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Otra democracia maltrecha

El resultado del referendo en Turquía deja a un país dividido y a Erdogan con demasiado poder.

Editorial .
Una cosa está clara después del polémico y ajustado triunfo del sí (con el 51,4 % de los votos frente al 48,6 % del no) en el referendo que tuvo lugar en Turquía el pasado domingo, y es que la democracia ha quedado maltrecha. Todo lo demás parece confuso.
A nadie que crea que aun con todas sus fallas no existe una forma de gobierno mejor que la de la democracia liberal con su separación de poderes, sus garantías de alternancia en el poder, su sistema de pesos y contrapesos y una prensa libre, entre otros rasgos, lo puede dejar tranquilo esta noticia. Y es que la apretada victoria de la opción que defendió y promovió el presidente Recep Tayyip Erdogan da vía libre a reformas que van en dirección contraria: con el disfraz de régimen presidencialista, Erdogan podrá controlar el poder judicial, templar aún más la rienda de la censura a la prensa, declarar el estado de emergencia sin el visto bueno del parlamento y ser reelegido para ocupar el cargo por dos períodos más. De tal manera que tiene todo servido para ser presidente turco hasta el 2029.

No sería esta la primera vez en la historia que el precio a pagar por la estabilidad regional es el recorte de la democracia en una nación.

Y si esto preocupa, el contexto en el que se desarrolló la cita en las urnas enciende nuevas alarmas. Abundan las denuncias de la oposición sobre manipulación indebida de los sufragios, mientras que los observadores internacionales de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa dejaron claro que la contienda electoral tuvo lugar en un marco legal inadecuado “en el que libertades fundamentales para un proceso democrático genuino fueron restringidas (...), por lo que las dos partes no tuvieron las mismas oportunidades”.
Más allá de estos reclamos y su veracidad, de lo que no queda duda es de la polarización que el resultado refleja y acentúa. Lo indicado ahora sería que Erdogan entendiera que debe gobernar en clave de inclusión antes de proceder, envalentonado por la victoria y las nuevas facultades, a aplastar a quienes no estén en su orilla. La manera como ha actuado después del fallido golpe del año pasado, con arrestos masivos de jueces y otros funcionarios señalados de sospechosos de haber colaborado con la intentona, no deja mayor margen para el optimismo.
Imposible pasar por alto la repercusión de lo ocurrido en el ámbito internacional. Acá la palabra clave es ‘pragmatismo’. Hay que subrayar sobre todo el enorme peso de este en una balanza que tiene en el otro lado el compromiso de los países democráticos con la defensa de esta forma de gobierno, y más cuando Turquía negocia su ingreso a la Unión Europea, que tanto se fija en estos indicadores. Pero dado el papel crucial de este país, y del propio Erdogan en temas candentes como la guerra siria y la llegada masiva de migrantes a Europa –muchos de los cuales terminan en suelo turco–, pareciera existir un silencioso pero sólido consenso entre las potencias, y en la misma Unión, sobre lo inconveniente de alzar la voz en contra de las ínfulas autoritarias del mandatario turco en este momento de traumático reacomodo del ajedrez geopolítico.
No sería esta la primera vez en la historia que el precio a pagar por la estabilidad regional es el recorte de la democracia en una nación. Ojalá no sea este el caso y se puedan armonizar ambos propósitos.
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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