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Nunca es tarde

Luego de varios meses de trámites, a mis 55 años, reingresé como estudiante a la Tadeo Lozano.

Vladdo .
Luego de prestar el servicio militar, a comienzos de la década del 80, ingresé a la Universidad Jorge Tadeo Lozano a estudiar publicidad, profesión que me llamaba la atención porque tenía una interesante mezcla de creatividad, plástica y estrategia.
En esa elección tuvo mucho que ver el hecho de que al final del bachillerato un publicista vecino y amigo de mi familia, llamado Jorge Restrepo, me dejaba fisgonear sus proyectos, me prestaba libros y absolvía todas mis dudas sobre esa carrera, en la cual yo creía que podría dar rienda suelta a mis habilidades manuales.

Compartir aula con compañeros que podrían ser mis hijos, leer fotocopias y aprender de profesores mucho más jóvenes que yo me produce una emoción indescriptible.

No obstante, mi afición por la publicidad tiene unos antecedentes más lejanos. Desde pequeño yo no solo dibujaba ‘bonito’ –como decían mis familiares, amigos y algunos profesores–, sino que sentía fascinación por todo lo visual. De hecho, siendo un niño, me encantaba ver trabajar a un señor cerca de mi casa en Armenia, que se dedicaba a pintar letreros de buses, taxis y cuanto vehículo le pusieran al frente y que para él eran como un lienzo. Pasaba jornadas enteras viéndolo poner y quitar las plantillas de las letras y figuras con las que él les daba vida a sus obras, con una especie de aerógrafo industrial.
No recuerdo muchos datos suyos, excepto que se llamaba Óscar, usaba el pelo largo y tenía una moto que conducía con gafas de sol. Lo que sí tengo grabado en mi memoria con absoluta nitidez es la precisión de sus manos, el olor de la pintura y la variedad de colores, que causaban en mí una especie de hechizo que aún me impresiona. El momento de mayor emoción se producía cuando, una vez se secaba la obra, Óscar retiraba el papel y la cinta con los que enmascaraba las superficies y quedaba a la vista su creación. El resultado era siempre impecable. Una vez, cuando le pregunté cuál era su ocupación, él me respondió sin vacilar con una frase que nunca olvido: “Soy publicista”.
Por eso, llegada la hora de entrar a la universidad, esa experiencia temprana, sumada al impulso de mi vecino, me llevaron directo y sin escalas a la facultad de Publicidad de la Tadeo. Infortunadamente, a mediados del segundo semestre, sentí que en el programa había mucha teoría y poca práctica; así que deserté de la carrera y de la universidad y me fui a estudiar Diseño Publicitario, carrera tecnológica que sí cursé completa y en la cual desde el comienzo pude embadurnarme de tinta y pinturas, tomar y revelar fotos, hacer planchas, analizar exposiciones, rayar papel, etcétera.
Poco después, en 1992, cuando ya estaba trabajando en los medios y gracias a una beca del Gobierno holandés, hice un curso de diseño gráfico en La Haya, una experiencia invaluable que me ayudó a crecer mucho en el plano profesional y en el aspecto personal.
Sin embargo, todo el tiempo seguía con la espinita de mi frustrado paso por la Tadeo. Así que el año pasado me propuse concluir esa carrera que había dejado empezada y, luego de varios meses de trámites, papeleo, entrevistas, certificados y homologaciones, hace una semana, a mis 55 años, reingresé como estudiante al programa de publicidad.
Pese a que la víspera de mi primer día de clases me invadió una ansiedad igual a la que sentía cada año en el colegio, la alegría de regresar a mi universidad completamente renovada, volver a un barrio recuperado, compartir aula con compañeros que podrían ser mis hijos, leer fotocopias y aprender de profesores mucho más jóvenes que yo me produce una emoción indescriptible.
Y aunque en mis 33 años de trayectoria laboral he cosechado muchos triunfos, he ganado muchos reconocimientos y obtenido muchos diplomas, creo que mi mayor satisfacción será colgar en una pared de mi estudio el cartón de publicista, 35 años después de haber interrumpido mi carrera. Nunca es tarde.
@OpinionVladdo
Vladdo .
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