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Posesión simple, discurso doble

La única ventaja de la diatriba de Macías es que sirvió para camuflar el opaco discurso de Duque.

Vladdo .
Una semana después de la asunción al poder de Iván Duque siguen en el aire muchas conjeturas e hipótesis en torno a la llegada del nuevo mandatario y a la salida del ya expresidente Juan Manuel Santos.
Una de esas inquietudes tiene que ver con las medidas tomadas por el presidente saliente, pues muchos cuestionan algunos de los decretos que Santos firmó en los días previos a la entrega del poder, como si su período no hubiera durado hasta cuando Duque hizo su juramento. En este punto no está de más recordar que el jefe de Estado tiene el derecho y la obligación de ejercer todas sus facultades hasta el último minuto de la última hora de su mandato. Tratar de plantear otra cosa sería como pretender que el presidente nuevo no pudiera actuar desde el primer momento de su posesión y que, sin más ni más, tuviera que esperar cierto tiempo ‘prudencial’ para comenzar a gobernar.
Y aunque Santos desató la polémica con ciertas decisiones de despedida –como el reconocimiento del Estado palestino o la definición de la Línea Negra para proteger los espacios sagrados en la Sierra Nevada de Santa Marta–, el que se robó el show el 7 de agosto fue el presidente del Congreso, con su ofídico discurso.
Olvidando los protocolos, la tradición institucional, la solemnidad de la ocasión y la presencia de invitados extranjeros, Ernesto Macías se dedicó a despotricar de Santos, a alabar a Uribe y a ningunear a Duque, quien en teoría era el llamado a ser la estrella del día. Y, lo peor de todo, es que el memorial de agravios contra Santos estaba plagado de mentiras e inexactitudes que el sombrío congresista enunció sin sonrojarse.

Para pasarle una cuenta de cobro a Santos sobre los errores o incumplimientos del gobierno saliente, solo se necesitaba repasar con juicio las noticias de los últimos ocho años.

En gracia de discusión, y dejando de lado la extemporaneidad y la excentricidad de sus reclamos, Macías, en vez de ponerse a diseminar infundios carentes de sustento, ha debido, al menos, buscar cifras reales e información veraz sobre los errores o incumplimientos del gobierno saliente, que no fueron pocos. Para pasarle una cuenta de cobro a Santos, el exótico senador no necesitaba inventar nada, solo tenía que repasar con juicio las noticias de los últimos ocho años; pero él prefirió acudir, cual estudiante vago, a una mal disimulada copialina, sacada de un aviso de prensa publicado ese mismo día por el Centro Democrático en varios periódicos.
La única ventaja de la diatriba de Macías es que sirvió para camuflar el opaco discurso de Duque, quien desperdició la oportunidad de lucirse como el joven representante de una nueva generación y en lugar de eso leyó un texto acartonado, lleno de palabras vacías, lugares comunes y frases de cajón. En resumidas cuentas, ni uno ni otro dieron la talla como oradores. Además, el nuevo presidente olvidó que un discurso de posesión, más que un plan de gobierno o un listado de promesas, debe ser una declaración de principios, una carta de navegación de la nueva administración.
Reflexión aparte merecen las especulaciones sobre si Duque conoció con antelación el discurso de Macías. Algunos dicen que ignoraba por completo lo que el senador iba a decir y que se quedó ¡plop! al oír su intervención. Eso indicaría que los congresistas de su propio partido se lo pasan por la faja y van a ser una rueda suelta en esta administración. Otros, por el contrario, creen que todo estaba libreteado, que Duque sí sabía y se prestó para jugar al bueno de la película, con Macías como antagonista. En cualquiera de los dos escenarios, el Presidente queda muy mal parado.
Sea como sea, lo que sí se ha hecho evidente –una vez más– es que, tal y como lo advirtió Alicia Arango, Duque es el que gobierna, pero Uribe es el jefe. Y, a juzgar por los primeros pasos que ha dado, el nuevo inquilino de la Casa de Nariño no ha mostrado ningún interés en desmentir a su empoderada ministra del Trabajo.
VLADDO
Vladdo .
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