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Nazismo vegetal

La destrucción de la flora ‘no nativa’ de los cerros de la capital sería un crimen aterrador.

Una de las mayores riquezas de Bogotá, y probablemente su principal atractivo, son los cerros orientales. Forman un telón de fondo de gran belleza paisajística y son un pulmón verde insustituible. 
En fotografías de la primera mitad del siglo pasado, y algunas pocas del siglo XIX, se puede ver que entonces los cerros tenían muy escasa vegetación y grandes cicatrices causadas por la erosión y la explotación de canteras. No sé quién fue el responsable, pero sospecho que fue la Empresa de Acueducto de Bogotá la que durante décadas se encargó de ir sembrando en los cerros pelados árboles de muchas especies, principalmente eucaliptus, pinos y acacias, y hoy todas las laderas están cubiertas de bosques frondosos de gran belleza, que las protegen de la erosión, que ayudan a disminuir la contaminación del aire, protegen las quebradas que bajan de los cerros y albergan animales silvestres. No hay muchas ciudades en el mundo que tengan la fortuna de contar con un bosque tan grande y tan bello.
Pero en días pasados algún funcionario de la CAR anunció, en este diario, que a partir del año próximo se iniciará una tala masiva de 13.000 hectáreas de árboles en los cerros orientales, específicamente eucaliptus, pinos y retamos, con el peregrino argumento de que no son árboles nativos y, dizque por ese motivo, son más susceptibles de incendiarse –como si los bosques nativos no se quemaran– y de que al caer algún árbol podría tumbar todos los demás, lo que no ha ocurrido desde que están ahí, precisamente protegiendo las laderas de la erosión y los derrumbes.

Los cerros forman un telón de fondo de gran belleza paisajística y son un pulmón verde insustituible

La tesis de algunos ecologistas de pacotilla, de esos que no ven más allá de sus tratados teóricos, es que solo se pueden aceptar especies nativas, que todos los árboles extranjeros son nocivos para el medio ambiente y que solo podemos tolerar árboles racialmente ‘puros’. Algo así como un nazismo vegetal. Según ellos, solo se salvarán de la tala cajetos y hayuelos, gurrubos, guaques y coronos, y tendremos que ocultar celosamente, ‘en el clóset’, cualquier afición por los eucaliptus o los pinos.
Porque estos, y cipreses, acacias y retamos, están proscritos, y quien ose plantarlos será considerado un depredador. Y temo que si aquí en la Sabana nos da por sembrar yarumos, que son paisas, también estaríamos violando los preceptos de algunos ecólogos fundamentalistas.
Si aplicáramos esta exterminación botánica en todos los campos, como quiso hacerlo Hitler con los no arios, tendríamos que acabar con el café, originario de Etiopía, y con trigo y cebada, naranjas y limones, sorgo y palma africana, y con toda la industria de flores, porque ni rosas, ni claveles ni crisantemos pasarían el examen de esos acuciosos funcionarios. ¿Y qué tal extenderla a los animales? Perros, vacas y caballos tendrían que desaparecer y habría que reemplazarlos por chigüiros, runchos y dantas, porque ni siquiera calificarían las llamas, que son peruanas. Yo tendría que divorciarme porque mi esposa es hija de europeos, y acabaríamos desterrados todos los que tenemos algo de sangre española.
La destrucción de la flora ‘no nativa’ de los cerros orientales de la capital sería un crimen ecológico y paisajístico aterrador, perpetrado por una entidad cuya misión es proteger nuestros valores ambientales. Y esta xenofobia vegetal es igual a cualquier discriminación por raza, orientación sexual, género o afiliación religiosa.
Los bogotanos que nacimos aquí, los verdaderos ‘nativos’, y todos los que han llegado de otras partes y tienen el privilegio de gozar de este paisaje incomparable, debemos hacer un frente unido para oponernos a semejante tropelía. La CAR es una entidad que nos pertenece a todos y no puede, por sí y ante sí, tomar ese tipo de decisiones, que afectan el bienestar de todos los bogotanos.
PEDRO MIGUEL NAVAS
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