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Trastornados

Funcionarios encarnizados e infantiles, como troles de Twitter, que no han sabido llegar al poder.

Respetado funcionario del gobierno de Duque: favor contar hasta diez –hasta cien– antes de estigmatizar a los críticos o de calumniar a los opositores o de perseguir a los antagonistas o de irrespetar a su propio presidente en los miles de medios de comunicación de hoy. Es verdad que en estos tiempos la estupidez y la megalomanía y la mitomanía y la vileza tienen a la mano un altavoz. Es innegable que por estos días campean los farsantes que se decretan a sí mismos famosos y los perdonavidas que caen en la tentación de decir unas cuantas verdades a medias. Y es cierto que las irreversibles redes sociales permiten voces potentes o abusadores del poder. Pero de un funcionario se espera algo mejor: un poco de cordura, un poco de rigor.
Día a día, desde que empezó este gobierno, se me viene a la cabeza la máxima hastiada de mi amiga M.: “Todo eso se puede hacer mentalmente”.

Se trata de la peor acepción de la palabra ‘empoderamiento’: de la licencia para ignorar, para negar, para aniquilar al que pase por ahí.

Esta semana el periodista Ignacio Greiffenstein, que no tenía fama de impresentable, se vio obligado a retractarse y a disculparse y a renunciar a la dirección del servicio de televisión de la Presidencia luego de preguntarse en Twitter por qué en aquella red había “tantas fanáticas petristas con pinta de putas”. Ya los tres candidatos a dirigir el Centro de Memoria se habían hecho célebres por sus trinos envenenados e injuriosos. Ya desde las redes de la directora del partido de Duque se había atacado con sevicia al periodismo colombiano. Ya era lo común matonear, propagar noticias falsas, calumniar a los incrédulos. Pero faltaba ver a Greiffenstein enloquecido, en apenas seis meses de gobierno, para señalar el fenómeno.
Se trata del síndrome de Lucifer: “¡Qué sabio soy! ¡Qué bello soy! ¡Cuán poderoso soy!”. Se trata de la peor acepción de la palabra ‘empoderamiento’: de la licencia para ignorar, para negar, para aniquilar al que pase por ahí. Es eso de concederse a uno mismo, en gavilla, el permiso de ser soberbio e inescrupuloso como el columnista de El Colombiano que se atrevió a llamar “activista de la guerrilla” a la impecable Ana Cristina Restrepo. Pero también es hacer parte de un gobierno lleno de funcionarios encarnizados e infantiles, como troles de Twitter, que no han sabido llegar al poder. Y cuyos pocos adultos son un expresidente volátil, una vicepresidenta decepcionante y un canciller que ya anunció su campaña a la presidencia.
Es una ridiculez convertir el Plan de Desarrollo de un país bicentenario en evangelio uribista: “Y Uribe nos salvó del despeñadero y Uribe dijo...”. Es una peligrosa tontería atravesársele a la implementación de los acuerdos de paz. Pero esto de irrespetar al presidente Duque desde su propio gobierno, lanzándole campañas presidenciales tres años antes de tiempo, deshonrándole periodistas a diestra y siniestra, persiguiéndole enemigos que no están huyendo y enlodándole amigos imaginarios de la guerrilla en un país habituado a los exterminios, solo podría suceder en estos tiempos luciferinos plagados de Trumpcitos mucho más preparados para imperar que para convivir: “¡He dado la vuelta por la Tierra!”.
Se dice que Freud, retratista de patologías, gritó antes de morir: “¡Esto es absurdo!”. Pero no imaginaba a estos empleados públicos trastornados por las redes.
Respetado funcionario de este gobierno que un día habrá de serlo: favor contar hasta mil antes de concederse el derecho inexistente de la injuria; antes de comerse el cuento de que los que no estén de acuerdo con la restauración uribista son mamertos o petristas o santistas o guerrilleros o freelancers de una conspiración; antes de conducir de la mano, a una democracia que merece mucho más, a la conclusión trágica de que lo mejor que le puede pasar al país es que su gobierno salga mal.
www.ricardosilvaromero.com
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