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Vender el celular

¿Cómo hablarles a los niños de intimidad si les hemos enseñado a posar, antes que a hablar?

Yolanda Reyes
“El ICBF recomienda a los papás y a las mamás no regalar celulares inteligentes a los niños menores de 14 años. Son muchos los riesgos!!!”, exclamó la directora Cristina Plazas en su cuenta institucional, con ese esquematismo de los 140 caracteres de Twitter, que puede convertir cualquier tema, por complejo que sea, en frase hecha.
Su recomendación fue leída como una prohibición o como una directriz impartida nada menos que por la máxima autoridad del Estado en políticas de infancia, niñez y adolescencia, y suscitó diversas reacciones, desde la preocupación de las familias (¿habría que esconder los celulares en presencia de la autoridad?) hasta la polémica sobre el papel de un instituto que parecía confundir su misión de garantizar los derechos de los niños con la de aconsejar a los padres sobre el manejo de los dispositivos electrónicos.
Como era de esperarse, los medios de comunicación amplificaron los rasgos esquemáticos del trino, que son los que producen titulares, para convertir el límite de edad de los 14 años que, según la opinión de Plazas, era una especie de franja morada para el acceso al plan de datos, en la idea central de una discusión bastante más compleja.
“Muchos de los casos de suicidio, abuso sexual, trata de personas, extorsión y pornografía infantil que se reportan y que tanto dolor han dejado a niños y padres comenzaron con un teléfono celular inteligente y con la apertura de una cuenta en una red social”, sentenció la directora del ICBF, y aunque el acceso irrestricto a las TIC por parte de menores es un evidente factor de riesgo frente al abuso sexual infantil, su argumentación de “todo comenzó con un celular” resultaba tan reduccionista como aquel chiste del marido que atribuía al sofá la infidelidad de la esposa.
En realidad, todo comienza antes y la pregunta acerca del uso de los celulares en la infancia no solo tiene que ver con la pornografía, sino con las formas de vinculación entre niños y adultos que están sufriendo una mutación dramática, con efectos aún desconocidos.
Si bien esta revolución digital irreversible nos asusta y nos hace acudir a fórmulas simples para recuperar un control que se nos escapa de las manos –no solo para controlar a los niños sino a nosotros mismos–, reducir las preguntas al uso del celular de tal o cual modelo en tal edad es un obstáculo para hacernos preguntas más hondas sobre nuestro rol como adultos.
En un mundo abierto de par en par al conocimiento y a la invención y, paradójicamente también, a los peligros que entraña esa apertura, es necesario repensar y recuperar el sentido de las viejas palabras que enmarcan las relaciones entre niños y adultos. ¿Qué significan, por ejemplo, conceptos como la confianza, la comunicación, el tiempo y el cuidado? ¿Qué significan los límites, en un mundo sin fronteras? ¿Cómo acompañar paulatinamente a estos nativos digitales que saben muchísimo más de tecnología que nosotros, pero que necesitan más que nunca de nuestros saberes ancestrales sobre las emociones de la vida?
Es sintomático que este debate sobre la comunicación (pero no solo celular) se haya “activado” en 140 caracteres frente a estas pantallas que emiten destellos permanentes de nosotros y que nos mantienen absortos, sin levantar apenas la cabeza para mirar a nuestros seres queridos. Me pregunto qué pensarán los niños de esta disociación entre lo que hacemos los adultos todo el día con nuestros talismanes electrónicos y lo que esperamos que ellos NO hagan. ¿Cómo hablarles de intimidad si les hemos enseñado a posar, antes que a hablar? ¿Cómo pedirles que no exhiban fotos de sus cuerpos si, en vez de mirarlos a los ojos, los hemos visto crecer pegados al ojo de una cámara?
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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