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El mico

Incomprensible el mico para los superricos en la reforma tributaria.

Paola Ochoa
Extraordinario el libro de Enrique Santos Calderón. Entretenido, bien escrito y tremendamente inspirador. Pero quedé con la sensación de estar leyendo a una especie de Forrest Gump: siempre metido en la mitad de los grandes acontecimientos nacionales y mundiales. ¿Complejo de grandeza, como diría López Michelsen sobre Misael Pastrana? ¿O miopía mía, que no alcanzo a dimensionar su influencia en estas cinco décadas?
Pero esta columna no se trata de Enrique Santos, aunque ya quisiera explayarme en esa idea. Pero sí se trata de algo que sobresale a lo largo de sus memorias como periodista de la vieja guardia: la importancia de cantarles la tabla a los ricos y poderosos, y decirles la verdad que les urge escuchar en forma cruda y sincera.
Así que no le demos más vueltas y vayamos al fondo de esta columna: el mico para los superricos en el proyecto de la ley de financiamiento. O de la reforma tributaria, para hablar las cosas como son desde el comienzo y no seguirle el juego a la manipulación del lenguaje por el Gobierno.
Ya sé qué técnicamente, un mico es algo que se mete a último momento; que se cuelga justo antes de aprobarse una ley a pupitrazo limpio en el Congreso. Pero un mico también es algo que se concibe desde el comienzo. Solo que bien escondido, entre docenas de páginas y artículos.
Eso es lo que sucede con el capítulo de las megainversiones, contenido en dos de las 89 páginas de la ley de financiamiento. Un capítulo que no ha trascendido en la prensa, tal vez porque al presidente Duque y el ministro de Hacienda se les olvidó mencionarlo durante la presentación oficial de la reforma en Palacio.
Se trata de un mico con cara de orangután: les ofrece a los superricos un impuesto de renta del 27 por ciento (y no del 30, como al resto de empresas) y los exime de cualquier impuesto futuro al patrimonio y a los dividendos.
Y lo más increíble del caso: les revive los contratos de estabilidad tributaria. Contratos que habían desaparecido del país tras el escándalo de Odebrecht, y que tampoco generaron el nivel de empleo que prometían en el papel.
Regalazos que aparecen en el capítulo II, en los artículos 58 y 59 de la reforma tributaria. Y que se aplican a quienes realicen nuevas inversiones en el país durante los próximos 5 años por más de 50 millones de UVT (unos 1,6 billones de pesos en cinco años, es decir, 330.000 millones de pesos al año) y generen 50 nuevos puestos de trabajo.
¿En serio, apenas 50 empleos nuevos? ¿Saben cuántos puestos de trabajo tenía que crear Intel en Costa Rica para hacerse merecedora de regalos tributarios? ¡3.500 empleos como mínimo! Pero acá nos vendemos por un plato de lentejas y les exigimos crear 50 empleos en 5 años. ¡Hágame el favor el descaro!
Pero no se trata de un regalo exclusivo para las nuevas empresas que lleguen a territorio colombiano. También se aplica a las compañías ya existentes que realicen inversiones nuevas por más de 330.000 millones al año. Un regalazo teledirigido a un puñado de compañías que ya cumplen sobradas con esa meta: Ecopetrol, Grupo EPM, Grupo Éxito, Grupo Argos, Avianca, Grupo Postobón, Grupo Olímpica, Bavaria, Drummond, Exxon-Mobil, Telefónica, Alkosto, Claro-Móvil y Cerrejón, entre otras empresas. No son todas las que están, pero están todas las que son.
Se trata de un mico para los superricos, y la explicación es de Perogrullo: porque, a excepción de las empresas públicas, solo las familias más ricas del país pueden hacer inversiones por más de 1,6 billones de pesos en cinco años. ¿Será que dejan de invertir esos montos si no les dan regalos tributarios? ¿Será que se van entonces para otro lado? ¿No será, más bien, que esos montos de inversión ya están presupuestados?
Personalmente, estoy de acuerdo con ofrecerles gabelas tributarias a las nuevas empresas —como sería el caso de Amazon—. Pero me parece un gran absurdo hacerlo con las que llevan toda la vida trabajando en el país. Porque muchas son monopolios y carteles empresariales. Y les importan un pito el consumidor final y la clase media.
Sé que no soy Enrique Santos Calderón. Ni tengo una columna legendaria como ‘Contraescape’ ni pertenezco a una de las familias más influyentes del país. Pero entiendo la importancia de hablar de estos temas, sobre todo en este momento crítico de la economía y la política nuestra.
Porque si no se corrigen rápidamente estos excesos y regalos para los superricos, entonces le estaríamos abriendo el camino a que un populista llegue y se atornille en el Palacio de Nariño.
Como diría Leopoldo Fergusson, columnista y doctorado en economía de MIT: “El principal lunar de esta propuesta son los regalos. Un árbol de Navidad que empeora la situación y reversa pequeños triunfos”.
PAOLA OCHOA
En Twitter: @PaolaOchoaAmaya
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