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La carreta de la corrupción

La corrupción se soluciona con cárcel efectiva, sin beneficios y con extinción de dominio.

Debemos creer como un auto de fe que más de 11,6 millones de colombianos votaron la consulta anticorrupción, como en la multiplicación de los peces y los panes. Según el registrador Galindo, a las 11 a. m. solo habían votado 2,4 millones de personas, y todos los medios daban cuenta de la preocupante soledad de los puestos de votación.
En las cinco horas restantes debieron votar más de nueve millones; un promedio de casi 20 personas/hora en cada una de las 97.810 mesas de todo el país, o sea un votante cada tres minutos, que es lo mínimo que se demora alguien en llegar, saludar, sacar la cédula, recibir el tarjetón, ir al cubículo, poner siete pinochazos –sin leer y sin pensar–, volver a la mesa, depositar el voto en la urna, recibir la cédula y despedirse. Por fortuna, no había certificados: no habrían tenido tiempo de entregarlos.
Una persona cada tres minutos es una muchedumbre que nadie vio. A las 4 p. m., Noticias Caracol informaba que en la mesa 155 de Corferias, habilitada para 1.200 electores, solo habían sufragado 154 (el 12,8 %), y el reportero decía enfáticamente que en las demás mesas la situación era similar y la votación “rondaba entre 100 y 150 personas”.
Y así fue en todo el país; luego hay razones fundadas para desconfiar de la avalancha de votos que aparecieron y con los que se ha querido generar un hecho político: los promotores perdieron, pero se creen con derecho de tirarle línea al Presidente en el tema de la lucha contra la corrupción. Esto recuerda el antecedente de aquella séptima papeleta que, sin contarse con rigor, enterró la vieja Constitución.

Introducir normas anticorrupción será muy complejo, si consideramos las trabas con las que se torpedea cualquier iniciativa.

Sea como fuere, lo cierto es que introducir normas anticorrupción será muy complejo, si consideramos las trabas con las que se torpedea cualquier iniciativa como, por ejemplo, la disminución del salario de los congresistas. Eso de que a ningún colombiano se le puede rebajar su asignación salarial es una leguleyada tan absurda que toca hacerlo con disimulo, como es el congelarlo por unos años para que no aumente al ritmo de la inflación. Claro que este año el Contralor echó mano de un extraño “promedio ponderado” y les subió un punto más, de 4,09 % a 5,09 %. Así, mientras el mínimo subió 43.525 pesitos en enero, por el acuerdo del 5,9 %, el salario de los congresistas tuvo un aumento humillante de 1’517.546 pesos; sí, leyó bien, más de un millón y medio.
A pesar de todo, hay quienes dicen que el salario de congresista, que hoy está en 31’311.821 pesos mensuales, no es alto ni tiene nada que ver con la corrupción. Pero si una campaña al Senado vale hasta 6.000 millones, ni ganándose 100 palos al mes podrían pagar la deuda: les ‘toca’ robarnos, así de simple. Y, para colmo, ellos mismos son los que se han incrementado el estipendio hasta más de 40 salarios mínimos, mientras en España son 20; en Estados Unidos, 13; en Francia y Reino Unido, 5. Se dice, entonces, que la solución para cerrar la brecha es subir el mínimo, pero ahora que Uribe lo propone es visto como populista y poco ortodoxo.
Por cierto, cualquier idea que se presente para reavivar esta economía enclenque es objeto de similar resistencia. El Gobierno quiere rebajar impuestos a las empresas con la esperanza de que, en contraprestación, mejoren los salarios y generen empleo, pero a muchos les produce un déjà vu pensando en aquella vez que se quitó el recargo de las horas extras sin que se crearan nuevos puestos.
En cambio, todos los particulares deberíamos pagar impuestos, pero no para derroches, como los 2,3 billones que gastó Santos en publicidad y eventos. La corrupción se soluciona con cárcel efectiva, sin beneficios y con extinción de dominio. Lo demás es carreta.
SAÚL HERNÁNDEZ BOLÍVAR
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