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El auge de las firmas

¿Hasta dónde es sostenible dicha explosión de campañas respaldadas con firmas?

Editorial .
El propósito original de la posibilidad de inscribir candidaturas con respaldo de firmas en lugar de avales de partidos era el de hacer más abierto el sistema democrático. Esta novedad vino con la Constitución de 1991, en tiempos en los que partidos tradicionales monopolizaban la representación de los intereses y de las demandas de la ciudadanía. No pocos académicos atribuían a lo cerrado del sistema muchos de los muy serios problemas que en aquellas fechas enfrentaba Colombia, entre ellos la insurgencia armada.
Y es que para entonces liberales y conservadores, herederos de una tradición política bipartidista consolidada gracias al Frente Nacional, dominaban la política. Y lo hacían, en parte, merced a que, con deficiencias y virtudes, poseían una organización interna robusta y unas bases numerosas. Una gran capacidad para movilizar electores.
Hoy, un cuarto de siglo después, mucha agua ha corrido bajo el puente. Distintos factores, que van desde profundos cambios en la sociedad colombiana hasta escándalos de corrupción bien conocidos, como el del proceso 8.000 o la ‘parapolítica’, han ido minando tal poder de convocatoria. No es algo que haya ocurrido de repente, basta con tener en cuenta que tanto Andrés Pastrana como Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos llegaron a la Casa de Nariño con el aval de colectividades nuevas, así como de coaliciones en las que ‘azules’ y ‘rojos’ eran uno más.

No es claro si se trata de una señal de una ciudadanía empoderada que clama por cambios o de un atajo en tiempos en los que el palo no está para cucharas

De regreso al tema inicial, hay que señalar que, justo cuando la imagen de los partidos está en su peor momento histórico, los movimientos de origen ciudadano experimentan un auge sin precedentes. Ya son cerca de treinta los aspirantes a la presidencia que quieren tomar esta vía.
Es un panorama con tanto de largo como de ancho. Puede interpretarse como señal de una democracia vigorosa, de una ciudadanía empoderada que recurre a las herramientas que le brinda la Constitución, en busca de nuevos aires, dado el desgaste de las viejas instituciones. Lo cual, sobre el papel, suena alentador.
La pregunta es hasta qué punto la realidad se corresponde con esta lectura. Y también, hasta dónde dicha explosión de campañas respaldadas con firmas –la cual, sin lugar a dudas, es la demostración de la crisis de los partidos, tradicionales y no tanto– es sostenible, y cómo todos anhelamos un camino hacia la renovación y no un salto a un vacío con nombre propio: caudillismo.
Habrá que establecer también, y esto preocupa, cuántas de estas aspiraciones han recurrido a la recolección de rúbricas por verdadera convicción y cuántas porque han descubierto que esta opción es un tentador atajo. Son conocidas las ventajas comparativas de las campañas de este tipo frente a las que están obligados a llevar a cabo los representantes de los partidos y movimientos ya existentes.
Preocupa, pues se trataría de una perversión del espíritu original de esta herramienta, acción poco recomendable en momentos en que la ciudadanía demuestra mayor sensibilidad frente a esta clase de conductas. Aquellas que hacen equilibrio sobre la raya que señala el límite entre lo éticamente aceptable y esa zona gris que alberga lo que puede ser todavía legal pero ya es impresentable. Sobre todo en estos tiempos.
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