poco o nada han avanzado los proyectos que se radicaron en el Parlamento a partir de la consulta. Este año, si acaso, cree López, solo verá la luz el punto que quita beneficios carcelarios a los corruptos. Ya se hundió la posibilidad de bajar el salario de los congresistas y nada garantiza que los otros puntos salgan adelante.
La paradoja es que a pesar de la catarsis de la sociedad colombiana, no ha pasado nada realmente significativo, como resalta Juan Carlos Henao. Por eso su insistencia en que este gobierno sea tan obsesivo con la corrupción como lo fue Santos con la paz. “Debería ser la bandera de Duque”, propone.

Nosotros somos la clase política, clientelista y corrupta y somos mayoría. Y mientras sigamos siendo mayoría esto no va a pasar, tenga o no 11 millones de votos

Cuando le preguntan por el balance de las iniciativas de la consulta en el Legislativo, Claudia López responde con una sola palabra: “Frustrante”. Ese mensaje, dice, “es una bofetada”. “La respuesta del Congreso es: ‘Ustedes y su demanda de cambio pacífico, organizada, ciudadana, nos tiene sin cuidado. Nosotros somos la clase política, clientelista y corrupta y somos mayoría. Y mientras sigamos siendo mayoría esto no va a pasar, tenga o no 11 millones de votos’”.
López, sin embargo, no se arredra. Y recuerda que no hay partido, presidente o causa ciudadana que haya sacado más de 11 millones de votos en la historia de Colombia. Pero ¿qué viene ahora?
La clave, contesta, es lograr que, “a voto limpio”, se llegue a un 51 % de congresistas de todos los partidos que no se elijan a punta de clientelismo. Lo que hay ahora, dice, es una disonancia entre cómo votan los colombianos para presidencia y cómo lo hacen para Congreso. “Pero ya hay mayoría suficiente de ciudadanos por el cambio y la transparencia. Todos están notificados”, concluye.
La importancia de esos más de 11 millones de colombianos que se movilizaron para decirle en las urnas ‘basta ya’ a los corruptos radica en el tremendo hecho político que implica que una sociedad comience a despertar en la defensa del interés común, de lo público, del país, y en últimas, de su propio futuro.
Una sociedad que ya es capaz de movilizarse de forma autónoma para manifestarse contundentemente sobre uno de los problemas más graves que la aquejan. Una sociedad que si sigue por esa senda pronto descubrirá que con su voz y su voto, con su activa participación en la política nacional, puede cambiar el destino de la Nación, puede hacer de Colombia un mejor país. Por eso para EL TIEMPO los 11’674.951 colombianos que votaron en la consulta anticorrupción son el personaje del año 2018.
TATIANA ESCÁRRAGA
Redacción Domingo
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