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El pendenciero indomable

Sus disputas son andadas que se acumulan porque antes de terminar un ciclo ya empieza otro.

Actualizar los pleitos que Donald Trump protagoniza a diario y hacer un recuento puntual de los insultos que utiliza para ofender a sus víctimas es casi imposible.
Por regla general, sus disputas son andanadas en espirales que se acumulan una tras otra porque antes de terminar un ciclo ya empieza otro. Para colmo de males, el lenguaje que utiliza, cotidiano en el vulgar mundo del hampa, resulta inédito, inadecuado e intolerable en cuanto forma parte del vocabulario presidencial.
El domingo pasado arremetió contra el fiscal especial Robert S. Mueller acusándolo de utilizar en su investigación sobre la intervención rusa en la elección de 2016 las mismas tácticas que el senador Joseph McCarthy usó en los 50. Curiosamente, Trump fue quien aprendió las tácticas de McCarthy vía Roy Cohn, el consigliere de ambos y quien defendió exitosamente a la familia Trump de una acusación del Departamento de Justicia de negarse a rentarles apartamentos a clientes negros.
El sábado, el pleito fue con su ex-empleada y protegida Omarosa Manigault Newman, quien, en venganza por su despido en la Casa Blanca, recientemente publicó un libro en el que relata algunos de los horrores que suceden en la casa presidencial y acusa a Trump de ser un racista senil cuyas facultades mentales han mermado tanto que lo incapacitan para ser presidente.
La respuesta tuitera de Trump fue fulminante al llamarla “perra”, “basura”, “loca”. Imperturbable a los ataques, Manigault se hace millonaria con las ventas del libro, que hoy ya está en el primer lugar de ventas, y promete seguir haciendo revelaciones incómodas.
El jueves, el pleito fue contra The Boston Globe y los casi 350 periódicos que publicaron editoriales denunciando los ataques de Trump a la libertad de expresión, en los cuales acusa a los diarios de ser los enemigos del pueblo. Más allá del creciente deterioro de la imagen de los medios de comunicación en Estados Unidos, es irónico que Trump, quien en promedio dice falsedades o medias verdades 16 veces al día, se queje de la veracidad de la información de medios reconocidos por su integridad como The Boston Globe o The New York Times, que pueden equivocarse pero no mienten deliberadamente como él lo hace.
Como era de esperarse, ya surgieron trumpistas que amenazan con violencia a los periodistas, y The Boston Globe ya recibió amenazas de bomba.
La lista de agravios y agraviados de Trump es de tal magnitud que uno se pregunta: ¿por qué las instituciones que deberían acotar sus caprichos no lo hacen? ¿Qué ha sucedido con los famosos controles y equilibrios que los autores de la Constitución estadounidense establecieron para evitar que una persona se apoderara del control del gobierno? ¿Por qué el poder Legislativo ha abdicado su potestad al Ejecutivo?
Es evidente que la polarización política del país ha propiciado que el Congreso pierda la brújula. Ya no existe el centro. Y también es obvio que los actuales congresistas muestran déficits de competencia, conocimientos, experiencia en asuntos internacionales y morales. También han ido desapareciendo los expertos en política exterior dentro del Departamento de Estado, y a los pocos que opinan desde fuera del aparato burocrático nadie les hace caso, menos Trump.
Los tribunales de justicia sí han podido acotar algunas de las apresuradas decisiones de Trump, sobre todo en casos de inmigración, aunque en varios casos sus decisiones carecen de un carácter permanente.
Ahora, los dos frentes principales de resistencia contra Trump que nos quedan son: los medios de comunicación, que seguirán cumpliendo con su labor informativa; y los votantes, que en noviembre tendremos la oportunidad de cambiar la composición del Congreso para neutralizarlo por dos años, y para correrlo de su trabajo en 2020.
SERGIO MUÑOZ BATA
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