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En los zapatos y pedales del otro

¿Qué hay detrás del preocupante aumento en las cifras de accidentalidad de biciusuarios?

Editorial .
Es un asunto muy interesante que la bicicleta gane cada vez más terreno en Colombia como alternativa de movilidad en las ciudades y como práctica deportiva. Este hecho es positivo en sí mismo, independiente, incluso, de que lo motiven en muchos casos la congestión vehicular y la falta de infraestructura.
No obstante, la buena nueva del fenómeno, consistente en que cada vez más personas de sectores que antes optaban preferiblemente por el automóvil ahora tengan como primera opción la bici –pues es claro que para otros esta siempre ha sido la mejor aliada al trasladarse–, ha venido con la mala noticia de un aumento en los índices de accidentalidad que han involucrado a biciusuarios. Como lo expuso el experto Ricardo Montezuma en este diario, las muertes de ciclistas entre el 2012 y el 2016 han crecido un 6 por ciento en el ámbito nacional. En Bogotá, la cifra es del 10,7 por ciento. En general, el centro del país es la región más peligrosa para quienes se desplazan en su ‘caballito de acero’. Boyacá, Tolima, Cundinamarca y el Distrito Capital aportan el 40 por ciento del total nacional de fatalidades. Valle y Antioquia, otro 27 por ciento.

Quienes conducen, pedalean y caminan deben poner lo suyo evitando perversas lógicas de polarización y agresividad

Es necesario tener presente que el auge de este medio de transporte se inserta en la realidad no solo de las calles colombianas, sino también de la sociedad misma. Y urge comprender que los obstáculos que impiden lograr avances en otros campos son los mismos que hacen más difícil cumplir el objetivo de poder convivir todos pacíficamente en la vía.
La reticencia de muchos –conductores de vehículos, pero además ciclistas y peatones– a observar las normas del Código de Tránsito, así como la agresividad reinante y la tendencia a convertir lo que debería ser una causa común en un nuevo factor de polarización son solo síntomas de ciertos males estructurales. Es a ellos a quienes hay que apuntarles al formular políticas y estrategias tendientes a disminuir los incidentes y, sobre todo, para que cese la agresividad en calles y carreteras, como también en andenes y ciclorrutas.
Se trata de conseguir que el respeto al biciusuario y al peatón ocurra porque es posible ponerse en su lugar. Por supuesto, es importante contar con una institucionalidad que haga cumplir las normas y establezca sanciones disuasorias, es decir, un Estado fuerte. Pero este debe ser un aspecto complementario al de la capacidad de la gente de reconocer al actor vial como un par y no como un rival, que es la preocupante situación actual. Una campaña reciente apuntaba en esa dirección al recordar que todos somos peatones.
El Estado tiene su parte en esta tarea: debe disponer de normas que respondan a la realidad y mecanismos eficientes para hacerlas cumplir. Al tiempo, quienes conducen, pedalean y caminan deben poner lo suyo evitando perversas lógicas de polarización, como aquellas que ven en unos un clan que debe competir, muchas veces y por desgracia, a muerte con el otro por monopolizar la vía. Hacer el ejercicio esporádico de cambiar de modo de movilización es un primer paso para ponerse en los zapatos y pedales del otro.
editorial@eltiempo.com
Para reducir el trágico promedio de muertes se requieren acciones conjuntas de múltiples entidades.

Para reducir el trágico promedio de muertes se requieren acciones conjuntas de múltiples entidades.

Foto:Mauricio Moreno / Archivo EL TIEMPO

Editorial .
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