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Cuando la arrogancia supera la diplomacia

El sionismo no permitirá una narrativa que le genere algún impacto negativo en la opinión pública.

Raouf Almalki
¿Qué importan los hechos? ¿Qué importa el asesinato de bebés palestinos por balas israelíes? Después de todo, es solo la entidad sionista que usa el sufrimiento del pueblo judío en Europa para inventarse una narrativa desde dónde justificar sus crímenes de guerra y cuyas acciones están dirigidas contra hombres, mujeres, niños, ancianos, periodistas y miembros de las Naciones Unidas. ¿Qué importa lo que dicen Lieberman o Netanyahu? Después de todo, sus llamados a asesinar a los palestinos se apoyan en el respaldo económico, político y militar del actual gobierno de Washington.
¿Por qué parece, como lo denuncia Norman Finkelstein –un académico judío-estadounidense–, que el sionismo tiene una “tendencia pavloviana” para disfrazar sus crímenes recurriendo a la manipulación mediática y, sobre todo, a matonear a los medios que se atreven a contar la verdad de los sucesos? Basta con escuchar entrevistas radiales de emblemáticos diplomáticos, en las que muestran con la mayor soberbia su desprecio contra periodistas profesionales cuya gran culpa fue cuestionar el guion de Tel Aviv.
Evidentemente es la hásbara. La herramienta de propaganda del sionismo para transmitir su mensaje y hacer que el ocupante pose de víctima, mientras que el ocupado –en este caso la víctima, a todas luces– sea satanizado. Una inversión total de las cosas y la lógica.
Las herramientas de la hásbara son amplias. Desde un guion victimizante y negacionista, el reclutamiento de generadores de opinión y, sobre todo, esfuerzos por controlar los medios de comunicación. Solo sirve a la hásbara el medio de comunicación que disfraza la realidad y hace que los crímenes del sionismo pasen a un segundo plano, mientras que se muestra irrealmente a Israel como víctima. El medio que toma un camino independiente debe ser saboteado, duramente castigado o incluso señalado de antisemita.

Hacen que el ocupante pose de víctima, mientras que el ocupado –en este caso la víctima, a todas luces– sea satanizado. Una inversión total de las cosas y la lógica.

Los soldados israelíes pueden jugar a ver a cuál palestino le disparan y celebrar cuando la víctima cae; los colonos fundamentalistas pueden quemar vivos bebés palestinos o los ministros israelíes pueden llamar serpientes a los hijos de madres palestinas; y si un medio de comunicación intenta denunciarlo, de inmediato tiene la presión de los emblemáticos representantes de Tel Aviv.
El mensaje es evidente: el sionismo no permitirá una narrativa fiel a la realidad y que le genere algún impacto negativo frente a la opinión pública, la cual está entendiendo que el ocupante no es una víctima y que el ocupante comete crímenes de guerra.
Evidentemente, la hásbara debe recurrir permanentemente a palabras como ‘odio’, ‘holocausto’ y ‘nazi’, ya que son sus pilares fundamentales. Sin duda, fueron hechos reales, pero sin su empleo político, la estrategia de la hásbara se vendría al suelo. La hásbara no puede permitir que se acuse a Tel Aviv de cometer genocidios, porque esa categoría es de su propiedad.
La hásbara no se ruboriza –ni por educación ni por decencia– cuando llama “patéticos” a los periodistas colombianos por el hecho de hacer un ejercicio profesional y objetivo. Es más, los emblemáticos diplomáticos arrecian sus ataques al periodismo libre y no escatiman calificativos despectivos para que estos periodistas “ingresen de nuevo al corral de la manipulación del discurso sionista”, so pena de sentir la intimidación de su ira, al mejor estilo mafioso de Al Capone.
La lógica y la razón sugerirían que el discurso sionista –y sus seguidores– debieran “urgentemente revisar sus conciencias” no solo ante los crímenes de guerra que cometen a diario contra los palestinos y Palestina, sino también sobre su moral. No obstante, es demasiado pedirle al sionismo.
RAOUF ALMAKI
* Embajador del Estado de Palestina en Colombia
Raouf Almalki
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