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Un columnista ‘progre’

Proponer utopías es sencillo, hasta un niño puede hacerlo. Lo difícil es realizarlas.

Thierry Ways
Lo confieso: a veces quisiera ser un columnista ‘progre’. Es más fácil y agradable que ser aguafiestas.
Para empezar, el opinador ‘progre’ nunca sufrirá por falta de tema, que es el ‘coco’ de los columnistas. Basta tomar cualquier flagelo universal –la corrupción, la desigualdad, el desempleo, la comida chatarra, el deterioro ambiental, etc.– y redactar una filípica adecuadamente indignada que concluya, eso sí, con un llamado a que la sociedad reflexione y a que las autoridades intervengan. Y listo, se puede enviar el texto al periódico con tiempo de sobra para salir a disfrutar de un café orgánico en vaso biodegradable. El aplauso de los lectores está garantizado, pues ¿a quién no le indignan la corrupción, la desigualdad y el daño ambiental? El columnista ‘progre’, además de puntual, es popular.
Pero el problema con el columnista ‘progre’ es que suele ocuparse de la denuncia y la indignación, mas no del otro lado de la moneda, que es el costo de solucionar los problemas que denuncia. Esos costos no son solo financieros, usualmente van acompañados del desmonte de soluciones actuales que, aunque imperfectas, tienen la nada despreciable virtud de existir. De esas cosas, que producen menos aplausos, que se ocupen otros.

A este le queda fácil apoyar el programa de gobierno de Gustavo Petro. Que es justamente eso: un compendio de denuncias y soluciones cuyo costo no se
tiene en cuenta.

Al columnista ‘progre’, en otras palabras, le queda fácil apoyar el programa de gobierno de Gustavo Petro. Que es justamente eso: un compendio de denuncias y soluciones cuyo costo no se tiene en cuenta, como tampoco se valora el difícil camino que hemos recorrido para llegar al orden imperfecto que, hasta ahora, hemos logrado arrebatarle al caos.
El candidato propone, por ejemplo, eliminar las EPS. Nadie niega que el sistema de salud colombiano tiene problemas, pero nadie que haya conocido el antiguo Instituto de Seguros Sociales puede afirmar que hoy estemos peor que antes. No se equivoca el ministro Gaviria cuando dice que la cobertura de salud es “el logro social más importante de Colombia desde la Constitución del 91”.
Por estos días una moto le fracturó una pierna al señor que cuida carros cerca de mi casa. Gracias al régimen subsidiado, fue atendido de inmediato en una de las mejores clínicas de especialistas de la ciudad. Qué contraste con épocas anteriores en las que –lo recuerdo bien– había que rogarle al cacique político local para conseguir una cama en el ISS para un familiar. Deshacer el sistema existente sin más justificación que la visión ideologizada de que la salud tiene que ser pública porque sí –como si no existieran buenos ejemplos tanto públicos como privados en el mundo– es retroceder 30 años en avances sociales.
Petro también ha propuesto cambiar las termo e hidroeléctricas del país por generadoras eólicas y solares. Un mundo impulsado por energías renovables que no emitan contaminantes es preferible a un planeta contaminado, eso es una obviedad. Pero, en el caso colombiano, no es para nada evidente cómo se logra esa transformación en el corto plazo sin causar graves traumatismos a la industria y la sociedad. Proponer utopías es sencillo, hasta un niño puede hacerlo. Lo difícil es realizarlas. Y en el camino se suele destruir lo real imperfecto a cambio de lo ideal imaginario. En el siglo XX millones de personas murieron o fueron condenadas a vidas de precariedad por regímenes cuyos líderes persiguieron tercamente utopías que nunca se materializaron.
Seguramente por haber sido adolescente en los ochenta es que cuando leo el programa de gobierno de Petro escucho en mi cabeza la estrofa de una canción de aquella época, de la banda chilena Los Prisioneros. El cantante pregunta: “¿Y el costo?”.
Y alguien, un grito, le responde: “¡Qué importa el costo!”.
Sí, sería más agradable y popular ser un columnista ‘progre’. Pero es más honesto ser aguafiestas.
THIERRY WAYS
Thierry Ways
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