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El turno de la clase media

Una elevada carga tributaria, la mejor medida anticonceptiva para disminuir la natalidad empresarial

Thierry Ways
Quién nos entiende. Hace menos de un mes, miles de estudiantes salieron a la calle a pedirle al Gobierno más impuestos. Ahora que el Gobierno los complace, con la llamada ley de financiamiento, muchos de aquellos marchantes, así como buena parte de la sociedad, elevan renovadas protestas.
No, no se me escapa que la exigencia manifiesta de aquellas marchas no era la que yo digo arriba, sino más recursos para la educación pública. Pero es lo mismo. A estas alturas ya deberíamos saber que toda exigencia financiera al Estado implica, como es lógico, más presión tributaria. ¿Si no, de dónde saldrá el dinero?
La alternativa que se propone con más frecuencia es que se descuente de otros rubros del presupuesto. El problema es que el gasto público en Colombia adolece de una aterradora inflexibilidad que no deja mucho margen para reacomodarlo. El gobierno anterior, por ejemplo, nos vendió la idea, que muchos compraron, de que una vez firmado el acuerdo con las Farc se liberarían ingentes recursos del gasto militar para salud y educación. Pero el presupuesto de defensa está repleto de inflexibilidades y derechos adquiridos que lo hacen difícil, amén de que el país no puede bajar la guardia ante las amenazas de seguridad que han surgido en el posconflicto.
De modo que la única manera de cubrir los gastos del Estado y las crecientes expectativas de la población parece ser con más impuestos. La pregunta es quién debe asumirlos.
Quitarles más a las empresas, que ya pagan una de las tasas de tributación más altas del mundo, es una pésima idea. Las empresas son el motor del crecimiento, el desarrollo y el empleo; llenarlas de trabas y tributos, como venimos haciendo, es condenarnos a la pobreza y la desigualdad. Hay quienes creen que bajar las cargas corporativas es hacerles regalos a ‘los ricos’. Se equivocan. Las empresas, como dijo Humberto de la Calle, no son ricas ni pobres, son vehículos para la creación de valor. Las hay grandes, medianas y chicas. A veces les va bien y a veces les va mal. La abrumadora mayoría de ellas –restaurantes, comercios pequeños, talleres de reparación de electrodomésticos, fábricas de alimentos o confecciones– son pymes cuyos propietarios distan mucho de los magnates que la gente se imagina cuando escucha la palabra ‘empresario’.

La única manera de cubrir los gastos del Estado y las crecientes expectativas de la población parece ser con más impuestos. La pregunta es quién debe asumirlos.

Lo grave de exprimir en exceso a las empresas no es solo que frena el crecimiento y la productividad de las que ya existen. Es que ahuyenta a las que aún no existen. Y ahí están, en potencia, los empleos formales que le hacen falta al país. Por tanto, es mejor gravar más a las personas naturales y menos a las firmas, para que las segundas puedan reinvertir utilidades y crecer. Así lo han entendido desde los “malvados capitalistas” gringos hasta los países escandinavos, faros de la izquierda moderna. Una elevada carga tributaria es la mejor medida anticonceptiva para disminuir la natalidad empresarial.
Una régimen tributario que fuera a la vez competitivo y progresivo tendría que enfocarse, entonces, en los ricos y la clase media. En Colombia, los ricos tienen un defecto existencial: son muy pocos. Según datos de Fundesarrollo, mientras que el 40 por ciento de los hogares colombianos son de clase media, solo el 4,2 por ciento clasifica como clase alta por ingresos.
Todo lo anterior hará aritméticamente necesario que las próximas reformas tributarias, incluyendo esta, graven más a la clase media si queremos satisfacer las exigencias que ella misma le hace a la nación. Y eso puede tener un saludable efecto político. A medida que la clase media se reconozca a sí misma, como lo denomina Ricardo Ávila en Portafolio, como la verdadera ‘paganini’ del gasto social, demandará cada día más calidad, austeridad y eficiencia en este. Es así como se robustecen las democracias.
Thierry Ways
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