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¡A construir paz!

Llegan otros retos difíciles, como ayudar a que la reinserción de excombatientes sea un éxito.

Desprenderse de las armas después de haber confiado en ellas durante medio siglo no era fácil. Hay que celebrar que, luego de renunciar a su movilidad y clandestinidad y a un año del cese bilateral del fuego y las hostilidades, las Farc dejaron las armas. Naciones Unidas destruye caletas y ‘fierros’, y esa chatarra de muerte será convertida en monumentos del ‘nunca más’ las armas en la política.
Hay que celebrar que militares y policías cumplieron también el cese bilateral del fuego, y acompañaron el proceso de traslado y concentración de las Farc. Tienen ahora la crucial tarea de desmantelar paramilitares y bandas criminales, proteger líderes sociales, comunidades y excombatientes.
Difícil ha sido el proceso legislativo para sentar las bases legales del posacuerdo, frágil la coalición de gobierno que lo defiende y lenta la justicia y la burocracia para aplicarlo. Han quedado al descubierto la precariedad del Estado, la crisis de los partidos tradicionales, reducidos a buscadores de puestos y contratos. Ante esa situación y la extrema polarización, más que nunca urge la articulación de defensores de la construcción de paz para que el país aproveche las oportunidades que abre el fin de la guerra con las Farc y le haga frente a lo que alimenta la violencia.

Los noveles políticos están obligados a cambiar la forma de relacionarse con las comunidades donde han actuado, fusil en mano, regulando negocios, poblaciones y dinámicas sociales

Llegan otros retos igualmente difíciles. Ayudar a que la reinserción de excombatientes sea un éxito para que no terminen ganando los señores de la guerra y de los mercados ilícitos; lograr verdad y justicia, exigir a la exguerrilla que sus recursos sean utilizados para reparar a las víctimas, que hagan política con ideas y propuestas, y que cambien la soberbia armada por capacidad para escuchar, articular iniciativas y construir consensos. Los noveles políticos están obligados a cambiar la forma de relacionarse con las comunidades donde han actuado, fusil en mano, regulando negocios, poblaciones y dinámicas sociales.
Llegó el momento de construir paz territorial. Para ello son esenciales los pactos del Gobierno para sustituir los cultivos que van a mercados ilícitos, así como las obras de infraestructura vial y social, de proyectos productivos y de instituciones capaces de garantizar seguridad y justicia. Pero si todos esos procesos no involucran a las comunidades étnicas y a los distintos sectores sociales locales, no se logra construir Estado ni redefinir las relaciones entre el centro y las regiones, y se desperdicia la posibilidad de reordenar esos territorios en torno al desarrollo rural y la protección ambiental.
El Congreso postergó la definición de las circunscripciones electorales especiales, que son parte de la reparación e integración de 16 subregiones en las cuales se desarrolló la confrontación armada. Es impostergable que, entre tanto, los sectores sociales se preparen para aprovechar esas circunscripciones, que solo pueden ser ocupadas por víctimas y líderes de organizaciones locales, que nunca han tenido representación. Hay ya políticos dispuestos a anular su sentido si las mismas comunidades no logran apropiarse de sus curules en la Cámara por dos periodos legislativos, como lo contempla el Acuerdo Final.
Es urgente empoderar a las poblaciones cercanas a las zonas veredales donde se concentraron las Farc, que en agosto próximo se convierten en Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación, en donde excombatientes impulsarán la reparación integral y proyectos productivos.
En contravía de los avances logrados con las Farc, los secuestros y los ataques del Eln frenan la negociación y fortalecen a quienes sueñan con hacer trizas los acuerdos ya alcanzados. Ojalá en la mesa en Quito, esa organización asuma el desafío de acordar un cese bilateral y definitivo del fuego y las hostilidades.
SOCORRO RAMÍREZ
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