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Traidor

Gobernar es, inevitablemente, traicionar a Uribe: basta ser otro, atreverse a ser otro, para hacerlo

Ricardo Silva Romero
Pronto graduarán a Duque de traidor. Estoy hablando de ciertos políticos contrariados e improvisados del Centro Democrático, su partido: que, peritos en ver la paja en el ojo ajeno y en decir lo que van a pensar, pasarán por alto que el presidente del Senado empobreció con su resentimiento la tormentosa posesión del 7 de agosto, que el ministro de Defensa suele estigmatizar la protesta social como un estadista de cafetería, que el ministro de Hacienda sigue pensando en voz alta en una reforma tributaria que el Gobierno no ha asumido, que nuestro embajador en Washington ya ha forzado al jefe del Estado a aclarar que no cree en invadir Venezuela, y que la senadora Cabal solo pudo aguantarse 35 días –un récord Guinness– sin lanzarle al Presidente advertencias como “no entiendo por qué continúa esta cúpula militar inservible” o “todos conseguimos votos”.

Pase lo que pase, el nuevo presidente está más que a tiempo de ser un presidente verosímil.

Pasarán por alto sus zancadillas al Gobierno, digo, estos políticos más uribistas que Uribe habituados a confundir civilización con hipocresía. Y dentro de poco Duque será, para ellos, ‘Duque el traidor’. Él seguirá haciendo la tarea mínima, de republicano, de guardar las formas: llamará a la unidad contra la corrupción, entenderá que este país tiene que convivir con el mundo, considerará a Timochenko como un interlocutor para que sea claro que en Colombia nadie debe –nadie debería– acudir a las armas para abrirse paso. Pero estos copartidarios, lengüilargos e impacientes con la democracia, seguirán saboteándolo hasta que sea claro que no se oponen al gobierno de turno sino al Estado. Y otra vez tendremos una presidencia que encontrará alivio en esos críticos que sin embargo esperan que este edificio precario –este país renegado– no se venga abajo.
Pero estas predicciones, como los horóscopos de hoy, pueden fallar. Quizás el electorado le pierda la paciencia a la moderación de aquí a 2022: Moreno de Caro presidente. Quizás el tono cuerdo de Duque salga a flote e impere si una vez más los demagogos de los extremos, desde Maduro hasta Trump, vuelven a ser lo que eran: caricaturas. Pase lo que pase, el nuevo presidente está más que a tiempo de ser un presidente verosímil. Y un presidente será verosímil, claro, si su gobierno no lo desmiente. Y será inverosímil cuando sus testigos tienen a la mano las pruebas de que su discurso no es del todo cierto. Y entonces ni todos los consejos comunales aguadeños, ni todos los millones nuestros invertidos en pautas rutilantes en los viejos medios, podrán recomponerlo otra vez.
Confunde tanto fuego amigo, tanto ruido sordo desde el propio uribismo, en los primeros días de gobierno: no es ilegal ir y venir de los negocios afortunados a los gobiernos, ni es ilegal ser un expresidente que propone aumentos del salario mínimo antes que el presidente, ni es ilegal tratar de que se reforme la ley de restitución de tierras para que no sirva de nada, pero es infame. Gobernar es marchar por la cuerda floja: pagar peajes a Macías y a Cabales, cambiar la ‘mermelada’ para la tal ‘Unidad Nacional’ por la mantequilla para el viejo uribismo, dejar atrás aquella confusión entre ‘gobernabilidad’ y ‘corrupción’ que es tan útil en campaña, y santiguarse luego. Pero también es conseguir que la voz del Presidente, esté uno de acuerdo o no con ella, sea la primera voz del gobierno.
Gobernar es aguantarse las pataletas de Pastrana: “Mala señal la que da hoy el presidente @IvanDuque al escoger una persona que está siendo investigada por la Corte Suprema de Justicia como Alcalde de Cartagena”, ya dijo el miércoles en Twitter. Gobernar es ser llamado ‘traidor’ por el uribismo. Porque gobernar es, inevitablemente, traicionar a Uribe: y basta ser otro, atreverse a ser otro, para hacerlo.
RICARDO SILVA ROMERO
Ricardo Silva Romero
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