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Gobierno

Los secretos presidenciales de la CIA en Colombia

Alfonso López Michelsen entregó la presidencia a Julio César Turbay Ayala en 1978.

Alfonso López Michelsen entregó la presidencia a Julio César Turbay Ayala en 1978.

Foto:EL TIEMPO

Archivos desclasificados revelan cables sobre Laureano Gómez, Rojas P., López, Turbay y Betancur.

CIA. Por más de 60 años las tres letras que identifican a la Agencia Central de Inteligencia han encarnado los poderes secretos de la política exterior estadounidense, a la que se le atribuyen desde complots políticos en América Latina hasta operaciones encubiertas e infiltraciones a gobiernos de todo el mundo.
En Colombia, desembarcaron a principios de los 50 y de inmediato los hombres de ‘La Compañía’, como le decían en clave a la agencia, empezaron a escribir memorandos sobre revueltas gaitanistas en Cúcuta, miembros del Partido Comunista y las movidas del poder en la Casa de Nariño y en el Congreso. Pero también cables e informes de inteligencia donde la CIA se refiere a las conductas de seis presidentes colombianos y a sus políticas y escuderos.
Laureano Gómez, Gustavo Rojas Pinilla, Alfonso López Michelsen, Misael Pastrana Borrero, Julio César Turbay Quintero y Belisario Betancur Cuartas aparecen con frecuencia en sus reportes.
Y aunque algunos de los documentos en donde los mencionan se podían consultar en los cuatro computadores del centro de Archivos Nacionales en College Park, en Maryland, una orden judicial, emitida a principios de enero, obligó a la CIA a poner en línea toda su base de datos y a permitir el libro acceso.
Son cerca de 930.000 documentos con información de todo el mundo, en donde EL TIEMPO identificó cables que hacen alusión a Colombia, a su dirigencia y en especial a las actividades del Partido Comunista de Colombia, una especie de obsesión para los estadounidenses de cara a una guerra con la Unión Soviética.
La política de tierras de López, el golpe de Estado de Gustavo Rojas Pinilla, la polémica época de Laureano Gómez, las relaciones de Belisario Betancur con la guerrilla y el círculo cercano de Julio César Turbay fueron tema de análisis de los agentes, que reportaban a Washington.
Historiadores y allegados a los exmandatarios accedieron a analizar los cables sobre dichos gobiernos y líderes, y a controvertir algunos de los diagnósticos y calificativos de los agentes de la época cuyos sucesores siguen rondando. EL TIEMPO revela apartes de esos expedientes.

1. Sin fe en las reformas de López Michelsen

En un memo del 5 de agosto de 1974, dos días antes de su posesión, la CIA consideró que Alfonso López Michelsen llevaba al país hacia la centroizquierda. Pero “no va a traer cambios en las relaciones con Estados Unidos ni en las políticas locales”. Y agregaron: “Los latifundios no se van a tocar, pues la mayoría de los apoyos financieros de López vienen de terratenientes”.
También señalaron que López entendía que los apetitos de cambios de la juventud “exceden su capacidad (o deseo) de reordenar la sociedad. La CIA lo describió como un político “realista” y “uno de los pocos miembros del establecimiento con algo de simpatía entre las clases populares”.
Al respecto, el historiador Stephen Randall le dijo a EL TIEMPO que, en su criterio, López creía que el principal problema agrario no eran los latifundios, sino las ineficiencias de los minifundios. Para Randall, aunque el sector cafetero sí tuvo influencia, no cree que López fuera controlado por los grandes propietarios, como creían los agentes de la CIA. Y recordó la fuerte oposición sindical que López enfrentó por la alta inflación, que culminó con el violento paro cívico que sacudió a Colombia en 1977.

2. Cables sobre el ‘astuto’ Turbay

En febrero de 1978, cuando Julio César Turbay buscaba imponerse como candidato liberal, la CIA lo describió como “un político superficial que controla buena parte de la maquinaria”, con una “plataforma de campaña indecisa” y un “estilo retórico pesado”. Y aunque lo calificaron como “astuto”, añadieron: “Por su falta de educación formal y antepasados libaneses no ha sido aceptado por la élite”. Hablaron de “rumores sobre corrupción y narcotráfico en el círculo de Turbay y de sus partidarios”. Y de la deuda que iba a tener con ‘caciques’ que lo apoyaron y que supuestamente varios “podrían estar involucrados en el tráfico de drogas o que les dan protección oficial a los capos”.
En respuesta, Julio César Turbay Quintero dijo que su padre fue un hombre correcto que buscaron descalificar “con rumores de adversarios en ejercicio de prácticas sucias de campaña”. Recordó que fue él quien firmó el Tratado de Extradición, lideró la lucha contra la mafia de la Costa y que incluso en esa época EL TIEMPO reveló una carta en la que EE. UU. decía que no había ni quejas ni tachas. Stephen Randall historiador de la Universidad de Calgary explicó que la administración de Jimmy Carter presionó a los gobiernos de López y de Turbay por temas de narcotráfico y de corrupción, pero que la relación de Turbay con Washington no fue hostil.

