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Trump, el aprendiz

Una idea no puede ser buena si la ejecutan otros y mala si se trata de Trump.

Más que en otros campos, en política es primordial cuidar las formas. Por eso, al mismo tiempo que el buenazo de Obama alimentaba las esperanzas de los dreamers con melifluas promesas, se convertía en el presidente que más migrantes ha expulsado, acercándose a los tres millones. Entre tanto, Trump se comprometió a expulsar no ya a 11 millones, como prometió en campaña, sino solo a tres con la condición de que tengan antecedentes judiciales. Sin embargo, su política es rechazada por gobiernos federales, universidades y grandes corporaciones.
Algo similar ocurre con el muro. Un informe del periódico británico Daily News (22/8/2015) da cuenta de la existencia de al menos 65 muros –casi todos fronterizos– erigidos en todo el mundo para contener la oleada de inmigrantes. Y si bien es cierto que no hay un tal muro fronterizo entre México y Guatemala, la verdad es que sí se ha estado construyendo uno para evitar que inmigrantes centroamericanos suban al tren conocido como ‘la Bestia’. Luego sí hay algo de hipocresía al acusar a Trump de discriminación. Además, de los 3.185 kilómetros de frontera entre México y EE. UU., al menos 1.050 ya están vallados. La pregunta es: ¿por qué Obama no los hizo derribar?, ¿acaso estaba muy ocupado cerrando a Guantánamo?
Una idea no puede ser buena si la ejecutan otros y mala si se trata de Trump. El problema podría radicar en que Trump está gobernando en modo campaña, lo cual le podría producir un tempranero y peligroso desgaste si continúa provocando choques innecesarios hasta con estrellas del cine. Las heridas abiertas en la campaña no se han cerrado aún y Trump sigue mostrando su faceta más arrogante y pendenciera, en vez de asumir la majestad del cargo que le han encomendado.
Cuidar las formas no implica volverse políticamente correcto –lo que para el magnate-presidente significaría traicionar a su electorado–, mas sí el medir el efecto de sus palabras y sus acciones. Trump es un hombre arrogante, engreído y soberbio, cuyo comportamiento contrasta con la mansedumbre y la humildad que proyectó Obama durante su mandato, pero la inusual torpeza con la que les reiteró a los mexicanos, ya como Presidente, que ellos pagarían el muro es señal de una peligrosa inexperiencia en las artes de gobernar y comunicar, y hasta de una aparente ignorancia en materia arancelaria.
Es obvio que si Estados Unidos les impone aranceles a los productos mexicanos, estos serán pagados por los consumidores en EE. UU.; que no son solo manitos que buscan chile y tequila de su tierrita, sino gringos que les compran un amplio abanico de productos. Otra sería la realidad si Trump les cobra el muro con un impuesto a las remesas; ahí sí iría a la yugular. Aunque, en caso de incrementar los aranceles, México cargaría con el costo de ver reducida su competitividad y a la larga perdería mercado. Tal vez a eso se refería Trump. Una apuesta típica de rudo negociante, como lo advierte otro de su especie, Carlos Slim: “No es Terminator, es Negociator”.
Más allá de la discusión de si el muro sirve o no sirve, o si se puede o no modificar acuerdos comerciales sin que el resto del mundo decida hacer lo propio, el platinado gringo está imponiendo un estilo de gobierno tumultuario, estrepitoso, como ese que practican los que le dicen a cualquier vicepresidente vecino “hijo del puto”, convirtiéndose en sus mejores jefes de campaña.
El apprentice debe dar por concluido su curso intensivo de dos semanas y darse cuenta de que puede alcanzar lo mismo sin hacer tantas olas. La marea está alta y no conviene que todos terminen deseando que intercambie su puesto con el verdadero Terminator, ‘para volver a dormir bien otra vez’.
Saúl Hernández Bolívar
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