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Mentiras costosas

El escándalo de la revista alemana ‘Der Spiegel’ deja urgentes reflexiones.

Editorial .
Son tiempos definitorios para el periodismo en ambos hemisferios. Y el escándalo de la legendaria y prestigiosa revista alemana Der Spiegel –en español, ‘El Espejo’– ha obligado al mundo entero, una vez más, a reflexionar a fondo sobre el estado del oficio. El llamado ‘Spiegelgate’ es la historia de la caída del premiadísimo Claas Relotius, reportero estrella de la publicación, luego de inventarse los principales detalles de algunas de las crónicas que durante años entregó a sus agradecidos y engañados editores. No es la primera vez que pasa algo así, pero este es, sin duda, el peor momento para que ocurra.
En los años ochenta, Janet Cooke, de The Washington Post, se ganó el Pulitzer por una crónica fraudulenta sobre un niño adicto a la heroína. En los noventa, Stephen Glass se hizo famoso e infame por imaginarse sus coloridas historias para The New Republic. Listado en el que también puede tener cabida Ximénez, el reportero que será narrado en una serie de televisión apoyada por esta casa editorial, quien en su momento llegó a inventarse en este mismo diario, en la década de los cuarenta, a un peligroso ladrón que tenía aterrorizada a Bogotá.
Ha sido más bien común. Y sin embargo, el engaño de Relotius llega en el momento –el peor, como decimos– en el que, por obra y gracia de ciertos políticos, demasiadas personas en todo el mundo insisten en que las noticias falsas no son la excepción sino la regla. Cuenta una extensa crónica del diario español El País que, aprovechando los desmanes de Relotius, el embajador estadounidense en Alemania –muy en la línea del presidente Trump– ha llamado “antiamericana” a la crítica y valiente Der Spiegel.
Valiéndose de su propio nombre, que promete el reflejo de lo que está pasando en los tiempos que corren, la revista alemana contó la historia de cómo fue engañada por uno de sus periodistas favoritos en un minucioso texto de veintitrés páginas. Dejó claro, de ese modo, para todos los que prefieren pensar que ya no hay que creerle al periodismo, que solo en los medios de comunicación serios es posible expulsar a un fabricante de noticias falsas, reconocer el error vergonzoso y ponerse en la tarea de enmendar el camino: los medios amañados son incapaces de reconocer sus faltas.
Fue otro periodista de la misma publicación, por demás, quien descubrió la estafa: el reportero Juan Moreno, un español radicado en Berlín que se vio obligado a redactar un reportaje a cuatro manos con Relotius, tuvo la osadía de cuestionar a su celebradísimo compañero y tuvo el coraje de reunir las pruebas que acabaron poniéndolo en jaque. Cuenta Moreno que lo hizo para salvar su prestigio apenas cayó en cuenta de que había algo sospechoso en la narración de su colega, pero la verdad es que su valor ha terminado sirviéndole al periodismo para demostrar que está en la capacidad de cuestionarse, de mantenerse, a pesar de sus errores, del lado de la verdad. Que esta es el pilar fundamental de la prensa. Y que cada traspié debe ser una lección.
editorial@eltiempo.com
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