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Los chalecos amarillos

Las marchas en París tienen a Emmanuel Macron en uno de los momentos más difíciles de su mandato.

Editorial .
Las imágenes han sido más que elocuentes: Emmanuel Macron, el presidente de Francia, caminando sobre las cenizas de autos, motos y bicicletas en los Campos Elíseos, la emblemática avenida parisina, escenario de la furia de miles de personas que protestan y luego chocan con la policía, como ha venido sucediendo los últimos tres sábados. Los grafitis del Arco del Triunfo en los que se pide su dimisión; el olor de las llantas aún humeantes marcando su camino. Heridos, centenares de detenidos, destrucción...
Pocas señales identifican a los protestantes: el chaleco amarillo, una prenda de seguridad vial; el uso de Facebook para convocar las marchas y haber escogido por blanco a Macron. Por lo demás, aparentemente, no hay liderazgos, ni portavoces, ni ideologías, ni partidos políticos ni sindicatos detrás de estas abrumadoras manifestaciones de descontento social que tienen al joven mandatario atravesando sus horas más difíciles y lo hacen ver en extremo frágil.
Es, a juicio de varios analistas, un reclamo de la Francia profunda, de la provincia que no se entiende bien con la capital sofisticada y glamurosa, de los que sienten que la modernidad no los tiene en cuenta y los deja atrás. Nadie los vio venir, ni siquiera los partidos políticos que ahora, oportunistas, se quieren subir a su plataforma, si es que la hay, e, igual, no encuentran una definición del movimiento.
El detonante fue el aumento de los precios del diésel, el combustible más barato, cuyo costo, después del primero de enero, casi quedará a la par con el de la gasolina. Entre las medidas de Macron está desestimular el uso de los carburantes más contaminantes, honrando el compromiso de reducción de gases y que ha sido uno de sus caballitos de batalla con el acuerdo contra el calentamiento global COP21 y su defensa de los pactos ambientales en la reciente cumbre del G20 en Buenos Aires.
Pero esto afecta directamente el bolsillo de la clase media y rural del país, ese sector de la población que año a año siente cómo pierde su poder adquisitivo, sin respuestas del Gobierno. Llama la atención que la protesta no ha prendido en los barrios más pobres, la banlieue (suburbio) que otrora incendió las calles.
En ese escenario difuso, los chalecos amarillos han logrado unir la extrema derecha con la extrema izquierda, que, aprovechando el desorden, piden lo mismo, cada uno por su lado: la disolución del Parlamento y una representación proporcional. Pero siguen sin lograr instrumentalizar a su favor el reclamo.
Aunque Macron ya anunció que no cederá con su ecotasa para el diésel, fiel a su política de no dar marcha atrás, está convocando a los manifestantes a un diálogo para prevenir otra megamarcha este sábado. El desafío es mayúsculo, pues, como los chalecos no tienen líder y sus pedidos son tan variopintos, ¿con quién y sobre qué negociarán? Pero, más allá de eso, parece que urge un timonazo en su gobierno. Ya hay demasiadas alarmas prendidas.
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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