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Deprimente

Ha sido patético, con P de Peñalosa, con P de Petro, ver a Bogotá enfrascada en esta pelea.

Bogotá es terca como una mula, terca como un fracaso. De tanto en tanto, en los últimos años, se ve uno obligado a escribir que se ha quedado atrapada en una riña callejera a muerte, pero no entre dos modelos de ciudad, como se piensa con el deseo, sino entre dos modelos de sí mismos. 
Repito: no voté ni habría votado por Enrique Peñalosa. Repito: no voté ni habría votado por Gustavo Petro. O sea que no pienso que había que vengarse de aquella parte de la izquierda que administró Bogotá durante doce años, ni pienso que hoy en día estemos ante una alcaldía fascista –apenas ante otra alcaldía floja e improvisadora, creo– que hay que derrocar como a un régimen violento: podrán los petristas fantasear con tiranías y violencias estatales y conspiraciones de las élites, “¡cerdos fachos!”, pero esta no es sino una extraviada ciudad por resolver.
Se veía venir. Se sabía. Pero ha sido deprimente ser testigo del círculo vicioso, ridículo, encarnizado en el que estamos naufragando: de cómo el uno le hace la vida imposible al otro porque el uno le hace la vida imposible al otro. Ha sido patético, con P de Peñalosa, con P de Petro, ver a Bogotá enfrascada en la pelea por quién sacó adelante pero quién dejó inundar el tal deprimido de la 94. Ha sido vergonzosa la violencia con la que ciertos peñalosistas han respondido a las críticas por la salida del roquero chavista Paul Gillman de la programación de Rock al Parque, pero ha sido grotesco cómo ciertos petristas han aprovechado el paso en falso para hacer realidad la fantasía de enfrentar un régimen macabro e imbécil que grita “castrochavismo” sin saber qué está gritando. Ha sido agotador leer tanto fanatismo en las redes sociales.

¿Acabaremos perdidos en el caudillismo, en el discurso forzoso, en la barra brava a un equipo que no existe, en la necesidad de graduar a los contradictores de enemigos, en el estigma?

¿Es el mundo tan violento como parece en las redes? ¿Se corre el mismo peligro en la calle?
¿Acabaremos perdidos en el caudillismo, en el discurso forzoso, en la barra brava a un equipo que no existe, en la necesidad de graduar a los contradictores de enemigos, en el estigma? ¿Será lo normal dentro de poco que cualquier ciudadano colombiano sea calumniado –“¡pro Farc!”– cuando denuncie que un presidente con vocación a “honorable empresario del campo” se concedió durante su propio gobierno más de tres mil millones de pesos de los nuestros en subsidios? Qué triste ser “el Uribe” de alguien. Qué degradantes esas ganas de matricularlo a uno en un equipo. Quién dijo que hay que ser de izquierda para denunciar la ficción sangrienta de la derecha. Quién dijo que hay que ser de derecha para reconocer que Maduro es un dictador. Quién dijo que hay que ser petrista cuando no se es peñalosista.
Es una lástima que el sano mecanismo de la revocatoria, que busca anular un mandato por ser una promesa quebrantada y un programa incumplido, en la Bogotá brutal de estos años haya tomado cara de pronta venganza: contra Petro, contra Peñalosa. Es una lástima que los 107 procesos en marcha se estén dando en estos momentos en los que los hechos son lo que cada cual quiera y se ha vuelto común la proeza nunca vista de ser injusto con los políticos. Es una lástima que no esté un hombre como Antanas Mockus en la alcaldía: Mockus se tomaría en serio el lugar común de “construir sobre lo construido”, se negaría a negar y a desmontar y a desaparecer los avances de su antecesor, se pasaría los días enseñándoles a los concejales a debatir sin pedir nada a cambio.
Hace ocho días se le hizo un homenaje a Mockus, a una cuadra de la plaza de Bolívar, frente a la noticia de que Harvard University Press publicará en febrero de 2018 un libro sobre su legado: fue conmovedor notar que no era un político rodeado de perros bravos, ni de lagartos en busca de puesto, sino de alumnos, de ciudadanos agradecidos, de iguales.
RICARDO SILVA ROMERO
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