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Venezuela: ¿lucha por la democracia o nueva guerra fría?

¿Por qué los medios colombianos no cuestionan los intereses de la administración Trump en Venezuela?

Sara Tufano
La crisis en Venezuela fue un tema recurrente en las elecciones presidenciales pasadas, pero desde que Juan Guaidó se autoproclamó como su presidente, este asunto no ha dejado de ocupar buena parte de la agenda mediática en Colombia. El problema no radica tanto en que los medios colombianos hablen permanentemente de Venezuela, lo problemático es que difundan una sola versión de la historia: Maduro es un tirano y tiene que ser sustituido por Juan Guaidó. Y quienes, de alguna forma, cuestionan la participación de los Estados Unidos en esta “lucha por la democracia” son acusados de apoyar el régimen de Maduro. ¿Por qué los medios colombianos no se interesan por otros tipos de análisis? ¿Por qué no cuestionan los intereses de la administración Trump en Venezuela?
En relación con Venezuela, unos creen que el quid de la cuestión es la defensa de la democracia, mientras que otros creen que el verdadero interés de la intervención de los Estados Unidos es el petróleo. Ambas lecturas necesitan ser contextualizadas, pues no explican las razones por las cuales ese país ha decidido intervenir de esta manera justo ahora y no antes. El trasfondo de la crisis es la actual guerra comercial entre China y Estados Unidos. Este país quiere contrarrestar el dominio cada vez más fuerte de China y de Rusia en Venezuela y en América Latina, su patio trasero.

Esto es lo que está en juego en la crisis venezolana: a Estados Unidos no le importa la democracia, le importa recuperar los mercados que China le ha quitado en América Latina.

China está cerca de reemplazar a los Estados Unidos como primera economía mundial, y esta nueva realidad fue puesta de presente por Trump en su campaña para mostrar que los políticos que lo habían precedido se habían equivocado con respecto al país asiático y que él, un negociante experimentado, era el indicado para recuperar el liderazgo comercial perdido. ‘Make America Great Again’ (‘Hacer América otra vez grande’) significaba, ante todo, revisar unas ventajas comparativas en materia arancelaria que venían favoreciendo a China, pero resultaban en exceso desventajosas para Estados Unidos. La administración Trump ha sostenido que China no respeta las reglas del comercio internacional, que subvenciona demasiado a sus empresas y que incurre en robo tecnológico aprovechando la obligación que tienen las empresas extranjeras de asociarse con empresas locales y transferirles su tecnología para entrar en el mercado chino. A la compañía china Huawei se le acusa justamente de robar la propiedad intelectual de algunas compañías estadounidenses, de ahí la detención en Canadá de Meng Wanzhou, la hija del fundador de esa empresa.
Los Estados Unidos desataron esta guerra comercial usando como argumento su déficit comercial o balanza comercial negativa. Es por esta razón que la administración Trump comenzó a aumentar los aranceles de algunos productos chinos, a fin de encarecerlos y limitar así su competitividad. Los primeros productos en ser afectados por este aumento de aranceles fueron los paneles solares y las lavadoras, en enero de 2018. En abril, el acero y el aluminio, esta vez, alegando razones de seguridad nacional. China, como era de esperarse, no se quedó atrás, y también ajustó al alza algunas de las importaciones americanas, como la soya y el algodón.
Sin embargo, muchos de los productos a los que Trump incrementó los aranceles hacen parte del plan Made in China 2025 (Hecho en China 2025). Esto con el objetivo de impedir que este país siga siendo la fábrica del mundo y se convierta en vanguardia de la innovación tecnológica y entre a competir directamente con Estados Unidos en robótica, biotecnología e inteligencia artificial, entre otros sectores. Es justamente este progreso tecnológico el que le preocupa a la administración Trump.
En diciembre de 2017, antes de que empezara esta guerra comercial, la administración Trump publicó su estrategia de seguridad nacional. En esta afirmaba que naciones extranjeras venían desafiando las ventajas geopolíticas de América y estaban intentando cambiar el orden comercial del mundo a su favor. En el contexto de esta guerra comercial —para mí, el inicio de una nueva guerra fría—, Estados Unidos acusa a China de estar usando la “diplomacia de la deuda” para expandir su influencia; la acusa de financiar el régimen de Maduro y de haberle tirado un salvavidas. China le ha prestado a Venezuela más de 50.000 millones de dólares, una suma que Venezuela le devuelve en petróleo.
Sin duda, en el plano geopolítico, esto es lo que está en juego en la crisis venezolana: a Estados Unidos no le importa la democracia, le importa recuperar los mercados que China le ha quitado en América Latina. En este sentido, habría que preguntarse: ¿por qué Estados Unidos no le exige a Corea del Norte elecciones libres para sentarse a dialogar con Kim Jong-un? ¿O por qué no le exige a Arabia Saudita elecciones libres, sobre todo después de comprobarse que estuvo involucrada en el brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi? Porque Arabia Saudita es el segundo país con las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo después de Venezuela. Todo lo cual me hace pensar que los medios colombianos se quedan cortos en el análisis de lo que viene ocurriendo tras el tema con Venezuela. Esta falta de información contribuye a la difusión de una especie de ‘historia única’ sobre la crisis venezolana y, al mismo tiempo, normaliza una posible intervención militar de Estados Unidos en Venezuela con la anuencia, por supuesto, de la muy desinformada administración Duque.
Sara Tufano
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