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‘La estrategia...’: 25 años

La película sigue siendo una de las grandes producciones colombianas de todos los tiempos.

Editorial .
Cuando La estrategia del caracol fue estrenada, el 23 de diciembre de 1993, el reticente público colombiano –que desde los tiempos de El taxista millonario había estado esperando una película popular que lo convocara– de inmediato la recibió como uno de los puntos más altos de la historia de nuestro cine. Sergio Cabrera, su director, había presentado ya un primer largometraje que probaba su enorme talento: la estupenda Técnicas de duelo. Pero con La estrategia del caracol, que él mismo escribió junto con el actor Humberto Dorado, el periodista Ramón Jimeno y el guionista Jorge Goldenberg, probó que era un agudo observador de nuestra sociedad, de nuestra cultura.
Veinticinco años después, la película sigue siendo una de las grandes producciones colombianas de todos los tiempos –y una de las más taquilleras– y tan relevante como el día de su estreno, pero todo ello porque es la cumbre de la edad de oro de nuestro lenguaje audiovisual de los años ochenta: el clímax de los días de cineastas de la talla de Francisco Norden, Lisandro Duque, Carlos Mayolo, Luis Ospina o Jorge Alí Triana, pero también la gran síntesis de los bellos tiempos de series irrepetibles como Los cuervos, Caballo viejo, Don Chinche, Escalona.
En La estrategia del caracol, una fábula ejemplar sobre la desigualdad que traduce el neorrealismo al humor colombiano, están algunos de los mejores actores y los mejores realizadores que hemos tenido. Es una sátira de nuestras buenas y malas costumbres, pero también un elogio del coraje que ha sido nuestra marca de estilo. Por su historia pasan los arquetipos de la televisión colombiana: el jefe arrogante, el tinterillo, el rebuscador, el culebrero, el recitador.
Y, como un llamado a una época en la que la batalla contra la inequidad era sin cuartel, pasan la dignidad y el ingenio que nos han tenido en pie. Nadie olvida aquella frase que sus protagonistas escriben al final en la pared. Será difícil olvidarla.
editorial@eltiempo.com
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