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¿Ni sí ni no, sino...?

La fuerza de los nuevos liderazgos reside en su capacidad para dialogar.

Yolanda Reyes
Recuerdo a los precandidatos en el último debate, antes de segunda vuelta, con esa supuesta seriedad de políticos en manada. Recuerdo también el tarjetón que mostraron los comerciales electorales para enseñar a tachar una casilla: como en las representaciones “del papá y la mamá” de un viejo libro de texto, aparecían siluetas masculinas para presidente, y siluetas femeninas, más pequeñas, para vice. ¿Qué habría pasado –se me ocurre– si una campaña hubiera roto ese lugar común según el cual “detrás de todo gran hombre, etcétera”, y hubiera invertido los términos para lanzar a la mujer de presidenta? ¿Habrían sido distintos los resultados?
Pienso especialmente en Claudia López, quien hace unos días tuvo que poner la cara y recurrir a toda su elocuencia para explicar un críptico mensaje –ni sí ni no, sino todo lo contrario–, enviado por ese “verde de todos los colores” de su colectividad. Al oírla, me pregunté si ella habría mantenido esa idea de centro a lo Walt Disney, que equipara paz con ausencia de conflicto (y de postura). ¿Habría movilizado más preguntas que hicieron falta en los debates, sobre adopción, derechos sexuales y reproductivos, población LGBTI, inequidad, o lugar de lo público? ¿Habría respondido qué pasaría si la coalición no pasaba a segunda vuelta, esa pregunta que Fajardo contestó como si lo hubiera aleccionado uno de esos cazatalentos de multinacionales? (Seré presidente, y punto).
Ahora, cuando no fue, la propuesta verde es que sus millones de seguidores queden en libertad, pues siempre fueron libres. Se agradece el reconocimiento, pero no creo que el trabajo de un partido ni el de los líderes de una coalición, en un sistema electoral con segunda vuelta, concluya con una invitación a buscar matices personales en la final. Para matices podrían estar los académicos, los diplomáticos, los funcionarios de la Ocde o cada elector con su capacidad de sopesar alternativas, pero el trabajo de los líderes políticos es hacer insinuaciones y propuestas, en especial cuando hay una tercera fuerza con el peso para definir la línea de gobierno de los próximos años. Eso implica seguir, en vez de desaparecer, e informar cuál es el plan B cuando solamente hay dos, no tres opciones.

No creo que el trabajo de un partido ni el de los líderes de una coalición, en un sistema electoral con segunda vuelta, concluya con una invitación a buscar matices personales en la final

Aunque las ideas de un partido pueden (y deben) no coincidir exactamente con las del partido ganador, hay líneas programáticas cercanas, o menos en contravía, si se quiere, y uno de los sentidos de la segunda vuelta es aglutinar las fuerzas decisorias alrededor de unas ideas de sociedad y de país. No basta con despedirse y dar las gracias en los últimos momentos del balotaje, y prometer que “ya regresamos para las próximas elecciones de alcaldes, 2019”. Reconocer la libertad del elector es saber que siempre está evaluando la capacidad de sus líderes para resolver problemas políticos, aquí y ahora, y hacer valer el peso de su colectividad.
A medida que se retiran los grupos armados, nosotros somos los adversarios de nosotros mismos, y cobran importancia las coaliciones y los líderes que propongan opciones de participación y representatividad, especialmente en situaciones críticas. En medio del férreo control social que ejercen grupos religiosos, sociales, e incluso familiares, hay dos ideas de país: una que tiende a la izquierda y otra, a la derecha, y este debate intenso, en el que necesitan tener mayor cabida las vicepresidentas, para hablar de temas de urgente interés para los electores, es una buena noticia democrática.
En vez de eludir, de negar o de aterrarse con los cambios, la fuerza de los nuevos liderazgos reside en su capacidad para dialogar, negociar y hacerles frente y contrapeso. Más allá de globos blancos, de eso se trata el posconflicto.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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