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Los cien primeros días de Trump

El arranque del Presidente de EE. UU. ha estado marcado por lo impredecible de sus actuaciones.

Editorial .
Una cosa puede decirse con tranquilidad sobre los primeros cien días de Donald Trump en la Casa Blanca, y es que estos no tienen parangón. Comenzando porque los mismos han discurrido con innumerables e inesperados puntos de giro, como si se tratara de una serie de televisión.
No tiene comparación por varias razones. Desde las anecdóticas, como los 25 días que ha pasado en su residencia del exclusivo condominio Mar-a-Lago, en la Florida, hasta las menos banales como su obstinación con borrar el legado de su antecesor. Sobre todo, su fallido intento de desmontar el sistema de salud que dejó Barack Obama.
Hay otras más inquietantes: como la del nivel de hostilidad que desde el primer día se instaló en su relación con la prensa. El tira y afloje inicial se dio por causa de la polémica por el número de asistentes a su posesión. Episodio atravesado por otro elemento fundamental en este arranque: el de la abierta distorsión y manipulación de hechos y cifras, la misma que a veces obliga a dudar de si él y su equipo tienen claro por dónde va la línea que separa realidad y ficción.

Filtraciones dan cuenta, entre otros, de su dificultad para consolidar una dinámica de trabajo en equipo

Y como en cualquier producción televisiva, no han faltado las filtraciones con adelantos de la historia. Provienen de la entraña de la Casa Blanca y han sido el gran dolor de cabeza de Trump. Estas dan cuenta, entre otros, de su dificultad para consolidar una dinámica de trabajo en equipo, de los distintos bandos que se disputan el privilegio de hablarle al oído y de la a veces desmedida y cuestionable preponderancia que tienen sus familiares.
La trama ha tomado inesperados rumbos más de una vez: como ocurrió con la decisión de bombardear la base aérea de Siria desde donde se presume que las fuerzas de Bashar al Asad lanzaron el atroz ataque con armas químicas, seguido de la de mostrarle los dientes en forma de portaaviones a Corea del Norte, intentando disuadir a Kim Jong-un de continuar con su aventura nuclear. Ambos episodios no estaban en el libreto del candidato que aseguró innumerables veces que Estados Unidos renunciaría a ser el policía del mundo.
Un volver a barajar, propio de los mejores guionistas, que ha implicado así mismo un cambio de antagonistas. Mientras en los primeros días sus dardos iban dirigidos sobre todo a China, este ataque contra un aliado incondicional de Moscú, como lo es Al Asad, sumado a la necesidad de disipar serias y bien fundamentadas dudas sobre la influencia que ejerció Rusia en su victoria en las urnas, logró llevar las relaciones entre estos dos países a momentos de extrema tensión. Antagonista parece ser también el medioambiente, dada su insistencia en promover el uso de combustibles fósiles y sus insinuaciones, no concretadas hasta ahora, de apartarse del acuerdo de París. Y aunque la construcción del muro se enreda, su también frustrada reforma migratoria confirma que en su animadversión por los inmigrantes no se avizoran cambios súbitos.
El más reciente capítulo ha sido el de la reforma tributaria, propuesta calificada por The New York Times como risible y dirigida “a que unos pocos se enriquezcan a expensas del futuro del país”. De nuevo, nada que ver con el candidato que decía estar del lado de la clase trabajadora. Falta ver qué tanto margen le dan la gente y el Congreso para nuevos giros de este tipo.
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