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¡Ahí vienen los chinos!

Esta semana en Rusia no habrá celebración del primer centenario de la revolución bolchevique.

Sergio Muñoz Bata
Esta semana en Rusia no habrá celebración jubilosa del primer centenario de la revolución bolchevique. Según una encuesta de Levada, la única firma encuestadora independiente en Rusia, la mayoría de los ciudadanos opinan que la revolución es un asunto del pasado que no les interesa.
El desencanto de los rusos con su revolución se refleja en las cuotas de afiliación al Partido Comunista. De los 18 millones de miembros que tenía en 1990, hoy cuenta con menos de 200.000. También se les ha perdido el respeto a las grandes figuras de la revolución y la mayoría de los rusos piensa que el cadáver momificado de Lenin en la Plaza Roja de Moscú debería ser retirado del mausoleo y enterrado en un cementerio común y corriente.
La desilusión ciudadana con un movimiento que empezó como una noble lucha en contra de la desigualdad económica y en favor de un nuevo humanismo solidario es comprensible a la luz de las revelaciones que documentan los horrores de la criminal dictadura soviética.
Se calcula que entre 1914 y 1953, año en el que murió Stalin, 2 millones de soldados murieron en la Primera Guerra Mundial, de 3 a 5 millones en la guerra civil y más de 10 millones fueron víctimas de la represión de Stalin.
La catástrofe fue también un desastre humano que el régimen mantuvo en secreto por décadas. “Salvo los parientes de las víctimas, pocos ciudadanos sabían de los crímenes de Stalin, y menos aún que estos eran derivados naturales del sistema cuyos cimientos fueron construidos por Lenin”.
Vista desde fuera, la desintegración del sistema soviético podría parecer sorpresiva, pero en realidad la tasa de crecimiento económico del país había ido declinando desde 1950. El deterioro económico del país en los 90 era tal que al asumir el poder la prioridad de Mijaíl Gorbachov fue establecer un programa de restructuración económica conocido como perestroika, y una liberalización o apertura política conocida como glásnost.
La carga fue excesiva y el régimen soviético implosionó. La economía no mejoró, el sistema represivo interno se debilitó, la burocracia soviética no supo implementar la perestroika ni el glásnost, y el imperio se desmoronó al deshacerse la Unión Soviética e independizarse los países satélites europeos.
Hoy, Xi Jinping intenta recuperar el prestigio del Partido Comunista leninista presentándose como ejemplo ante el mundo. China es ya un gigante económico, es la tercera más grande fuente de inversión extranjera directa en el exterior y el mayor país exportador del mundo. En la base de su política exterior está la construcción de una nueva ‘Ruta de Seda’, que pasaría por Europa, Asia, África y América Latina, y ahora que la relación de Latinoamérica con Estados Unidos se ve más incierta que nunca, la conexión china adquiere mayor relevancia.
Dos bancos de desarrollo chinos proveen más financiamiento anual para el desarrollo de América Latina que el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Corporación Andina de Fomento ¡combinados!
La política de cooperación entre China y América Latina lleva una década y se ha avanzado enormemente en las relaciones con Argentina, Brasil, Chile, Cuba, México, Panamá y Venezuela. El problema es que el socialismo leninista que Xi ofrece como alternativa a los países del tercer mundo establece la primacía del Partido Comunista en las decisiones sobre la economía y eso significaría un imperdonable retroceso democrático en la región.
Si en la década de los 60, la revolución cubana les abrió las puertas de América Latina a los soviéticos con el pavoroso saldo que todos conocemos, ¿está América Latina en el umbral de un nuevo sistema socialista económico tipo chino o ante una repetición del desastroso totalitarismo leninista soviético de los 60?
SERGIO MUÑOZ BATA
Sergio Muñoz Bata
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