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La polarización

Una derecha radicalizada que salió del clóset está contagiando al resto de la opinión pública.

Rudolf Hommes
El artículo de Semana (‘La otra explosión’, 25 de junio de 2017) sobre las expresiones de odio, sevicia e intolerancia que provocó en las redes sociales el atentado en el centro Andino de Bogotá me hizo caer en cuenta de que no es el país el que está polarizado. La que se ha polarizado es la burguesía colombiana. Una derecha radicalizada que salió del clóset está contagiando al resto de la opinión pública. Los autores de los comentarios más bajos, irrespetuosos e inexactos que reproduce la revista son personas educadas, de ingresos medios a altos, que han tenido toda suerte de oportunidades en sus vidas, la mayoría de ellos desde su nacimiento.
En barrios populares la gente no está envenenada contra la paz, sino que es más bien indiferente porque no ha logrado entender qué ganan con ella, aunque ha calado la propaganda maledicente que les ha hecho creer a los pobres que les van a quitar beneficios para dárselos a los exguerrilleros. Esto no surge espontáneamente, sino que es alimentado por los opositores de la paz en la élite. En el sector rural son más ampliamente reconocidos los beneficios de la paz a nivel popular, aunque hay temor de que el retiro de las Farc facilite que se establezcan bandas criminales y/o paramilitares en la zona y la situación sea peor que cuando las Farc hacían presencia territorial. Es lamentable que el Gobierno no haya creado confianza en que va a poder manejar este problema. Las élites regionales probablemente alimentan esos temores. Algunos prefieren la guerra porque les ha traído beneficios que temen perder con la paz.
Entre los que encabezan la oposición se destacan los que le han sacado jugo al conflicto y pueden perder poder o beneficios. Es una situación que evoca lo que sucedió con la Violencia en el siglo XX, que fue provocada por las élites que competían por el poder, pero fueron las clases populares las que pusieron los muertos. Esto ocurre también en otras partes. Por ejemplo, en Israel se está haciendo cada vez más evidente que la oposición a la paz proviene de élites israelíes y palestinas que podrían perder poder si hay un acuerdo.
Afortunadamente, la clase media ha crecido suficientemente en Colombia y tiene conciencia de lo que se ha ganado con la entrega de las armas de las Farc, como lo evidencia la reacción respetuosa de los espectadores en obras de teatro como Victus, a la que asisten conmovidos los miembros de esa mayoría silenciosa que ahora tiene que hacerse sentir para evitar que una pequeña élite radicalizada y llena de odio impida que se les ponga fin a 60 años de horrores y promueve que se generalice irracionalmente una polarización provocada desde arriba por facciones en pugna. Sin pretender que se llegue a un consenso, le corresponde a la clase media presionar para que prevalezca un ambiente de serenidad en la discusión de los desacuerdos y se establezcan reglas para aminorar la ferocidad de los argumentos.
No pasará mucho tiempo para que se reconozca la innegable contribución que ha hecho Santos sacando a las Farc del conflicto armado y lo que le ha costado. Respetando las opiniones de quienes no están de acuerdo con la Jurisdicción Especial para la Paz, los invitamos a reflexionar que sin ese mecanismo hubiera proseguido la guerra quién sabe durante cuántos años más y a que piensen, ya que no los impresionan los cientos de miles de muertos de diferencia, que doce años menos de guerra pueden hacer posible que el ingreso en 2029 sea por lo menos el doble del que se alcanzaría si continúa el conflicto (‘Burundi vs. Burkina Faso’, World Development Report, 2011, fig. 1-8, p. 64.). Colombia se está jugando no solamente su ingreso en los próximos 12 años, sino la oportunidad de liberar a Colombia de la injusticia y de la violencia.
RUDOLF HOMMES
Rudolf Hommes
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