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Videojuegos de paz

Se trata de repararse, de recobrar la capacidad de ponerse en los zapatos del otro.

Editorial .
Luego de firmado el acuerdo de paz con las Farc, ahora sí en pleno posconflicto, el verdadero paso siguiente –sobre todo para quienes han vivido en carne propia una guerra de 53 años– es aprender de nuevo a vivir en Colombia: cambiar los presupuestos, revisar las palabras, dejar atrás las costumbres que vienen con las confrontaciones. Se trata de repararse, de recobrar la capacidad de ponerse en los zapatos del otro. Y es allí, en ese empeño de recuperar la compasión, en donde tiene sentido la creación de los llamados videojuegos para la paz.
Desde el año pasado se ha venido contando cómo un grupo de expertos han estado inventándose diferentes juegos para contar –y hacer vivir– lo que ha sido el conflicto con la guerrilla. Es una buena manera de hacer memoria en el país de estos tiempos, sin duda, porque conecta con las nuevas sensibilidades y consigue que el conflicto no sea más un rumor ni un concepto apenas; pero lo que se ha estado haciendo es mejor aún porque se ha puesto en contexto por medio de documentales y de talleres sobre lo que ha pasado en Colombia en este medio siglo.
Los videojuegos de la paz, Vitimalz, Reconstrucción y Paz a la voz entre estos, han sido una iniciativa de la Unidad de Víctimas y del Ministerio de Tecnología de la Información y las Comunicaciones. Sus creadores han tenido toda la libertad para inventarse narrativas que –sin banalizar los hechos, sin reducirlos a una trama– consiguen que los estudiantes de los últimos grados de bachillerato comprendan la guerra de su país como el drama que ha devastado la naturaleza y ha truncado el futuro de por lo menos tres generaciones.
En Vitimalz, el participante debe defender una casa asediada; en Paz a la voz se vive lo que han vivido los niños en la guerra, en Reconstrucción se sigue a un personaje en las diferentes etapas del conflicto, pero en los tres, basados en serias investigaciones, se habla de un nuevo país a favor de las víctimas. En las zonas rurales han servido para deshacerse de los peores recuerdos. En las zonas urbanas han servido para probar que la guerra ha sido un hecho.
- editorial@eltiempo.com
Editorial .
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