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Frente al fanatismo

Fantasma del extremismo y la intolerancia sigue vivo. Hechos en Estados Unidos son muestra de ello.

Editorial .
Aunque somos muchos los que quisiéramos que así no fuera, cada vez va quedando más claro que el nacionalismo étnico y el fanatismo que de este surge se han abierto camino y se han consolidado como un rasgo distintivo de la política en estos tiempos que corren.
Hubo un momento, hace algunas décadas, en el que pareció que estos fantasmas, que en el pasado encarnaron en brutales regímenes opresores, habían quedado definitivamente atrás y el mundo se encaminaba irreversiblemente por la senda de la democracia. Hoy, nuevos factores se han juntado para que, otra vez, la humanidad tenga que enfrentar el desafío de detener fuerzas y emociones que son la antítesis de lo deseable en términos de la convivencia entre las personas.
Hechos recientes así lo reafirman. El clima de intolerancia y expresiones de clara connotación racial que se vive en Estados Unidos en días previos a las elecciones legislativas del próximo 6 de noviembre y el auge de movimientos nacionalistas en países europeos que conocieron de cerca la barbarie de los nazis, entre muchos otros.
Son continuas muestras de fanatismos e intolerancia que tienen hondas repercusiones en la sociedad, que cuestan en vidas, en zozobra social y políticas de gobierno. Los envíos de sobres bomba a líderes democráticos por un seguidor de Trump son un indicador. Qué decir del luctuoso atentado a una sinagoga en Pittsburgh que, lamentablemente, dejó 11 víctimas fatales.
Ello debería llevar a los dirigentes, como es el caso de Donald Trump, a dedicar todos sus esfuerzos a apaciguar estos vientos de división entre sus gobernados. Por desgracia, muchos, como en este caso o el de Bolsonaro en Brasil, no tienen problema en atizar tales antagonismos hasta el límite, sabedores de que en el corto plazo les darán réditos políticos. No les importa que estén abriendo una herida que tardará generaciones enteras en sanar.

El reto de los líderes de las naciones, y para cada ciudadano, es ser conscientes de que en sus manos está que estos vientos sean pasajeros

Aun así, visto el fenómeno con la debida distancia, es posible identificar procesos de larga duración que explican el desenlace que hoy inquieta. Como bien lo refiere el artículo del excanciller israelí Shlomo Ben Ami publicado ayer en este diario, la reacción actual contra la globalización, movida por temores de perder lo ganado por millones en el mundo; la desigualdad y el miedo que producen inevitables cambios sociales y demográficos son algunos de los ingredientes de esta receta.
Todo ello en un contexto de crecimiento y fortalecimiento de las redes sociales como nueva ágora ciudadana. Estas mueven multitudes, que azuzan los extremos y son tan dadas a cortar de plano con las complejidades y los matices. Las que privilegian la consigna sobre el argumento.
Hay un clima peligroso. El reto, en especial para los líderes de las naciones, pero también para cada ciudadano, es ser conscientes de que en sus manos está que estos vientos sean pasajeros. La manera de hacerlo no es un misterio para nadie: observar, fomentar y valorar todo aquello que nos une como miembros de una misma especie, en lugar de exacerbar lo poco que nos divide. Y actuar en consecuencia en cada uno de los campos de nuestra existencia.
EDITORIAL
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