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La paz violenta

Por paradójico que suene, la guerra puede ser peor sin las Farc que con ellas.

Mucho se ha escrito sobre la paz y la guerra en Colombia. Pocos temas generan igual nivel de polarización. El actual proceso de paz tiene o bien enemigos acérrimos que no le ven nada positivo y que nos pintan un apocalipsis castrochavista inminente, o bien defensores a ultranza que lo ven como la panacea que solucionará todos nuestros problemas y que nos tendrá dentro de poco disfrutando las mieles del desarrollo y la tranquilidad.
Ni lo uno ni lo otro. En medio de esta radicalización del discurso, se pierde la oportunidad de analizar algunas de las implicaciones que el fin del conflicto armado con las Farc traerá para la sociedad colombiana. Y por paradójico que suene, la guerra puede ser peor sin las Farc que con ellas.
Se pueden señalar riesgos, se pueden hacer críticas constructivas y lanzar voces de alerta sin que eso lo gradúe a uno de enemigo de la paz. La paz no necesita ni de linchamientos ni de barras. Estoy de acuerdo con el proceso de La Habana y votaré favorablemente el plebiscito. Pero apoyarlo no impide que se haga una reflexión de los desafíos que se nos vienen encima una vez las Farc se desmovilicen. Dicha transición de grupo armado ilegal a partido político entraña riesgos y plantea retos que no podemos ignorar y para los cuales no estamos preparados.
Hay oportunidades que se presentan una sola vez en la vida. Cuando las Farc se desarmen, se va a generar un vacío de poder que, de no ser llenado oportunamente por el Estado, generará mucha violencia y el posible surgimiento o fortalecimiento de otras estructuras armadas ilegales. Si no copamos esos espacios de inmediato, otros lo harán. En la guerra, como en la física, los vacíos se llenan rápidamente. Será cuestión de semanas o meses. Las ‘bacrim’, los reductos de las Farc que no se desmovilicen, así como los nuevos actores que surjan batallarán por el control de las actividades ilícitas, como el narcotráfico y la extorsión, y en el proceso generarán violencia y muertos.
En segundo lugar, así sea incómodo reconocerlo, las Farc han sido un proveedor de justicia, sumaria, ilegítima, arbitraria, pero la única que han conocido muchos de quienes han tenido que vivir en zonas bajo la influencia de este grupo armado. Si lo dudan, les recomiendo leer la muy completa investigación de Ariel Ávila al respecto: ‘Así administran justicia las Farc en sus territorios’. ¿Qué ocurrirá cuando dejen de servir como autoridad de facto en esas zonas? ¿Puede nuestro sistema de justicia, colapsado de por sí, llenar ese vacío? No será fácil.
Así como logramos transformar en relativamente poco tiempo a nuestras Fuerzas Militares en el aparato de guerra contrainsurgente más exitoso que el mundo ha conocido en años recientes, nos vemos en la necesidad de consolidar un aparato de justicia que funcione, una policía que sirva como verdadera garante de convivencia y, en general, una presencia estatal que promueva la gobernabilidad. Esto es precisamente lo que no hemos logrado hacer hasta ahora. Tanto la Policía como el sistema judicial están en crisis, el segundo además con bajísimos niveles de credibilidad y efectividad.
Nos enfrentamos entonces a una situación paradójica: el desarme y la desmovilización de las Farc pueden desencadenar una oleada de violencia aún mayor que la que generaban como grupo armado. La paz no se alcanza con la firma de los acuerdos. Hay que construirla, haciendo esfuerzos de tolerancia e inclusión, pero también con autoridad, presencia estatal efectiva y con profundas reformas institucionales que le permitan a Colombia disfrutar, de manera efectiva, el llamado dividendo de paz.
ANDRÉS VILLAMIZAR PACHÓN
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