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‘Ad hoc’

Colombia es un imposible lógico: un estado permanente de excepción.

Thierry Ways
¿Un fiscal ad hoc? Por qué no: si el nuestro es, en la práctica, un Estado ad hoc. Somos un Estado de derecho sobre el papel, pero en la vida real somos una colcha de retazos de leyes y medidas diseñadas para cada momento y cosidas burdamente entre sí. En Colombia, lo ad hoc, es decir, lo excepcional, es la regla; y lo normativo, es decir, las reglas, son excepcionales.
Ad hoc: “locución latina que significa, literalmente, ‘para esto’ ”. Se usa para designar aquello que “está hecho para un fin determinado o una situación concreta”. Cuando el procedimiento habitual no basta, cuando una razón de peso obliga a ponerle un asterisco al conducto regular, acudimos a lo ad hoc. Y a veces se justifica. La elección de Donald Trump no podía investigarla un fiscal nombrado por él, así que la justicia de EE. UU. designó al special counsel Robert Mueller para que lo hiciera. Pero, ojo, que dije ‘a veces’. Cuando lo atípico se vuelve corriente, cuando lo anormal se vuelve usual, lo ‘normal’ comienza a perder sentido.
Y eso es lo que le ha ocurrido a Colombia en el último medio siglo –aunque podríamos irnos más atrás–. Nos la hemos pasado de medida excepcional en medida excepcional, de solución ad hoc en solución ad hoc, como un simio cruzando la selva de bejuco en bejuco, de liana en liana, sin intención de conocer jamás la tierra firme.

Se me ocurre que
el extenso periodo actual, marcado por nuestra predilección por ignorar las normas vigentes y reinventarlas según la necesidad, bien podría denominarse ‘la Patria Ad Hoc’.

Medidas extraordinarias: el Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala; la paz con el M-19; la Asamblea Nacional Constituyente; la séptima papeleta, que la antecedió; las negociaciones con los capos de la cocaína; la cárcel especial para Pablo Escobar (ad hoc: “destinado especialmente para el caso”), conocida como La Catedral; la zona de distensión del Caguán; la reelección de Álvaro Uribe; la desmovilización de los ‘paras’. También, claro, el reciente acuerdo con las Farc, con su tribunal especial –ad hoc– llamado JEP y su exótica refrendación ad hoc por el Congreso, en contravención del resultado de un plebiscito igualmente ad hoc que había sido convocado para tal fin. Colombia es un imposible lógico: un estado permanente de excepción.
También tenemos tributos ad hoc (“lo que se crea para un fin determinado”), que surgen para solventar afugias pasajeras y luego mutan en leyes más perennes que las de Newton. El impuesto del 2 por mil, por ejemplo, que hoy es del 4, se creó –bajo un estado de excepción– con el fin de salvar unos bancos y la promesa de desmontarlo al año siguiente. De eso hace 20 años.
De manera que ¿un fiscal ad hoc? Por qué no: es el deporte nacional. Y hasta estoy de acuerdo con quienes exigen ese nombramiento. Pero me perturba algo que me parece más de fondo, que es constatar, una vez más, cómo entre nosotros lo extraordinario se afianza y reemplaza lo ordinario. La Constitución y las leyes son un telón de fondo frente al cual trucos y acrobacias, improvisados para cada escena, son los verdaderos protagonistas de la obra. Vivimos en la tierra de la enmienda, la salvedad, el impedimento, el mico, la exención, la exclusión y el otrosí. Eso hablará bien de nuestro ingenio, pero muy mal de nuestras instituciones. Pues la invocación continua de medidas de excepción es todo lo contrario de un Estado de derecho. Un Estado de derecho es un lugar en el que las reglas de juego son claras, estables e iguales para todos. No un casino frenético en el que cada reparto de la baraja anuncia un nuevo reglamento.
Hubo una etapa embrionaria de nuestra nación que, por su inestabilidad y estulticia, los historiadores coronaron con el título de ‘la Patria Boba’. Sin ser historiador, se me ocurre que el extenso periodo actual, marcado por nuestra predilección por ignorar las normas vigentes y reinventarlas según la necesidad, bien podría denominarse ‘la Patria Ad Hoc’.
@tways / tde@thierryw.net
Thierry Ways
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