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El fin del contexto

Muchos sucumben a la inmediatez para quedar perdidos en un laberinto de contradicciones.

Vladdo .
Cuando Néstor Humberto Martínez asumió el cargo algunos teníamos la esperanza de que su estilo fuera más técnico y menos mediático. Sin embargo, hemos visto que en no pocas ocasiones el Fiscal General de la Nación ha cometido los mismos pecados que su antecesor, Eduardo Montealegre, quien se dejaba tentar con facilidad por los micrófonos y las cámaras.
El señor fiscal debería tener en cuenta que del afán no queda sino el cansancio, pues muchos casos anunciados con bombos y platillos al final terminan siendo rectificados, desmentidos o desinflados. Como el de Odebrecht, el de la dueña de Servientrega o el de Surtifruver.
Claro que Martínez no es el único que se deja arrastrar por la calentura. Del Presidente para abajo hemos visto a otros que, sin medir las consecuencias de sus declaraciones, sucumben a la inmediatez para quedar perdidos en un laberinto de contradicciones. Y una vez metidos en ese callejón sin salida tienen que sacar a relucir la famosa excusa: “me citaron fuera de contexto”. Tanto a Juan Manuel Santos como a exmandatarios, ministros, congresistas, alcaldes, gobernadores o magistrados les tengo una mala noticia: el tal contexto no existe. A estas alturas del siglo XXI, con cámaras, micrófonos y celulares encendidos por doquier y en medio del acecho constante de las redes sociales, todo personaje del mundillo político debería saber que hoy más que nunca uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Y los ejemplos abundan.

Con cámaras y micrófonos por doquier, y en medio del acecho de las redes sociales, hoy más que nunca uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice.

¿Se imaginan, por decir algo, cuántos dolores de cabeza se habría evitado Santos si el año pasado, semanas antes del plebiscito, no se hubiera puesto a decir que si ganaba el No retornaba la guerra urbana de las Farc? ¿O cuando habló con tanto desdén del paro agrario de 2013? En uno y otro caso, sus palabras se volvieron en su contra como puñales.
Y ni hablar del famoso mea culpa de Simón Gaviria, cuando era presidente de la Cámara de Representantes y tuvo que admitir que había leído “por encima” el texto de la reforma de la justicia aprobada por el Congreso en 2012 y que tenía un mico del tamaño de King Kong.
De esos arrebatos también fue víctima la semana pasada el ministro del Interior, tras el vergonzoso debate sobre las circunscripciones especiales de paz. Luego de la votación, Guillermo Rivera salió a decir en caliente que el proyecto había sido hundido “por un grupo de senadores que le fallaron a la paz”. Sin embargo, al rato salió a rectificar, calculadora en mano, lo que había dicho en caliente, en un fallido intento por calmar las aguas.
Y cosa similar le ha pasado a la senadora Claudia López, a quien le ha tocado recoger velas en varias oportunidades, debido a su desenfreno verbal y virtual. El último de estos tropiezos lo tuvo el viernes, cuando madrugó a insinuar por Twitter que por culpa de Sergio Fajardo se había roto la Coalición Colombia. Tras el alboroto inicial se vio obligada a matizar sus afirmaciones y a decir que todo estaba en orden; pero el daño ya estaba hecho y esos trinos le han salido muy caros.
Por falta de espacio no alcanzo a citar las brillantes salidas de reconocidas figuras como María Fernanda Cabal y sus lecciones de historia; ni de Juan Carlos Echeverry y su metáfora de la mermelada; ni de Francisco Santos y sus consejos para controlar manifestaciones estudiantiles; ni de Paloma Valencia y sus propuestas territoriales en el Cauca; ni de Enrique Peñalosa y sus opiniones sobre el metro elevado. Pero ellos saben que en materia de moderación no pueden tirar la primera piedra.
Sería deseable que unos y otros trataran de aprovechar este espíritu navideño para recuperar y poner en práctica “la prudencia que hace verdaderos sabios”, pero prefiero no hacerme ilusiones. Y menos ahora, en plena campaña electoral.
VLADDO
Vladdo .
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