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El lenguaje de la Navidad

Todas las historias que vuelven a contarse cada año sugieren encarar el mundo con bondad.

Editorial .
Diciembre es un mes abrumador: los trancones aplazan todos los planes, cuesta moverse en los lugares públicos atestados de gente y el dinero a duras penas alcanza para conseguir los regalos de las listas. Y sin embargo, en Navidad, hoy y mañana, cuando cada familia se encuentra alrededor de sus propios símbolos, suele lograrse una pausa, una tregua en la que se habla el lenguaje de la bondad: “El lenguaje que los sordos pueden oír y los ciegos pueden ver”, decía el escritor norteamericano Mark Twain.
El breve despertar de la Nochebuena invita a las personas y a los personajes de ficción a ver el vaso lleno: todas las historias que vuelven a contarse cada año, desde el relato del nacimiento de Jesús hasta ‘La vendedora de cerillas’, sugieren reconocer lo que se tiene y encarar el mundo con bondad.
También apuntan a ver con los propios ojos lo que está sucediendo a los demás, a los niños principalmente, para quienes es esta época. Según el informe anual de la Unicef, que está cumpliendo treinta años de llevarse a cabo, de no enfrentarse las inequidades que siguen dándose en el planeta entero, dentro de diez años habrá 167 millones de niños viviendo en la pobreza extrema y 69 millones menores de cinco años morirán de pura pobreza: si bien los indicadores han mejorado en estas últimas tres décadas, la situación de la infancia en el mundo sigue pareciéndose a la del personaje del relato desgarrador de Hans Christian Andersen.
También en Colombia las cifras han mejorado en los últimos treinta años, gracias a los programas estatales y al fin de la devastadora guerra con las Farc –la misma Unicef reconoce que el país “ha logrado un progreso significativo en mejorar las oportunidades y la calidad de vida de los ciudadanos”–, pero la violencia, la explotación sexual y la pobreza siguen siendo pesadillas de todos los días: la nuestra es la cuarta nación del mundo donde asesinan más niños; una de cada cinco madres son adolescentes en nuestro territorio; tres casos de abuso sexual son reportados cada hora y, según informes de Medicina Legal, el 87 por ciento de las víctimas son menores de edad.
Un año después sigue siendo una buena noticia la desmovilización, el desarme y la incorporación a la vida civil y a la vida política de los excombatientes de las Farc, pero sobre todo lo es por cifras como esta: 112 menores de edad fueron trasladados desde las zonas especiales hasta los refugios en donde han estado tratando de ser menores de edad otra vez. Se acaba una guerra para eso: para que los niños no tengan que formar parte de ella, para que ellos no sean secuestrados, ni reclutados, ni bombardeados, ni violados ni fusilados en cualquier paraje que nadie está mirando.
La historia de la Navidad es la historia de todos los niños: la de un nacimiento –y de la familia irrepetible que lo vela– a pesar de las guerras y de las enfermedades y de los Herodes de la Tierra. Sí que han aumentado las tradiciones navideñas en Colombia en este último siglo. Hemos ido del Niño Dios a Papá Noel, del pesebre católico al árbol cristiano, de los tamales al pavo dorado, de la novena de aguinaldos a los villancicos en inglés, pero después de los adornos y las postales y los regalos y de las estrategias comerciales, al final, tiene que quedar la vocación a darles a los niños una vida mejor que aquella que nos dieron a nosotros, y el estado de la infancia sigue siendo la medida de qué tan bien estamos funcionando como sociedad.
A principios de este mes fue aprobado en la Cámara de Representantes un proyecto de ley que despejaría el futuro de unos 125.000 niños y adolescentes abandonados, maltratados y sin hogar: se trata de quitarles a los jueces y a los defensores de familia la obligación delirante de buscar parientes hasta sexto grado de consanguinidad de los niños vulnerables; se pretende darles a los jueces y a los defensores un plazo máximo de 18 meses para que entreguen en adopción a los menores bajo protección del ICBF; se persigue que las cifras, que desde 2011 no han dejado de aumentar, no describan una sociedad que tiene problemas más urgentes.
El 10 de septiembre de este año, el papa Francisco dijo lo siguiente ante los 300 niños sin hogar de los Hogares Infantiles San José: “También el Niño Jesús fue víctima del odio y de la persecución, también él tuvo que huir con su familia, dejar su tierra y su casa para escapar de la muerte. Ver sufrir a los niños hace mal al alma porque los niños son los predilectos de Jesús. No podemos aceptar que se los maltrate, que se les impida el derecho a vivir su niñez con serenidad y alegría, que se les niegue un futuro de esperanza”. Cómo no estar de acuerdo. Cómo no recobrar hoy esas palabras, pronunciadas con el lenguaje de la bondad, si la idea de la Navidad es volver a nacer.
editorial@eltiempo.com
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