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El Mesías brasileño

Aunque la polarización no respeta ideologías, quienes más jugo le sacan son políticos de la derecha.

Vladdo .
Decir que tal o cual país llega a las urnas en medio de una gran polarización se ha vuelto ya un lugar común. Se decía a mediados de 2016 con el brexit, en Gran Bretaña, y en las elecciones generales de España; se decía en el plebiscito por la paz en Colombia y en la elección de Trump, en Estados Unidos; se decía el año pasado en las elecciones en Francia y en Alemania y se decía hace unos meses en nuestras elecciones; se decía en las elecciones de México, y se está diciendo ahora en la campaña presidencial de Brasil, sobre todo después de la primera vuelta.
De modo que la polarización dejó de ser una novedad para convertirse en un recurso –y un discurso– muy útil, al que apelan de manera cotidiana y efectiva los políticos, sobre todo aquellos más radicales, para convocar a sus electores ya no alrededor de lo que quieren o sueñan, sino en torno a lo que rechazan y, en casos más extremos, a lo que odian.
Y, aunque la polarización –al igual que el populismo– no respeta ideologías ni militancias, quienes más jugo le han sacado han sido los políticos de la derecha, no solo en Europa sino en nuestro continente, donde la excepción ha sido Andrés Manuel López Obrador, quien de todos modos tuvo que moderar su discurso de izquierda para apaciguar los ánimos de algunos votantes.
El nuevo capítulo de esa derechización cimentada en las arengas polarizantes lo estamos viendo en vivo y en directo en Brasil, donde Jair Bolsonaro –un militar retirado y populista consumado– está a punto de convertirse en el nuevo presidente del país con la economía más importante de América Latina, asunto que tiene a medio mundo con los pelos de punta.
Los reparos que se le hacen a este ‘Trump tropical’ no son producto, como algunos predican, de una “satanización instigada por la izquierda anacrónica” ni de “las grandes cadenas informativas neomarxistas y socialistoides que pretenden demonizar el proyecto socioliberal en Brasil”. No, señores. Los antecedentes racistas, homofóbicos, misóginos, antidemocráticos y clasistas de Bolsonaro no corresponden a un catálogo de “anécdotas descontextualizadas y expresiones espontáneas”, sino a un registro de actuaciones de este gris parlamentario que ha encendido las alarmas de numerosos analistas y que, incluso, ha llamado la atención de The Economist, que no es una publicación muy de izquierda que digamos.
Al presentar en Twitter la portada de la edición del pasado 20 de septiembre, dedicada a este demagogo, The Economist decía: “Brasil necesita desesperadamente una reforma, pero Jair Bolsonaro sería un presidente desastroso”. En dicho número, la revista clasificaba al candidato como el último en un desfile de populistas –donde también incluyó a Donald Trump, Rodrigo Duterte o López Obrador, entre otros– y además decía: “Bolsonaro sería una adición particularmente desagradable en ese club. Si ganara podría poner en riesgo la supervivencia misma de la democracia en el país más grande de América Latina”.
“Bolsonaro ha explotado la furia (del electorado) brillantemente. Hasta los escándalos de Lava Jato, fue un congresista no muy notorio del estado de Río de Janeiro, durante siete períodos. Tiene una larga historia de ser muy ofensivo. Dijo que no violaría a una congresista porque era ‘muy fea’; dijo que preferiría un hijo muerto a uno gay, e insinuó que quienes viven en las favelas son gordos y perezosos”, decía en otro párrafo el prestigioso semanario.
Sin embargo, en este mundo cada vez más polarizado e inclinado a la derecha, esas declaraciones –lo mismo que su inocultable condescendencia con la dictadura, su fanatismo religioso y su promesa de mano dura– solo sirven para fortalecer a este patético personaje, aupado por las grandes élites brasileñas y cuyo segundo nombre es “Mesías”.
VLADDO
Vladdo .
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