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Sí, pero no

Sin una respuesta que desarme las violencias, 'paz' se convierte en una palabra retórica.

Paula Moreno
En los últimos meses me he encontrado con varios presidentes de fundaciones globales, y todos coinciden: ven a Colombia como el país de la gran esperanza. Y cuando me preguntan qué opino, mi respuesta ha sido sí, pero no se pueden sobredimensionar los logros claros y medibles, aunque tampoco las omisiones y los riesgos del presente y hacia nuestro futuro. Tristemente no es sí aclamado, sin comas ni peros. Quizás un sí de la posibilidad, sin el extremo de decir que todo es un fracaso, pero tampoco de mentir acerca de que todo está bien y en camino.
Pensaba que era como una de las escenas cuando visito Tumaco y madrugo a la playa del Morro. Disfruto la vista, el mar, la playa limpia, organizada, y solo anticipo lo rico que voy a comer más tarde, por ejemplo, una raya ahumada, y en medio de ese tránsito, casi siempre tengo un soldado que me saluda y me asusta, haciendo ronda en la playa. Sentía que el país es así, un mar bello que uno contempla, pero donde tantos hechos y cosas no nos permiten creer y disfrutar de forma desprevenida la realidad porque, en medio de lo que uno ve, siempre hay un contexto de complejidad.
En junio de 2015 escribí una columna titulada ‘Paz sin Pacífico’, sobre Tumaco, y me entristece ver que poco ha cambiado. En gran medida, a todo el proceso de paz, que tuvo un equipo de negociación en La Habana, le faltó todo el equipo de negociación para el país. Ese país donde la ilegalidad es tan efectiva y la esperada legalidad es aún tan frágil, lenta y en algunos casos permeada por otras fuerzas o intereses. Ese país atemorizado que ante la salida formal de las Farc, ve, atónito, la industrialización de la coca, los nuevos esquemas de carteles y estructuras criminales, sin una autoridad moral y legítima que responda con hechos desde la integralidad que se requiere. No solo es el “uso de la fuerza” lo que va a cambiar la situación, porque en ocasiones, como lo vimos, puede agravarla.
En Manos Visibles, con apoyo del BBVA, hace poco hicimos un proceso de construcción de proyectos de vida y sueños de 200 estudiantes de grado 10 y 11 en Tumaco. Me impresionó ver que varios dijeran: “... me veo en 5 años como el mayor narcotraficante a nivel mundial y enviando coca a los carteles de otros países”. Como nos dijo uno de los líderes locales: “Nos estamos dejando ganar la guerra como referentes, Tumaco necesita de referentes positivos”. Sin duda, los hay; las organizaciones de mujeres son valientes y ejemplares, colectivos juveniles como NotiParche han renovado la autoestima, la Casa de la Memoria es emblemática en un proceso de duelo y sanación comunitaria, la Escuela Taller, etc. Sin embargo, se requieren muchas más respuestas a escala, en un contexto donde la ilegalidad está ganando la partida al canalizar la falta de oportunidades y permear los sueños de las nuevas generaciones.
El problema no solo es el crecimiento de los cultivos, sino la falta de acción diferencial efectiva para escalar los muros de contención desde los colegios, las familias, las organizaciones comunitarias, los procesos de generación de ingreso y empleo legal y masivo, entre otros.
Sí, paz. Y toda vida que se haya salvado en este periodo y hacia el futuro cuenta, pero sin una respuesta a la carencia de lo básico, que desarme las violencias, se convierte en una palabra retórica. Tumaco podría ser uno de los pilotos del país posible, pero, como sabiamente lo dijo la escritora británica Zadie Smith: “El progreso nunca es permanente, siempre estará amenazado, por eso debe ser redoblado, restablecido y reimaginado, para que sobreviva”. Y hoy, la misma efectividad y energía que se invirtieron para lograr el acuerdo en La Habana se requieren para comenzar a construir la paz desde las periferias, donde se ha nutrido y sufrido más el conflicto
PAULA MORENO
Presidenta de Manos Visibles
Paula Moreno
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