3. Misael, tecnócrata con experiencia

Aunque la CIA creía que Misael Pastrana ganó legítimamente las elecciones de 1970, advertían que “fue por una ventaja muy corta y muchos piensan que fue elegido con fraude”, lo cual significa que “no va a tener gran aceptación pública ni se va a reconocer su legitimidad”. Lo calificaban de “tecnócrata con experiencia” más parecido a “un burócrata de rango medio que a un líder político dinámico”, e informantes de la CIA lo veían “como una marioneta del establecimiento”.
Al respecto, el profesor canadiense Stephen Randall opina que si bien la presidencia de Pastrana no fue “especialmente impactante”, pues no hubo grandes políticas sociales o económicas, “referirse a él como una marioneta es demasiado extremo”. El historiador también recordó que el líder conservador enfrentó grandes obstáculos porque varios sectores del país no consideraban que su elección hubiera sido legítima.

4. Rojas Pinilla, del apoyo al golpista a la crítica total

Para la CIA, el golpe de Estado de 1953 “acabó con el poder tiránico que tenía un grupo muy pequeño”, que permitió “parar lo que muchos sentían como una dictadura de Laureano Gómez”. La preocupación de la CIA era que el Ejército le cogiera gusto a su posición y no devolviera el poder. Cuando Rojas trató de llegar al poder a través de la Anapo, la visión de la CIA cambió: “Por su doctrina nacionalista y hostilidad a la democracia liberal, el movimiento es una fuerza autoritaria y potencialmente totalitaria”, con posiciones políticas muy “vagas” y adherentes “poco sofisticados”. Temían que, tras la derrota electoral de Rojas por un estrecho margen frente a Misael Pastrana, las denuncias de fraude terminaran en un levantamiento anapista. Lo cual en efecto pasó con la creación del M-19.
Para el historiador Daniel García-Peña, Rojas tuvo una especie de metamorfosis. “Llegó al poder con el respaldo de los liberales y conservadores ospinistas en contra del laureanismo, con muy estrechas relaciones con EE. UU. Pero una vez en el poder fue forjando su propio proyecto (Tercera Fuerza) de inspiración peronista, razón por la que las oligarquías liberal y conservadora se unieron para tumbarlo e instaurar el Frente Nacional”, explicó el experto. “Luego, con Anapo profundizó el carácter social, razón por la que atrajo diversos grupos de izquierda. Su actitud frente al fraude fue más bien tímida y el nacimiento del M-19 fue más una reacción a su pasividad”, concluyó.

5. Belisario y el proceso de paz

“Proyecta una imagen de abuelo, pero es un político mucho más astuto de lo que muestra”. Así fue descrito por la CIA el conservador Belisario Betancur. Su elección, decían, “es un enigma para muchos conservadores, sobre todo porque sus opiniones sobre algunos temas son tan inciertas como lo son sus consejeros políticos y económicos”.
Según la CIA, las ideas del mandatario eran fuente de “desconfianza por los elementos más conservadores, incluyendo los de su propio partido y sectores de las fuerzas armadas”. Por eso vaticinaron: “Betancur va a resistir a todos los esfuerzos de Reagan para embarcar a Colombia en erradicación con herbicidas y en las políticas de extradición”. De hecho, decían que, más allá del presidente, había una reticencia en el país para asumir de lleno la lucha contra el narcotráfico por “el rol que el dinero del narcotráfico ha jugado en las campañas políticas de ambos partidos políticos”.
La CIA también desconfiaba de las negociaciones de Betancur con la guerrilla, que tildaron de “pseudopaz” y de una oportunidad para los subversivos de descansar, reagruparse y reclutar.
Según el historiador Daniel García-Peña, la propuesta de paz con la cual Betancur llegó a la presidencia iba en contravía de la ‘Doctrina Reagan’, como lo fue el Grupo de Contadora. Y la entrada a los No Alineados fue una muestra de independencia. “Ni conservadores ni Ejército apoyaron la paz. El análisis de la CIA refleja la propaganda del Ejército más que la realidad, e ignora, por ejemplo, el exterminio de la Unión Patriótica”, puntualiza.

6. Laureano, el inflexible

El hombre fuerte del partido Conservador fue descrito en cables de la CIA como líder de una facción “violenta e inflexible”, de “un régimen conservador despiadado”, quien “estaba a punto de imponer una de las constituciones más reaccionarias jamás ideadas en América Latina” y que “llevó al país a una situación cercana al caos”.
Para Daniel García-Peña, miembro de la Academia de Historia, no sorprende la percepción: “Pese a que Laureano hizo lo posible para ganarse a Estados Unidos, incluyendo el envío de tropas a Corea, nunca logró la plena confianza por su pasado falangista y profascista. La violencia oficial se inició contra el gaitanismo en el gobierno de Ospina, pero se profundizó con Laureano y se extendió a la élite liberal. En vísperas del golpe de Rojas, “caos” es una caracterización correcta”.

La obsesión comunista

Como institución creada en los albores de la Guerra Fría, la CIA tenía sus ojos y espías enfocados en el Partido Comunista de Colombia (PCC) y en los grandes y poderosos sindicatos del país. Por años, monitorearon, infiltraron y registraron las reuniones políticas y los debates internos de la organización. Según los archivos desclasificados, con regularidad elaboraron listas de los dirigentes de izquierda. En abril de 1952 incluso analizaron el rol del PCC en caso de que se entrara en una guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Los agentes escribieron en ese momento que la capacidad del partido era baja, pero que podían liderar huelgas, sabotear los puertos y hasta la industria petrolera. Pero creían que no había peligro: “Los líderes del partido están identificados y podrían ser arrestados si mejora la eficiencia policial”. Tampoco pensaban que tuvieran documentación confidencial que interesara a Moscú, salvo algunos militantes, “sobre todo abogados” que, en su criterio, también podían “ser arrestados y condenados”.
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