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La era de la insensibilidad

El mundo vuelve a correr el riesgo de que la economía mundial quede a la deriva y sea vulnerable. 

Rudolf Hommes
Una de las decisiones más criticadas de la presidencia de Donald Trump es haber desechado explícitamente la posibilidad de continuar utilizando lo que unos llaman el poder suave (‘soft power’) que ha empleado Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esta no es solamente un arma diplomática a disposición de grandes potencias para su propio beneficio, sino que exige compromiso y, hasta cierto punto, un sacrificio de recursos y egoísmo de la que asume responsabilidad por la estabilidad mundial.
El economista y politólogo Charles Kindleberger se dio cuenta originalmente de la importancia de tener una potencia que ejerciera “hegemonía benevolente”. Él pensaba que “la raíz de los problemas financieros y de las crisis de los países europeos y del mundo en los años veinte y treinta del siglo pasado fue la inexistencia de (...) una potencia económica dominante que pudiera y deseara asumir como propios los intereses de los países más pequeños y la operación de todo el sistema internacional para estabilizar el flujo de gastos a través de la economía global, (...) y que para hacerlo actuara como prestamista y consumidor de última instancia... En contraste con el período anterior a 1914, cuando Inglaterra actuó como potencia hegemónica, o después de 1945, cuando lo hizo Estados Unidos”, no hubo en esas dos décadas quien se hiciera cargo de estabilizar la economía (Bradford DeLong, Barry Eichengreen, prefacio a la nueva edición del libro de Charles Kindleberger ‘The World in Depression 1929-1939’, junio de 2012).
Ahora que Trump ha renunciado voluntariamente a la posibilidad de ejercer el poder de su país en esa forma, el mundo vuelve a correr el riesgo de que la economía mundial quede a la deriva y sea más vulnerable a crisis y depresiones, especialmente si progresa la guerra comercial que ha impulsado Estados Unidos contra China y otros países, y si Trump continúa maltratando a sus aliados. Quizás China podría intentar reemplazar a Estados Unidos en esa función, pero no parece estar preparada. También puede optar por incrementar su poder militar, lo que haría la situación más parecida a la del siglo pasado que condujo a la Segunda Guerra. Europa tiene los recursos para ser una potencia hegemónica, pero carece de la unidad de mando requerida. Y si Estados Unidos quiere volver a ejercer el poder blando, es posible que ya no lo pueda hacer porque ha perdido estatura moral.
Ya la había perdido parcialmente por no respetar los derechos humanos fuera de la jurisdicción de ese país y por el tratamiento inhumano que les da a los prisioneros de guerra. Pero lo que ha hecho rebosar la copa ha sido separar a los hijos de los inmigrantes ilegales de sus familias y encerrarlos en jaulas. Con razón dijo la primera ministra Theresa May que eso es profundamente perturbador, que está mal hecho y que su país no hace las cosas así.
Trump es insensible al dolor humano, pero no está solo. Tiene compañía en Hungría, Italia, Polonia, el Reino Unido y Macedonia, entre otros países. La canciller alemana, que tomó una admirable decisión humanitaria a favor de los refugiados que llegan a Europa, ha pagado por ello con pérdida de poder, ha tenido que soportar ataques feroces de sus propios aliados en el Gobierno y de una minoría que evoca un pasado siniestro. Es la era de la insensibilidad, la xenofobia y el egoísmo.
La posibilidad de beneficiar a los demás que tienen los países ricos más grandes si actúan en forma altruista da lugar a preguntar si dentro de los países los poderosos pueden renunciar a su intransigencia, por lo menos parcialmente, para garantizar estabilidad política interna y prevenir cambios extremos o violencia. Valdría la pena que lo intentaran aquí para no profundizar la discordia.
RUDOLF HOMMES
Rudolf Hommes
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