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Primó la sensatez

Gobierno colombiano le dio un manejo acertado al gravísimo incidente en la frontera con Venezuela.

Editorial .
La temporada invernal que por estos días golpea gran parte del país, incluido el departamento de Arauca, hace que las aguas del río del mismo nombre, que marca la frontera entre Colombia y Venezuela, adquieran un aspecto turbio. Este cuadro puede ser una metáfora de todo lo que hay en el trasfondo de lo ocurrido en su ribera colombiana esta semana, en la vereda Los Pájaros, donde alrededor de 60 militares venezolanos, en clara violación de nuestra soberanía, levantaron un campamento para después, de forma provocadora, izar su bandera.
Y es que un río revuelto al que no le faltan pescadores ocasionales en busca de ganancia se asemeja mucho al aspecto que hoy presenta el ámbito político venezolano, situación de la que, por supuesto, no pueden ser ajenas sus áreas limítrofes. La revolución bolivariana, como es bien conocido, vive sus días más difíciles desde su ascenso al poder en 1999. La Organización de Estados Americanos (OEA), de la mano de su actual secretario general, el uruguayo Luis Almagro, sigue atentamente su desarrollo, al punto de que 14 países miembros, entre ellos Colombia, Estados Unidos, México, Brasil, Argentina y Canadá, firmaron la semana que termina una declaración conjunta que habla de la suspensión del país de Nicolás Maduro en caso de que fracasen los esfuerzos diplomáticos mediante los cuales se busca que Miraflores fije un calendario electoral y libere a los presos políticos.
De ahí que, ya varias veces, conocedores del asunto hayan advertido sobre el riesgo en alza de que en esta frontera ocurriera un suceso con potencial de detonar una crisis de alto nivel y capacidad de distraer la atención del pueblo venezolano, y de todo el hemisferio, de los angustiantes desafíos con que hoy tiene que lidiar el gobierno del heredero de Hugo Chávez. Aludían no propiamente a un incidente menor, como los que con frecuencia se dan en la zona limítrofe, sino a una acción de envergadura suficiente para prender las alarmas en la Casa de Nariño.
Eso fue justamente lo que sucedió. Más de 24 horas permanecieron estas unidades en el lugar, al tiempo que respondían con evasivas a los funcionarios colombianos que allí llegaron. Los campesinos, por su parte, reclamaban, con razón, por los daños causados a sus cultivos. Ante los representantes de la Cancillería, los invasores aludían a órdenes de sus superiores, pero también alcanzaron a esgrimir descabellados argumentos relacionados con supuestas variaciones, según la época del año y el clima reinante, del cauce de la arteria fluvial en cuestión, para afirmar que se encontraban en suelo de su país.
Esto último, hay que decirlo sin ambages, no tiene pies ni cabeza: el cauce del río en ese sitio no da lugar a ningún equívoco. Sobre el origen de la orden que los llevó a cruzar el límite no hay claridad aún.
Pero lo importante aquí es que la manera como se desarrollaron los hechos permite inferir que la acción fue mucho más deliberada que errática. Y hay que decir también que queda abierto el interrogante de si fue por iniciativa de quienes tenían mando directo sobre este grupo de militares o si tuvo su origen en un nivel más alto, por más difícil que resulte creer que la plana mayor del Gobierno venezolano esté en tal actitud.
Lo cierto es que se vivieron horas de tensión que hicieron recordar episodios como el de la corbeta Caldas, en 1987, y, más recientemente, los días que siguieron al operativo que terminó en la muerte del miembro del secretariado de las Farc ‘Raúl Reyes’ en territorio ecuatoriano, operación que provocó una airada reacción del gobierno del entonces mandatario, Hugo Chávez. Independiente de cuál haya sido el origen de la orden, una somera evaluación de lo sucedido bastaba para calificarlo de grave y, sobre todo, sensible. Muy delicado.
Es de aplaudir, entonces, el manejo dado por el Gobierno colombiano, el cual supo mantener la serenidad que requiere un episodio en el que está de por medio nada menos que la soberanía nacional. Haciendo oídos sordos a voces que lamentablemente se hicieron oír pidiendo respuestas militares, el Presidente y su equipo de gobierno supieron aferrarse, como corresponde, a los canales diplomáticos, que son los indicados en momentos así de complejos entre dos naciones.
Mención aparte merecen aquellos que se desprendieron de la longeva y sana tradición que ubica los asuntos de soberanía en la esfera de las cuestiones de Estado y leyeron el episodio con el lente de la coyuntura política local. Una actitud indeseable, reprochable desde cualquier punto de vista y –al tratarse de líderes con ascendencia entre numerosos seguidores– muy irresponsable.
Las Fuerzas Militares, por último, cumplieron con su deber constitucional de defender y salvaguardar las fronteras, así quede la sensación de una reacción tardía. Pudo ser, pero el hecho es que este incidente, por fortuna superado, nunca debió presentarse.
Editorial .
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