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Dejémonos de vainas

Asumamos plena responsabilidad y emprendamos seriamente la tarea de rehabilitación.

Rudolf Hommes
Dice María Jimena Duzán que “es incierta la forma como Santos puede salir de su laberinto sin autodestruirse, como suele ser el destino de los atormentados héroes trágicos de Shakespeare, que siempre terminan pagando un precio muy alto por sus errores y desaciertos”. No estamos en una obra de Shakespeare, sino en una tragedia griega en la que todos nosotros, especialmente los medios, asumimos el papel del coro, que generalmente se limita a predecir lo que le va a pasar al protagonista y a lamentar lo que nadie trata de evitar. El coro es omnisciente, pero es a la vez impotente. No puede cambiar lo que sucede, pero sí tiene el poder de moldear las percepciones y sesgarlas a favor o en contra del personaje central.
Si nos sentamos a esperar a que Santos encuentre el destino trágico que le auguran, es muy posible que colectivamente también encontremos el nuestro y que tengamos que pagar por nuestra indiferencia, insolidaridad, por haber sido alcahuetes y tolerar la corrupción, por la incapacidad que estamos demostrando de salir colectivamente de un atolladero y de entender que hay que trabajar para forjar el destino de Colombia y no esperar a que lo defina un mesías, un Torquemada o una ley.
Hace años que se sabe que en la financiación de las campañas políticas se han violado reglas que deberían cumplirse, pero que frecuentemente han sido esquivadas. Los transgresores nunca han sido sancionados. Ahora se colmó la copa, y la sociedad, con los medios a la cabeza, ha decidido no tolerarlo más. Si esto conduce a que cambie radicalmente la política y a que tratemos de controlar la corrupción que personifica en forma extrema Otto Bula, personaje del riñón del Centro Democrático, está muy bien. Pero asumamos plena responsabilidad y emprendamos seriamente la tarea de rehabilitación, sin que la expiación estrangule a los penitentes, a la economía y a la sociedad.
Esta semana, en este diario, Cecilia López, Pacho de Roux y Alfonso Gómez Méndez han expresado similares inquietudes con enfoques diferentes, pero compartiendo el temor de que la indignación contra la corrupción puede desbaratar lo que se ha logrado hasta ahora a favor de la paz y de la humanización del país. Puede salirse de control y abrir el paso para que demagogos oportunistas lleguen al poder y se supriman las libertades y el respeto a los derechos humanos.
Los ministros de Hacienda y de Transporte han dicho que lo de Odebrecht no va a afectar la inversión en infraestructura o la economía. Lamentablemente, no tienen razón. Ya son también evidentes los perjuicios materiales. Nadie los ha descrito mejor que Cristian Valencia, columnista de este diario, ajeno a la política y a la controversia que ha servido para que se hayan ensañado adversarios políticos y ciertos medios contra dos queridas amigas y su familia, a la que represento en la junta de la Sociedad Portuaria Regional de Cartagena desde hace años.
Dice Cristian Valencia en relación con la carretera entre Ocaña y Gamarra: “Y pasó el tiempo. Y pasó el tiempo... Y ahora que parece que se recuperará la navegación, que volverán los trenes y harán una carretera decente para comunicar Norte de Santander con el río, resulta que todo está mal... No sé qué pasa... no sé quién es responsable de qué. Lo que sí sé.., porque todos en la región claman por ella, es que la carretera se necesita. Y ese puerto se necesita. Y esa estación de tren se necesita...Y mientras tanto: ni carros, ni trenes ni barcos”. (EL TIEMPO, 21-3-2017).
Lo que estamos haciendo en Colombia equivale a ‘tirar al bebé con el agua sucia de la bañera’. Más bien salgamos de la alcantarilla a encarar los grandes problemas que exige este momento histórico, y a trabajar con integridad por la paz y el bienestar social.
RUDOLF HOMMES
Rudolf Hommes
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