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Un año raro

Aprovecharé Navidad para entender el sentido cristiano de la solidaridad y de la culpa. 

Yolanda Reyes
En estos días, cuando la temporada navideña nos convoca nuevamente a celebrar viejos rituales con gente tan cercana en los afectos y a veces tan lejana en las ideas, tal vez vamos a estar todos de acuerdo en una apreciación: el 2018 ha sido un año raro, por decir lo menos. Y es posible que en semejante año, el más incierto e incomprensible de los que quizás recuerden las diversas generaciones reunidas en las fiestas de los hogares colombianos, nadie quiera jugarse la armonía familiar ni terminar en forma anticipada las veladas, dando un portazo, por defender al Presidente o al Gobierno.
Pero, como en estas fechas es recomendable buscarle a toda noticia, por mala que sea, el lado positivo, me parece una buena nueva que, en medio de nuestra habitual polarización, los comensales sentados a la mesa podamos por fin sentirnos hermanados en torno a esta sensación nacional de desconexión con la política, y conversar, incluso, y lograr un consenso milagroso en los tiempos que corren sobre esta sensación de desencanto ciudadano.
No se necesita ser una firma encuestadora para vaticinar que la pérdida de confianza en los líderes políticos y la crisis de credibilidad que ha puesto bajo sospecha a todas las instancias del Estado, con los organismos de control a la cabeza de la lista, se reflejará en un cambio de alineación en las tendencias de las fiestas decembrinas. En vez de la división habitual de bandos entre la derecha y todo lo demás (eso que la derecha llama ‘izquierda’, ‘comunismo’ o ‘castrochavismo’), es probable que la polarización se exprese ahora de una forma más sencilla: de un lado, los gobernantes y sus amigos que detentan o disfrutan el poder político. Del otro, los llamados ciudadanos del común.
Por primera vez en mucho tiempo, este fin de año albergo un sentimiento de fraternidad con todos los que pagamos impuestos, sin importar color político, ideario, partido o tendencia, y con todos los que descubrimos, aterrados, como si un velo se nos hubiera caído de repente de los ojos, lo que siempre hemos sabido: que hay una cantidad de compatriotas que ganan en un mes lo que muchos no alcanzan a ganar en todo el año (o en la vida); que hay una puerta giratoria y unos ‘doctores’ con poderes invisibles que adjudican privilegios (contratos, licitaciones, carreteras eternas, repagadas con nuestra plata y siempre inconclusas) a sus amigos, a sus socios o a sus jefes, en tanto que nosotros, los ciudadanos del común, nos rompemos el alma trabajando y pagando planillas de salud y de pensión cada vez que hacemos una columna como esta o cualquier trabajo por contrato, y con los servicios de salud y las pensiones que tenemos.
Es probable que esa sensación de ir pedaleando en una bicicleta estática, cada vez con más esfuerzo y más trabajo, y cada vez con menos resultados personales y sociales, sea el elemento cohesionador que nos permita –es ese mi deseo– reconocernos como parte de una misma familia y tener sentimientos de empatía para entender ese cansancio, esta desesperanza y esta crisis que, queramos ver o no, se anuncia como el ‘leit motiv’ del año venidero (o del cuatrienio).
Por eso, este año, en vez de batirme en duelo con quienes votaron por este presidente y su partido, aprovecharé la Navidad para entender el sentido cristiano de la compasión, de la solidaridad y de la culpa. Y en vez de recriminar, aceptaré que tampoco había mucho que escoger y entenderé el arrepentimiento sincero de esta familia colombiana que –idos ‘los bandidos’ habituales– ya no halla a quién culpar de tantos males que son responsabilidad de todos. Y aunque al final no me haya salido tan optimista esta columna, les deseo una feliz Navidad a todos mis lectores.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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