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Semana Santa en el 2017

Estos días deben servir para reflexionar sobre lo que ha estado pasando en el mundo y en este país.

Editorial .
Suele hablarse de aquella época, mucho más cercana en el tiempo de lo que parece, en la que la Semana Santa era un paréntesis religioso, profundamente silencioso, incluso sombrío, en las rutinas de todos los días.
Eran días en que las misas, las procesiones, los ayunos, los coros, los agüeros, las recreaciones del viacrucis, los vaticinios ominosos se repetían, porque la Semana Santa era, sobre todas las cosas, un rito. Desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección se ponía en escena, con todo rigor, con toda convicción, un libreto que era la mejor prueba del catolicismo de los colombianos: decir que la Iglesia era su norte es decir una simple verdad.
Ya no es así. La Semana Santa sigue siendo el mismo rito para muchos, de oración, pero para muchos más es hoy una semana de vacaciones demasiado corta, una pausa en el difícil arranque del año, un negocio e incluso, una dura oportunidad para desatrasarse en el trabajo.
Y sin embargo, tal como lo prueban las imágenes que se han estado recogiendo por estos días; tal como lo demuestra la proliferación de iglesias evangélicas por todo el mapa del país, también se dice una simple verdad cuando se afirma que los colombianos siguen siendo personas religiosas, personas de fe que tienden a verles un sentido a los hechos de la vida.

En estos tiempos laicos, habitados por tantas religiosidades, la historia de Cristo es también el recordatorio de que nadie puede ser perseguido por sus creencias.

Colombia es un Estado laico. Desde la Constitución de 1991 es claro que todo colombiano puede creer y seguir libremente –sin perder ni uno solo de sus derechos– el culto que lo describa mejor, y que la Iglesia católica no es el rector ni la guía del Estado, sino una comunidad que reúne, que resguarda, que educa a sus fieles.
Está muy bien, pues, que cada quien se tome la Semana Santa como quiera tomársela –como una ceremonia de la fe, una fiesta de la libertad o lo que sea–, pero no cabe duda de que estos días pueden servir para hacer una reflexión sobre lo que ha estado pasando en este mundo. En este país.
Semana Santa puede ser una reflexión sobre la fe, que es superior, muchas veces, a las religiones: en la película 'Silencio', que aún se proyecta en algunos teatros de Colombia, un par de sacerdotes jesuitas del siglo XVII recorren Japón como soportando una prueba para sus convicciones, para sus dudas y sus sospechas sobre todo lo que significa vivir una vida en la fe, y de cierto modo la conclusión es la pregunta: por qué lecciones podemos aprender de la parábola de Jesucristo más allá de su sacrificio, más allá de su vaticinio sobre el vínculo que existe entre todos los seres humanos, y su promesa de un lugar, en la muerte, en el que la vida cobrará pleno sentido.
Pero en estos tiempos laicos, habitados por tantas religiosidades, la historia de Cristo es también el recordatorio de que nadie puede ser perseguido por sus creencias, ningún inocente tiene por qué temerle a la justicia de su sociedad, ninguna víctima puede ser revictimizada por los poderosos.

Qué tanto hemos logrado, en el 2017, ser una comunidad, serles útiles a los otros, con el objeto de que el barrio, la ciudad, la región, el país logren reunir, resguardar, educar a sus ciudadanos.

Si algo está advirtiéndoles a los colombianos de estos tiempos la historia de Cristo, bella, sobrecogedora y brutal, es del peligro de dejarse manipular, azuzar, enfurecer por liderazgos inescrupulosos que se regodean en la polarización y se alimentan de los miedos de los ciudadanos cansados de su suerte. El mundo de hoy está lleno de Pilatos que se lavan las manos y entregan a cualquiera a la furia de las muchedumbres.
Cristo, personaje de la fe o personaje histórico, fue víctima de las lapidaciones iracundas y las torturas públicas a las que puede ser conducida cualquier multitud de hastiados: hoy, cuando ciertos políticos fabrican sus propias versiones de los hechos, se pide justicia a diestra y siniestra antes de conocer los hechos y día a día se cruzan las fronteras de la calumnia y de la injuria sin mayores consecuencias, vale la pena usar los llamados días santos para reflexionar sobre las responsabilidades que se tienen dentro de una democracia, sobre lo fundamentales que siguen siendo la prudencia de los líderes y la educación de los liderados, sobre las creencias que debemos compartir más allá de las religiones.
Semana Santa puede ser una reflexión sobre la democracia: sobre la idea de una sociedad en la que todos cabemos, y todos tenemos los mismos derechos, y todos estamos llamados a participar, siempre y cuando cumplamos las mismas reglas, siempre y cuando entremos en el debate público sin valernos de ninguna clase de violencia.
En fin, Semana Santa puede ser la pregunta de qué tanto hemos logrado, en el 2017, ser una comunidad, trabajar cada uno en lo suyo seriamente, es decir, serles útiles a los otros, con el objeto de que el edificio, el barrio, la ciudad, la región, el país logren reunir, resguardar, educar a sus ciudadanos.
Tiene el liderazgo colombiano muchas cuentas pendientes: la corrupción y la guerra son dos legados que deben seguirse encarando y desmontando cueste lo que cueste. Tiene el Estado colombiano muchas deudas por pagar, muchos errores por reconocer. Pero de ese Estado, que aún debe aprender y ejercer la convivencia, y estar hecho de ciudadanos en mora de asumir sus responsabilidades, formamos parte todos.
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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