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Que renazca el liberalismo

Preciso es decir con claridad que nuestro liberalismo necesita con urgencia una dirección.

En vísperas de la elección presidencial, un reconocido liberal de trayectoria en variados escenarios públicos a quien le pregunté, incrédulo, por qué había decidido adherir al final y con tan inusitado entusiasmo al candidato del Centro Democrático (la agrupación más recalcitrante de la derecha que pueda darse, pero ya para ese momento virtual ganadora de la contienda), me contestó, sin más: “Porque el liberalismo de Gaviria y Samper no es el que fue de López Michelsen”.
Triste reconocerlo así, pero es la verdad, y cuanto desde ya se impone que no puede ser continuado espejo retrovisor, ni desacreditados juicios de cuentas, ni rasgar de vestiduras, ni falsas promesas ni, muchísimo menos, que los responsables de la actual situación del Partido Liberal miren para otro lado, se hagan los locos, continúen reclamando victorias inexistentes, o, lo más grave, persistan en seguir comandando una nave que, por su terquedad e incompetencia, hizo agua.
Hay múltiples razones, visibles a partir de los recientes debates electorales tanto para Congreso como para presidente, que muestran el grado de orfandad en que se halla el liberalismo, pero bastan estas: 1) Las bravatas para escoger antes de tiempo candidato del partido a la presidencia; 2) La provinciana omnipotencia con que se obligó el retiro de auténticos liberales de todas las horas, líderes ampliamente reconocidos por las bases, mientras se privilegió a gentes sin trayectoria ni reconocimiento público; 3) El trato francamente degradante que se dio a un ciudadano como Humberto de la Calle, al final del día íngrimo solo mientras un sector de la ‘bancada’, sin sonrojarse y en atención a su hilarante director, abrazaba jubiloso al triunfador. (Bien por eso que Duque les haga arma de fuego burocrático...).
Ante una situación tan lamentable (no atemperada, porque al nuevo Congreso llegó aceptable representación liberal, pues buen número de sus integrantes ya hicieron público su desacuerdo con Gaviria, a cuyo pesar fueron elegidos) y en el entendido de que todo partido político requiere organización, cuadros directivos, programas de acción, plataforma ideológica, liderazgos, bases participantes; en fin, preciso es decir con claridad que nuestro liberalismo necesita con urgencia una dirección, unitaria o colegiada, que de veras lo presida y lo lleve al panorama político como una colectividad seria, con vocación de poder, aglutinante de unas bases que solo reclaman confianza en quien las convoque, firmeza en los cometidos y seguridad y autonomía en el discurso de la política nacional hecha en Colombia, no a distancia.
Puesto que el expresidente, por razones de todos conocidas, no ha podido (¿o no ha querido?) hacer honor a la dirección del Partido Liberal, como lo muestran, por ejemplo, los lánguidos guarismos electorales de este año o la presurosa adhesión al candidato uribista, encuentro legítimo que un liberal de a pie como yo (a sabiendas de interpretar el sentir de millares de copartidarios) insinúe al doctor Gaviria, ‘cuyo’ partido apenas logró un mísero 4 por ciento en la votación más reciente, que renuncie. Debería mirar el ejemplo del presidente del PRI mexicano, quien, ante el triunfo arrollador de Amlo y el estruendoso fracaso de su partido al conseguir solo ¡un 16 por ciento! de los votos válidos, dimitió. O el del doctor Eduardo Santos, cuando, en elecciones de mitaca (1947), derrotada su facción, entregó las llaves del partido al ganador, Gaitán.
No más carcajadas. El Partido Liberal aún está latente y debe renacer. Pero ello no será verdad mientras siga dirigido de forma tan indolente, penosa y errática como la actual.
VÍCTOR MANUEL RUIZ
vimaruiz@hotmail.com
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